|
Joaquim Pedro Oliveira Martins.
Historia de la civilización ibérica
(1879)
Libro Primero.
La constitución de la sociedad.
Colonización cartaginesa. España romana.
Libro Segundo.
Disolución de la España antigua.
Época visigoda y ocupación árabe.
Libro Tercero.
Formación de la nacionalidad.
Edad Media cristiana.
Libro Cuarto.
El Imperio de España.
Libro Quinto.
Las ruinas.
·
Parece verosímil que los primeros habitantes de España tuvieron el
mismo origen que los del África septentrional (p. 27).
·
Iberos (quizás incluidos entre los semitas) y celtas (de origen
indoeuropeo) son razas de origen distinto (p. 27).
·
Semejanzas entre la djemâa o aldea de las tribus del Atlas y el
ayuntamiento en España: ambas instituciones se constituyen en una caja de
socorros mutuos. Este sistema no fomenta la producción de riqueza, pero
regulariza su distribución y evita el proletariado. La pobreza subsiste como
accidente, no como fatalidad, y por ello el mendigo no pierde la nobleza, la
dignidad (p. 31).
·
Semejanza entre la anaia de la kabila y la behetría en España:
ambas son un pacto de protección recíproca (p. 32).
·
Uno de los rasgos más singulares de la civilización española radica
en la combinación de los caracteres de las poblaciones primitivas con las ideas
indoeuropeas (p. 35).
·
Las características del berebere son parecidas a las del español:
hombría, independencia (p. 40).
·
Crítica a la concepción histórica de Henry Thomas Buckle (p. 46).
·
La conquista de los cartagineses fue más importante desde el punto de
vista étnico que desde el punto de vista de la constitución social (p. 54).
·
La inestabilidad de los Gobiernos exclusivamente militares y comerciales
de los africanos es la causa más probable de la caída de su dominación en la
Península, a pesar de la afinidad étnica (p. 54).
·
Son los romanos los que impelen a España a entrar en el sistema de las
naciones europeas, implantando aquí sus instituciones, invitando a la aldea a
formar una comunidad social, suprimiendo la tribu, creando el Estado (p. 55).
·
Lo que distingue la ocupación romana de las anteriores es el carácter
social y administrativo que tiene su dominio (p. 63).
·
Época de la República → Hispania Citerior / Hispania Ulterior
(divididas por la línea del Ebro)
Una de las mayores creaciones de la dominación romana es el municipio
romano, esto es, el sistema municipal (la sociedad se constituye sobre el régimen
de un sistema de garantías jurídicas; la tierra es la propiedad común de los
munícipes, en cuya asamblea está el origen de la autoridad; la aristocracia se
compone casi sólo de los altos magistrados y de los poderosos), que llamaremos
democrático, por oposición al sistema beneficiario o aristocrático (la
sociedad se constituye sobre la idea o sobre el hecho de una protección
personal; la tierra es propiedad sagrada del protector investido de una
autoridad paternal; la forma de apropiación de la tierra da lugar a la creación
de una aristocracia de raza) (p. 69).
·
El sistema municipal desembocará en la democracia de las repúblicas
italianas; el régimen aristocrático terminó produciendo el sistema feudal (p.
69).
·
La resistencia e incompleta implantación del feudalismo clásico en
España se debe a la acción duradera del sistema municipal romano (p. 71).
·
Curia: asamblea de todos los propietarios que poseían más de 25
fanegas de tierra (p. 73). En la curia radicaba la autoridad municipal (p. 77).
·
Políticamente el municipio era una república (p. 76).
·
Tres tipos de municipios a finales de la República
aquellos
en que los duumviros (magistrados municipales) son elegidos
aquellos
en que los magistrados municipales no son cargos electivos;
aquellos
en que aun habiendo curia ya no hay magistrados
·
En el siglo IV aparece la figura del defensor, un nuevo cargo
municipal cuya función era la defensa de la curia frente a los poderes
superiores.
·
Entre los hombres libres destacan tres clases sociales:
clarissimi
(senadores, oficiales palatinos, clero,
militares de las cohortes, oficiales superiores del ejército)
curiales
privati
(plebeyos)
·
El gobierno del clero nacional en la decadencia del Imperio es el primer
esbozo de las futuras cortes nacionales (p. 82).
·
Fue escaso el influjo de las razas germánicas (visigodos) en los
ulteriores destinos de España (p. 93).
·
La conquista de los visigodos no presenta el carácter de las
emigraciones militares. Intervienen más bien como pacificadores que como
conquistadores (p. 93). España fue conquistada, pero no germanizada (p. 94).
