La emancipación del paisaje

Selección de cuadros de paisaje de los siglos XVII, XVIII y XIX de la colección de la baronesa Thyssen-Bornemisza

Pintura. Aspectos de la tradición paisajística en la colección Carmen Thyssen-Bornemisza.

Palacio Episcopal. Málaga. Plaza del Obispo, s/n. Hasta el 5 de septiembre de 1999.

Cuando en su incomparable Tratado del Paisaje el pintor y teórico André Lhote, al ponderar los logros que ofrecen los principales modelos de paisaje compuesto desde los primitivos hasta Delacroix, advierte que «esa reducción del cosmos a un pequeño espacio de dos dimensiones será tanto más eficaz y elocuente cuanto más neto y potente sea el ritmo que conjugue las formas naturales, cuanto más se unan por la magia de ingeniosas analogías plásticas ciertos elementos de la tierra, del cielo o del mar», en rigor se está refiriendo al carácter intrínsecamente estético de un género que «a pesar de la aparente negligencia del toque impresionista, no se hace a fuerza de pinceladas sino a fuerza de medidas y de formas estilizadas», un género, bueno será recordarlo, cuya plena autonomía se alcanza en las Provincias Unidas holandesas durante el siglo XVII.

Estas y otras reflexiones que podrían hacerse acerca de la importancia artística e histórica de la pintura de paisaje, vienen a propósito de la magnífica muestra que acaba de inaugurarse en el Palacio Episcopal de Málaga bajo el título de Aspectos de la tradición paisajística en la colección Carmen Thyssen-Bornemisza, comisariada con profundo conocimiento del asunto por Tomás Llorens y patrocinada por la Fundación Unicaja, en una prueba más de la excelente labor que lleva desarrollando desde hace tiempo en pro de la difusión de la alta cultura. Dividida en doce didácticos apartados, la exposición traza un recorrido bastante completo, a través de 84 obras, por el género paisajístico a lo largo de tres centurias, desde el arranque de su emancipación en la Holanda del XVII, pasando por el vedutismo en la Italia del XVIII y el gusto rococó, hasta su extraordinaria diversificación durante el XIX, periodo representado aquí por el paisaje romántico en España y Alemania, el que se realiza en los Estados Unidos, tanto el de base más topográfica como el de raíz contemplativa, el paisaje realista en Francia y en los Países Bajos y las estéticas luministas del cambio de siglo en España y en Norteamérica.

Ante la imposibilidad de detenerme ni tan siquiera en los ejemplos más significativos de cada una de las secciones, mencionaré tan sólo aquellos que me parecen especialmente sobresalientes: en primer término, un soberbio cuadro de Corot, una de esas composiciones absolutamente únicas en las que percibimos absortos el milagro de un pintor que, según el acertado juicio de Lhote, con extrema sencillez y sin esfuerzo aparente, alcanza la grandeza de los antiguos junto a una materia admirable; a una respetable distancia, un espléndido paisaje de playa de Courbet, rebosante del valor autónomo que concedía a las cosas concretas, esto es, hacer lo que se ve; por último, un precioso cuadrito, también con una escena de playa, de W. Homer, de fresco colorido y precoz inmaterialidad, un terroso arenal baldío, pleno de sentimiento panteísta, de A. Mauve, el maestro de Van Gogh, y un bellísimo óleo con unos almendros en flor de Weissenbruch, asimismo admirado por el genio de Saint-Rémy.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 17 de julio de 1999