|
Teología de la devastación interior Pintura. Pedro Olalla. Centro Cultural Provincial. Málaga. C/ Ollerías, s/n. Hasta el 21 de abril de 2006. Esta exposición de obra última de Pedro Olalla (Málaga, 1955) es el resultado de varios años de trabajo y de reflexión, en los que el artista se interroga acerca de los escenarios de la devastación, exteriores pero también interiores al propio sujeto. Sobre toda la muestra planea, en primer lugar, la formación como arqueólogo del pintor, pero evocada desde una perspectiva simbólica y metafórica: el ser humano no es nada sin su pasado, un pasado que urge reconstruir con rigor y objetividad y que tampoco conviene olvidar. El estudio de las edades pretéritas, lejos de constituir una antigualla estéril como pretenden algunos, es una fuente permanente de formación intelectual y moral. Pero ese pasado alguna vez fue presente y también sufrió los efectos de la destrucción. Ahí está para rememorarlo esa vasta composición que es La Biblioteca de Alejandría, una obra orgánica en permanente crecimiento que alude a la destrucción de ese centro del saber y del conocimiento en la Antigüedad, una destrucción que se sigue repitiendo en nuestros días, como ocurrió con el Museo de Bagdad, donde se guardaban valiosísimos objetos pertenecientes a los orígenes de la Historia. El que una parte importantísima del legado cultural de la antigua Mesopotamia se haya perdido para siempre es una catástrofe que, con el tiempo, incidirá incluso en la configuración espiritual del hombre: su ser será menos completo, más vulgar. A esta obra inmensa e inacabada, una metáfora del escenario de la devastación que ha sido la Historia, Pedro Olalla contrapone una pieza excepcional, El laberinto del náufrago, que da título a la muestra. Frente al viaje iniciático, la devastación interior, el naufragio interior, esto es, la inexistencia de una salida a la propia vida. Hay algo de nihilista en esta obra dolorida y sufriente. Algo que nos recuerda a Dostoyevski. Pero también algo que evoca la mística occidental, desde Hildegarda de Bingen a San Juan de la Cruz. Repárese en que el trenzado de estas espinas, una clara alusión al sentimiento de culpa y de pecado, se hace cada vez más grueso, es decir, que mayor es el aprisionamiento del ser. Si antes Pedro Olalla se refería a la contemporaneidad del pasado y a la destrucción exterior, ahora nos habla de la interior. La única manera de salir de ella es contándola, dibujándola, conjurándola, al modo demiúrgico de la magia simpática del pintor primitivo. El procedimiento pictórico llevado a cabo es completamente artesano. Pintado con aceite y acrílico, El laberinto del náufrago está hecho a partir de una capa de pintura acrílica blanca, sobre la que, una vez seca, se aplica, colocando el cuadro en el suelo, el aceite de linaza mezclado con aceite de teca y betún de Judea. La siguiente capa de pintura es pigmento y látex. El resultado es de una extremada pulcritud y limpieza. Una técnica que se corresponde con el silencio. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 31 de marzo de 2006
|