·
El rey de la España goda es al mismo tiempo el príncipe del
derecho romano, el jefe o señor feudal, según los usos e instituciones
militares aristocráticas germánicas, el sumo sacerdote, ungido del Señor,
desde que, por la adopción del cristianismo, la monarquía jurídica y militar
obtuvo sanción religiosa, según las tradiciones políticas de los judíos (p.
96).
·
Durante la época visigótica, la Iglesia apareció revestida de
funciones políticas. Los concilios eran una especie de Asambleas nacionales. La
monarquía se hizo teocrática (p. 97).
·
Código visigótico: leyes comunes a vencedores y vencidos. Influencia
del clero en su redacción (François
Guizot) (p. 100).
·
El clero fue el lazo de unión entre la España romana y la goda (p.
100). En los Concilios es el clero el que abre para la nación su propia
Asamblea, no es la nación la que se reúne para cercenar la autoridad real (p.
107). En los Concilios el poder de la monarquía, si no era limitado, era sí
dirigido e ilustrado por la superior cultura del clero (p. 107).
·
Aula regia:
institución de la España visigótica que deriva del Officium palatinum
(de la época de Diocleciano), y que se componía de los principales oficiales
de la corte, de los magistrados superiores del Gobierno y de personas elegidas
por el rey. Era un órgano consultivo, especie de Consejo de Estado (p. 109).
·
Además de los Concilios y del Aula regia, había junto al
monarca un Consejo permanente (p. 111). La administración de los visigodos es
centralizada como la romana (p. 110).
·
La inicial tolerancia de la religión islámica se trocó en
intolerancia por influencia de Marruecos y de España (p. 125).
·
El parecido entre la intolerancia y fanatismo que los pueblos beréberes
del norte de África (almorávides y almohades) insuflan en el islam y el
fanatismo que los españoles ponen en el catolicismo, es un dato a favor de la
posible comunidad de origen étnico entre el África y la Península (p. 146).
·
La mozarabización, que no es un hecho de carácter etnológico, sí es,
en cambio, uno de los acontecimientos más importantes de la historia social de
la Península. A él se debe la conservación de un pueblo libremente congregado
en los concejos y la especial importancia del municipalismo en la historia de la
España moderna (p. 161).
·
La raza mozárabe proviene seguramente del cruzamiento con los beréberes,
no con los árabes (p. 163).
·
Durante el período de la Reconquista, son esenciales el hecho de la
espontaneidad y las condiciones en que aparecen y se desenvuelven los hechos
sociales. Natural es, sin embargo, que, hallándose España constituida
anteriormente a la invasión musulmana, como una democracia municipal políticamente
regida por una aristocracia de origen germánico, dado el hecho de la
desorganización y de la subsiguiente reconstitución, el pueblo tendiera a
volver al romanismo municipal y la aristocracia al germanismo aristocrático. Así
vemos que la reconquista no reconstituye la antigua monarquía visigótica
centralizada imperialmente a usanza romana. El hecho espontáneo, fruto de la
guerra, fue el fraccionamiento de España. Los reinos aparecen ahora como
propiedad peculiar de los soberanos que los conquistan y dan como cosa
suya. El principio romano de la soberanía nacional, acatado aún por los
visigodos, murió del todo; feneció también el proceso electivo de los
monarcas, para ceder la vez a la feudalización de la autoridad política y a la
sustitución de la idea de soberanía por la de propiedad (p. 170).
·
La formación espontánea de las lenguas romances prueba el carácter no
tradicional de la reconstitución de la nacionalidad peninsular. El olvido del
latín es el mejor documento acerca de la total descomposición de la antigua
sociedad (p. 181).
·
Formación de la nacionalidad. Elementos naturales. Cartas pueblas o
cartas forales: consignaban los usos preestablecidos y expresaban los términos
de un convenio entre dos poderes: el señorío (del rey, del conde o de la
Iglesia) y el concejo. El nuevo carácter político de los municipios esfuma su
antigua significación social y económica. Los concejos perdieron la noción
del carácter filosófico o general de las leyes romanas y de las del Código
visigótico (pp. 196-197). El moderno concejo, al coexistir con la propiedad
feudal y el régimen político aristocrático, se trueca de municipio romano en
comunidad o república medieval. Los concejos son, como los señoríos, miembros
casi independientes de una federación política. La nación es la congregación
de un sistema de dominios aristocráticos y de un sistema de concejos o
comunidades democráticas (p. 198). Ahora hallamos una verdadera autonomía,
porque los concejos están, con relación a sus soberanos, en el mismo plano y
condición que antiguamente las ciudades federadas respecto a la república
romana (p. 199). El concejo es ahora en sí mismo una miniatura de Estado (p.
