Metáfora de la huida

Los últimos cuadros de Sebastián Navas muestran al pintor como un arqueólogo de la realidad.

Pintura. Sebastián Navas.

Galería Marín Galy. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 28 de octubre de 2000.

En su última exposición individual en esta misma galería, en octubre de 1998, la pintura de Sebastián Navas (Málaga, 1959) ofrecía signos evidentes de haber llegado a un punto de inflexión con respecto a la producción inmediatamente anterior, perceptible sobre todo, como tuve oportunidad de subrayar entonces, más en el nivel morfosintáctico que en el semántico, esto es, más en relación con los códigos gramaticales a partir de los cuales se generaban los cuadros que en relación con los contenidos propiamente dichos.

La muestra actual explora y profundiza en los hallazgos laboriosamente encontrados hace dos años, desarrollando de manera especial el concepto de espacio compositivo. En un poético texto reciente, Sebastián Navas se ha referido al estado de negatividad y de enfermedad espiritual que muchas veces atraviesa el artista, y cómo en su caso sintió, para contrarrestarlo, la imperiosa necesidad de pintar sobre el cielo, «como si el lienzo fuera un espacio abierto, esperanzador y profundo». Ese mismo cielo es el que parece sustentar estas composiciones, vueltas ahora más amplias, más abiertas, más expandidas, sin límites que las aprisionen y reduzcan. Los diminutos objetos que hace un par de años se disponían ordenadamente sobre la superficie del lienzo, ahora no sólo han aumentado su escala, sino que la distancia que los separa se ha ampliado, permitiendo a la mirada un mayor reposo, una mayor serenidad en la contemplación estética. Persiste, sin embargo, la distribución ordenada de los objetos, sometidos a fuerzas ocultas que los impelen a organizarse geométricamente, en forma de cuadrados o de rectángulos, con un centro que por lo general suele ser una representación del propio artista, asombrado espectador de ese mundo de recuerdos que siempre lo persigue. Los fondos continúan dejando paso a la improvisación, a ese apego íntimo por la experimentación que es patrimonio de todos los pintores.

En esa ordenación del caos, que bien podría interpretarse como una metáfora de la huida, Sebastián Navas se comporta como un arqueólogo de la realidad, de una realidad construida a partir de los recuerdos y de los depósitos de la memoria, que él se ve en la obligación de ordenar a fin de sortear el abismo sin fondo que es la propia existencia. Los objetos que pinta, escaleras, hojas, depósitos de agua, perros, lenguas de fuego, chimeneas, corazones, semillas, barcos, macetas, dados, raíces, astros, espirales, constituyen fugaces instantáneas, fragmentos de la propia biografía, colocados precisamente ahí y de esa manera para dotar de sentido el misterioso fluir de la vida, de la vida que, naturalmente, se resiste a ser organizada, a ser comprendida según un esquema lógico. En otras ocasiones también surgen recuerdos de las preferencias estéticas del autor, como en ese cuadro donde vemos representada la figura del Joven caballero en un paisaje de Vittore Carpaccio que se conserva en la colección Thyssen de Madrid. Los personajes silueteados y horadados, de otra parte, además de sus nítidas reminiscencias surrealistas, quizás aludan a los intermitentes periodos de crisis y a la dificultad por completar esa cosmovisión arduamente buscada por Sebastián Navas.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 28 de octubre de 2000