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Las experiencias interiores de Pedro Olalla Pintura. Pedro Olalla. Casa Fuerte de Bezmiliana. Rincón de la Victoria (Málaga). Hasta el 13 de febrero de 2005.
Pintor silencioso y recogido, Pedro Olalla (Málaga, 1955) lleva veinticinco años elaborando una obra muy atenta al dibujo y a la ejecución técnica, muy pausada y pensada, que, al menos desde el punto de inflexión que supuso hace casi un lustro el descubrimiento de un nuevo modo de tratar los materiales y los pigmentos, está ofreciendo signos indudables de una serena y equilibrada madurez creadora. En lo que se refiere a la técnica, Olalla es un pintor experimental, un incansable explorador de nuevas fórmulas y procedimientos, aunque también hay en él, como en el pintor catalán Lluís Lleó, mucho de artesano, de esmero en la preparación de los soportes y exquisito cuidado en la aplicación de los colores, como si algo secreto lo hermanase con el grupo de los Nazarenos alemanes y los Prerrafaelistas ingleses, no en cuanto a los temas ni a la concepción estética, naturalmente, pero sí en lo que atañe a una rendida admiración por los primitivos italianos o los artistas del primer Renacimiento. Pedro Olalla prepara cuidadosamente la tabla de cada uno de sus cuadros dándole una base de pigmento al agua, unas veces rojo y otras azul, y sobre ella aplica los colores acrílicos en combinación con el aceite, casi siempre betún de Judea, que se expande por la superficie de modo controlado gracias a la posición horizontal del cuadro sobre una mesa. El resultado, al que a veces se incorpora sal marina, es una extraña y misteriosa alquimia, vehículo privilegiado para traducir la poesía interior y la reflexión sobre el tiempo que constituyen la entraña de estas ingrávidas composiciones. Los temas centrales de esta exposición, pues, son el paso del tiempo y la doble moral, la culpa y la expiación. En cuanto al primero, se concreta en la llamada «serie arqueológica» en la que el pintor trabaja desde el año 2000, en realidad un homenaje al pasado, a la huella dejada en la memoria colectiva y en el acervo cultural de los pueblos del mundo por las civilizaciones pretéritas, especialmente por las antiguas culturas mediterráneas, ejemplificadas aquí por ánforas romanas y vasijas neolíticas. Desde un lenguaje plástico contemporáneo, Pedro Olalla pretende condensar en un momento físico ese tránsito de las edades: cuando fragua la obra, cuando adquieren su relieve lunar las texturas no hechas con el pincel, sino obtenidas mediante la extensión de los pigmentos casi como si estuviera trabajando una plancha de grabado. La culminación de esta vía exploratoria y racional está representado por La Biblioteca de Alejandría, una enorme composición que aún continúa creciendo en la que vemos «flotar» docenas de ánforas en una especie de magma primigenio, como crisálidas suspendidas en un éter intemporal, objetos a su vez iluminados por una luz que parece proceder de todos lados, como si estuviésemos en un territorio submarino en el que se entablase un conflicto entre el movimiento y la quietud, estado éste último que finalmente consigue prevalecer. La otra serie temática, ejemplificada magistralmente en Los juncos ardientes, es un homenaje a San Juan de la Cruz, al mismo tiempo que una reflexión sobre la doble moral y la epifanía a partir de la vía punitiva del pecado. Es una pintura intensamente espiritual, ascensional incluso, frágil, pero de una fragilidad robusta, como el apacible frailecillo carmelita. Íntimamente vinculados a estos cuadros están las jaulas, en realidad las cárceles interiores, metáforas de la falta de libertad interior, de la alienación y la progresiva marginación del pensamiento.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 28 de enero de 2005
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