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Ocupar el espacio del silencio Dibujo. Catalina Obrador. Flash Me (Diccionario de símbolos). Galería Javier Marín. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 18 de julio de 2008. Los extraordinarios dibujos hechos con tinta china y con pigmentos, casi todos ellos de gran formato, que Catalina Obrador (Santañy, Mallorca, 1977) exhibe en Málaga, constituyen un catálogo de nuestras obsesiones más íntimas desde la óptica de lo que podríamos llamar, parafraseando a Freud, «psico-simbología de la vida cotidiana». El trazo seguro, la densidad y grosor de la línea, en algunos de ellos, junto a esa poética de la imaginación, o esa combinatoria de lo fantástico y el sueño que percibimos en otros, los convierten en un trasunto del pensamiento, en retazos de una reflexión donde lo racional pugna por no ser sepultado por las corrientes subterráneas que también alimentan nuestras vidas. Estos dibujos, cuya calidad y sensibilidad espiritual sólo son comparables a los del sabadellense Oriol Vilapuig, se articulan en la muestra actual en torno a tres categorías: los de contenido más onírico y surreal, los de filiación poetiana o baudelairiana, y aquellos aparentemente más convencionales, recuerdo de un autor admirado, pero que también ofrecen un trasfondo inquietante. Entre los primeros resulta paradigmático el titulado Combinaciones, un enorme dibujo sobre pared de cuatro metros de longitud relacionado sin duda con el mundo de los sueños, con la contraposición entre la vigilia y el sueño, y, posiblemente, con los desdoblamientos de carácter y personalidad. Un diamante más un niño es igual a un ojo; un desnudo femenino más un caballo da como resultado una mano suavemente cerrada y una ánfora más un corazón producen el adverbio «malamente», como si todas esas mezclas fueran, no absurdas, sino nocivas. Un personaje apesadumbrado con el cerebro visible y el corazón a sus espaldas, nos habla de la casi imposible conciliación entre la razón y el sentimiento. A esa misma órbita pertenece Silla estampada, un dibujo de connotaciones eróticas y de lejano sabor oriental, donde el estampado del asiento se funde y traslada al hermoso cuerpo masculino que descansa en él, tatuado de mujeres desnudas, felinos y pájaros. La alargada sombra de Edgar Allan Poe y de Baudelaire planea sobre el denso y oscuro El tiempo lo cura todo, fusión entre un rostro y un camposanto, pero especialmente en el magnífico dibujo Pecho lobo, donde vemos a un pareja en actitud amorosa casi desenfrenada y salvaje, acentuada quizás porque su mullido tálamo son los frondosos vellos del pecho del personaje que ocupa toda la composición, a modo de fondo. A la tercera categoría pertenece 3 Virginias, tres repeticiones del maravilloso semblante de Virginia Woolf, a partir del famoso retrato en que se la ve de perfil y con el pelo recogido en un moño, aunque el rostro monstruoso en sepia que Catalina coloca detrás, es un nítido presagio del drama que se avecinaba. © Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 6 de junio de 2008
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