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Lo sensible espiritual Pintura. Óscar Pérez. Galería Alfredo Viñas. Málaga. C/ José Denis Belgrano, 19. Hasta el 5 de mayo de 2002.
Caracterizada desde hace ya más de un
decenio por una muy personal voz interior, articulada en torno al silencio, el
vacío y la ausencia, la obra última de Óscar Pérez (Córdoba, 1968) da una
nueva vuelta de tuerca a su exploración de los estados íntimos de la
conciencia, acompañado esta vez de la sutil y penetrante experiencia mística
de Santa Teresa. En efecto, la reciente lectura de Las Moradas es la
causa directa de este extraordinario conjunto de cuadros que, de igual modo que
el número de aposentos por los que discurre el alma en el Castillo interior,
se centran esencialmente en siete grandes y rectangulares composiciones, cuatro
de ellas con predominio de los tonos azules y las otras tres bajo el señorío
de las gamas pardas. De la misma manera que
en la santa de Ávila, como argumentó con lúcida precisión Américo Castro,
la unión mística, aun teniendo lugar «en un previo estado de ausencia de sí
misma, en un total vacío de la mente», «rara vez» se produce «sin el
concurso de sus sentidos», también en Óscar Pérez advertimos, no obstante la
absoluta abstracción de las formas (el equivalente de aquel vacío teresiano),
una ligazón con el mundo sensible, que se transpone en el lienzo en forma de
pigmento, de óleo, de acrílico, de manchas de aceite y de betún de Judea,
hasta el punto de que percibimos su olor, o, mejor dicho, no podemos resistir la
tentación de acercarnos a la tela y respirar su delicada fragancia pictórica.
También aquí, como cuando Teresa trata de explicar con el menesteroso lenguaje
humano el fenómeno de la transverberación, «todos los sentidos gozan en tan
alto grado y suavidad, que ello no se puede encarecer», aunque en el caso de la
pintura de Óscar el espectador se ve inundado por un inefable ámbito de
sosiego y de quietud. Y ello a pesar de esas extrañas y misteriosas formas
circulares que parecen disponerse de manera azarosa en aquellas amplias
superficies, trazadas con un gesto casi automático que las emparenta con el
mejor surrealismo abstracto, al tiempo que adoptan una relación armónica y
equilibrada respecto a las manchas de aceite que se extienden, ahora sí, con un
distante pero efectivo control por parte del artista. Si uno de los rasgos más originales y verdaderamente modernos de la incomparable Doctora de la Iglesia es su intento de «descripción directa de la vivencia de un estado íntimo», la pintura de Óscar Pérez, no es que describa o narre solitarias experiencias del espíritu, pues su intención no es precisamente la descripción narrativa, ya que su lenguaje es el de la plasticidad pura, pero sí alcanza a transmitir con bastante fidelidad aquellos estados en que, cuando menos, el sujeto se encuentra en paz con el mundo insondable de la propia conciencia y de la naturaleza.
©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 1 de mayo de 2002.
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