200). La coexistencia de dos sistemas antitéticos, a saber, la corriente
aristocrática germánica y la democrática latina, es la causa principal de la
ruina del sistema comunal de España. El rey, sometiendo a los nobles con las
fuerzas comunales y a los concejos con los contingentes aristocráticos, deviene
el heredero de ambos poderíos (p. 202). La formación moderna de la sociedad
peninsular es fruto espontáneo de las condiciones naturales; sus instituciones
y la formación de sus clases no obedecen, sistemáticamente, ni a la tradición
latina ni a la germánica; y por ello el romanismo y el germanismo de las
escuelas falsean la historia. La necesidad de la reconquista y los apremios de
la repoblación (necesidad de brazos para la guerra y la agricultura), son las
causas espontáneas de la transformación de la antigua esclavitud en adscripción
(p. 215). Una ventaja del sistema democrático y que contribuyó a darle la
victoria sobre el feudal, fue que hizo nacer la servidumbre de una necesidad
económico-histórica y por ello transitoria, mientras que en el sistema
aristocrático la servidumbre se basa en la idea orgánica y fundamental de una
protección y sumisión personales (p. 216).
·
Formación de la nacionalidad. Elementos tradicionales. La Iglesia es,
en los tiempos modernos, la representante primordial de la tradición (p. 221).
Es la tradición eficazmente escudada en una clase media agrícola y no militar
la que impide la organización del feudalismo como forma típica de la sociedad
peninsular (p. 227). Las Cortes se constituyen como un órgano consultivo de la
monarquía, en rigor un gran Consejo de Estado, convocado y constituido
irregular y ocasionalmente, y no un poder político que funcionase de modo
normal y permanente. Tendían a transformarse de cuerpo consultivo en poder
legislativo (p. 236).
·
A fines del siglo XV los reyes obran ya como príncipes, con la
conciencia de que la soberanía, de que se hallan investidos, es inherente a la
Corona, simbólicamente expresiva de la soberanía de la nación (p. 242).
·
Comunidades de Castilla: revolución fuerista o particularista,
pero también una insurrección provocada por el espíritu de independencia
nacional contra el invasor extranjero. Esta revolución es posterior a la
consolidación del poder monárquico, lo que prueba cuán nacional era el
movimiento centralizador dispuesto por Isabel y Fernando (p. 245). La revuelta
de los comuneros tiene el carácter del último estertor de agonía del sistema
aristocrático, ya encarnado en las instituciones de la nobleza, ya en las del
clero y en las de la burguesía (p. 246).
·
Para que la idea de soberanía llegase al momento actual, fue menester
que primero se desprendiera de la idea de propiedad de la jurisprudencia feudal,
mediante la restauración de la idea que la antigüedad tuvo del principado (p.
247).
·
La monarquía (Reyes Católicos, Carlos V) preside una democracia; ya no
hay privilegios ni linajes. Como en la antigua Roma, la aristocracia proviene de
las acciones, no de la sangre. La clerecía, la guerra, la administración,
ennoblecen: sus puestos son accesibles a todo hombre del pueblo. Las antiguas
Cortes ya no tienen razón de ser; el rey oye la voz de la nación en sus
consejos de próceres, de juristas. La tendencia de las Cortes a convertirse en
órgano de la soberanía nacional no podía admitirla una monarquía que se
siente a sí misma como depositaria de la soberanía de la nación. Lo que se
realiza (con los Reyes Católicos) no es un equilibrio, sino la unidad, no una
aristocracia ni un federalismo, sino la unidad democrática de la nación en la
forma antigua, no de República, sino de Imperio romano (p. 251).
