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El ojo permeable y el camuflaje de la realidad Pintura, escultura y vídeo. Juan Olivares. Ojo agitado. Galería Isabel Hurley. Málaga. Paseo de Reding, 39. Hasta el 7 de marzo de 2009. En su celebérrimo «Parangón» incluido al comienzo del Tratado de pintura, redactado en los últimos años del siglo XV, hace Leonardo da Vinci probablemente el más decidido elogio del ojo como órgano de la visión realizado hasta ese momento en Occidente. Aquí se nos dice, entre otras cosas, que «el ojo menos se engaña en su ejercicio que ningún otro sentido», así como que «quien consiente en su pérdida, se priva de la representación de todas las obras de la naturaleza», o que, en relación al alma, los ojos son «ventanas de sus estancias». El análisis científico de la visión que lleva a cabo Leonardo tiene un lejano antecedente en el pequeño tratado de Aristóteles Del sentido y lo sensible, cuyo capítulo segundo especialmente se refiere a la primacía del ojo y su relación con el agua como elemento. No cabe duda que Juan Olivares (Catarroja, Valencia, 1973) ha tenido en cuenta estos lejanos antecedentes, pero a él le interesa mucho más ese otro ojo de flâneur que describe Baudelaire en El pintor de la vida moderna, esto es, ese ojo del paseante ocioso, del mirón «que goza en todas partes de su incógnito» y que capta «lo transitorio, lo fugitivo, lo contingente», que en realidad son la otra mitad de «lo eterno y lo inmutable». Sin embargo, resulta sumamente curioso y paradójico que en una de las claves interpretativas de esta nada convencional exposición, el vídeo que en ella se muestra y en el que observamos al autor realizando diferentes intervenciones en la calle, la primera de ellas sea sobre un muro desconchado, precisamente uno de los elementos urbanos que más despertaron la curiosidad del universal florentino. Pero la paradoja se acentúa cuando comprobamos que otro de los referentes fundamentales de este pintor aparentemente informalista y gestual es el constructivismo y en parte también el suprematismo, pues sus esculturas de pared y de suelo, que resultan esenciales para comprender la investigación tridimensional de la forma pictórica que lleva a cabo en sus cuadros, están claramente relacionadas con algunos relieves de hierro, madera, acero y vidrio realizados por Tatlin hacia 1915, y, sobre todo, con ciertas esculturas de Katarzyna Kobro, como una Escultura suprematista suspendida, de 1921, cuya cinta metálica curvilínea y objeto rectilíneo adyacente ofrecen un perfil claramente relacionado con las esculturas de pared de Olivares, e incluso cuando en éstas hay vivos colores planos tampoco estarían alejadas de otras esculturas constructivistas como las de Wladyslaw Strzeminski y Alexander Rodchenko. El ojo sensible y permeable, dúctil e inestable de Juan Olivares, no busca, como él mismo ha afirmado, lo trascendente, sino lo cotidiano, un hallazgo que se produce en un instante huidizo y fugaz. Las distintas técnicas que simultáneamente emplea, incluyendo la casi desaparecida de la imprimación, otorgan a sus composiciones una factura de extraordinaria calidad plástica, receptáculo perfecto para esta original inmersión donde se interrelacionan pintura y escultura, esto es, plano y volumen, casi siempre con unos resultados plenos de misterioso lirismo.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 20 de febrero de 2009
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