Un océano de silencio

La pintura de Óscar Pérez se adentra en un mar de insondables silencios y leves reminiscencias metafóricas

Pintura. Óscar Pérez.

Galería Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el 14 de mayo de 2000.

 

Desde mediados de 1998, cuando tuvo lugar su segunda individual en esta misma galería, hasta la muestra que hoy comentamos, la pintura de Óscar Pérez (Córdoba, 1968) ha experimentado, en correspondencia secreta con el talante del autor y el propio discurso poético que lo distingue desde comienzos de los noventa, una sutil aunque suficientemente visible evolución que se caracteriza, más que por la introducción de nuevas técnicas y materiales, en realidad prácticamente idénticos a los de entonces, por la renovación tonal y el cambio en la concepción del espacio compositivo. Al margen de que el uso de los materiales habituales en él   —betún de judea, látex, aceite, pigmentos—, tan determinantes en la consecución del aspecto experimental que se desprende de todos sus trabajos y vía de contacto con la tradición del informalismo (aunque ahora prescinde de la técnica del dripping empleada con profusión hace dos años), se haya depurado y refinado en un grado notable, observamos, si comparamos estos cuadros con los de 1998, y más aún si nos remontamos a los realizados en 1995, que el anterior predominio tonal en favor del azul se muestra ahora muchísimo más atemperado, siendo, en rigor, sobre todo en las dos grandes composiciones, Elegía y La nueva Atlántida, que sobresalen en la exposición, levemente verde-azulado. Referencia siempre en su pintura a la presencia física del mar y metáfora de los paisajes interiores del espíritu, el color azul intenso y concentrado de los cuadros pretéritos se diluye ahora por la superficie del lienzo en forma de lejanos ecos delicuescentes verde-azulados que se dispersan y entretejen por entre los tonos grises del fondo.

Las claves más inmediatas de la organización del espacio habría que buscarlas en los grabados que se expusieron hace un año en la Casa Fuerte de Bezmiliana, una muestra importante en la producción gráfica y en el conjunto de la obra de Óscar Pérez que por desgracia no concitó en su momento la atención que se merecía. Hay que tener en cuenta que el grabado no sólo es en este artista una actividad mayor y plenamente autónoma desde un punto de vista plástico, sino que las soluciones encontradas en ese medio inciden decisivamente en su quehacer pictórico. Los recuadros rectangulares que solían disponerse en las obras de aquella exposición como territorios delimitados independientes en los extremos de la plancha, se emancipan en esta ocasión del todo y se erigen en la base compositiva de la obra sobre papel. Asimismo, la vuelta al ejercicio del dibujo que detectamos en algunas de las pinturas sobre papel de embalar, y que se concreta a modo de tramas, también proviene de las experiencias realizadas en las estampaciones. Pero en esta fluida e intrincada alianza estratégica entre las dos vertientes, el grabado y la pintura, quizá sea lo más significativo el paso de la primera a la segunda de lo que ahora adopta la forma de manchas grisáceas, casi neutras, dispuestas de manera estratificada en una de las dos mitades en que puede dividirse verticalmente la tela. Su presencia es tan potente, que en sí mismas abren nuevas perspectivas y conjuran cualquier posible amenaza de manierismo.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 6 de mayo de 2000