·
El misticismo constitucional del español no es metafísico, es moral
(p. 267). Su origen es espontáneo y no erudito. Es psicológico, esto es,
nacido de la íntima observación y del trabajar del pensamiento sobre sí
mismo, creado con los elementos morales que el alma española encontraba en su
seno. El español halló en el misticismo un fundamento para su heroísmo e hizo
del amor divino la mejor arma para su brazo. En vez de dejarse absorber por el
cielo, atrajo y encerró en sí a la divinidad, conquistando de este modo una
fuerza más que humana, porque la energía de su voluntad fue ya para él la
voluntad de Dios encarnada en los hombres. Este misticismo es la afirmación de
la voluntad humana, es naturalista. El español va a conquistar al mundo con la
espada y con el verbo sagrado. El misticismo español, caballería a lo divino
(pp. 268-271). El amor de Dios, dice Santa Teresa, conduce y mueve, sí, la
voluntad, pero es libre (el misticismo español no aniquila el libre albedrío,
la libertad interior del hombre) (p. 270). A diferencia de las Madonas de
Rafael, las Vírgenes de Murillo son de este mundo—hermosas muchachas
andaluzas—. También el amor de Santa Teresa es un verdadero amor y no una
absorción idealista. Los místicos sienten, ven el objeto amado. Los
sentimientos son reales, traducen emociones de los sentidos y no estados de la
razón especulativa (p. 272). En el misticismo español fue el hombre el que
obligó a Dios a descender a su alma, en vez de ser el alma la que huyendo del
mundo, y negándolo, se consumió en la llamarada de un Dios ideal, como le
ocurrió al neoplatonismo. El misticismo español es naturalista; el
alejandrino, fue idealista: uno diviniza al mundo; el otro, lo negó en nombre
de lo Absoluto. Los españoles hicieron una religión del individualismo,
sublimando ese sentimiento de independencia que hay en el fondo del alma hasta
el punto de divinizarlo (p. 273).
·
La esclavitud formal que supone la obediencia de los católicos a la
autoridad de la Iglesia, tal como la vemos encarnada en Ignacio de Loyola, es el
precio de la libertad moral. A costa de la obediencia, el católico, para el
cual la virtud consistía en las buenas obras y en la elección entre el bien y
el mal, sentía dentro de sí libre ese resorte interior que le engrandecía y
capacitaba para subir hasta Dios (p. 277). El núcleo primordial del jesuitismo
es la obediencia, la paz en la irresponsabilidad, la suprema solución de los
problemas de la conciencia confiada a los superiores. Era la monarquía pura
establecida en el espíritu, al mismo tiempo que España lograba establecer el
absolutismo monárquico en el Gobierno (p. 283).
·
El problema de la Justificación era el punto nodal de las
cuestiones teológicas en Trento.
Diego
Laínez y
Alfonso
Salmerón se oponen a la postura
conciliatoria de
Gaspar
Contarini (coexistencia de la justicia humana y de la justicia
divina). Para ellos, la justicia divina, la de Cristo, por cuyo mérito según
Lutero somos redimidos y perdonados, no puede separarse del mundo, pues se
revela por la fe y por las obras. El hombre es simultáneamente regido por la
predestinación y el libre albedrío. Dios se revela en la fe y en las buenas
obras, cuyos méritos elevan a la Gracia (las buenas obras son necesarias para
salvarse). Los protestantes no excluyen, ciertamente, las buenas obras, pero no
es para ellos el mérito de las acciones lo que redime: es, únicamente, el mérito
de Cristo, independientemente del hombre (p. 298).
·
La convicción de la propia fuerza es la primera causa de las grandes
acciones humanas (p. 308).
·
La evolución de una civilización se divide en tres grandes ciclos: en
el primero predominan los fenómenos de orden natural: movimientos de razas,
formación de lenguas, de símbolos jurídicos, de mitos religiosos; en el
segundo, los fenómenos de orden social: desarrollo de las instituciones,
choques y luchas de clases; en el tercero, los fenómenos de orden moral, esto
es, la definición consciente de las ideas, a que se subordinan todas las formas
de actividad intelectual y con que se construyen las teorías jurídicas y económicas
(p. 325).
·
Las tres condiciones de una futura definición de principios de la
civilización ibérica son: el grado de desarrollo del saber, del orden y de la
industria. No pueden existir sociedades moralmente vivas sin que previamente
vivan de modo físicamente próspero (p. 392).
·
Si España y Portugal quieren salir de su letargo, tienen que
reconstituir su maltrecho cuerpo social. Aumentar el desarrollo científico e
industrial. Estabilidad social (mayor y más justo reparto de la riqueza) (p.
393).
·
España fue siempre una democracia... (p. 394).
·
La independencia de los caracteres individuales y la nobleza del carácter
colectivo dieron y han de dar a España, cuando vuelva su edad dorada, ese
aspecto monumental y soberano, que la distingue en el mundo. El extranjero pudo
amarnos u odiarnos, pero nunca le fuimos indiferentes. España provocó
entusiasmos o resentimientos: nunca fue vista con desprecio o ironía (p. 395).
|