La pintura como hecho sociológico

Pintura. Pintura andaluza en la colección Carmen Thyssen-Bornemisza.

Palacio Episcopal. Málaga. Plaza del Obispo, s/n. Hasta el 30 de abril de 2005.

Estructurada en seis grandes apartados temáticos   –El paisaje romántico, El costumbrismo romántico, El costumbrismo tardío, Pintura preciosista, El paisajismo regionalista, Cambio de siglo y modernidad–, esta amplia exposición, compuesta por 92 cuadros fechados entre 1835 y 1922 aproximadamente, a excepción, por supuesto, del óleo de Zurbarán presente en la muestra, constituye a su vez una selección de la colección de pintura española del siglo XIX y del cambio de siglo que posee Carmen Thyssen-Bornemisza, en concreto la correspondiente a la hecha en Andalucía durante ese periodo, centrada de modo muy claro en el costumbrismo y en el paisajismo decimonónicos. De los cuadros expuestos en esta ocasión, ya tuvimos oportunidad de ver 10 de ellos en el verano de 1999, pertenecientes a Barrón y Carrillo, Cabral-Aguado Bejarano, Joaquín y José Domínguez Bécquer, Gómez Gil, Emilio Ocón y Verdugo Landi, en el marco de una extensa muestra centrada en el paisaje de la colección general de la baronesa Thyssen, al igual que ahora realizada gracias al generoso y ejemplar mecenazgo de la Fundación Unicaja.

Hablar hoy de la pintura costumbrista y del paisajismo romántico y regionalista que se produjeron en Andalucía, especialmente en Sevilla, aunque también en Málaga y Cádiz, durante el siglo XIX, es hablar de uno de los temas más importantes y todavía no suficientemente estudiado de la sociología del arte y del coleccionismo en la España de esa época en general y de Andalucía en particular. Porque si hay algo que no debe ser olvidado es que ese tipo de pintura, sobre todo la costumbrista, con sus temas característicos y personajes estereotipados, desde las corridas de toros y las escenas de bandolerismo hasta la Feria y la Semana Santa de Sevilla, desde las escenas de cante flamenco y los bailes en las ventas hasta las citas amorosas en las callejuelas o las perspectivas urbanas pintorescas, tiene su origen en la llegada a Andalucía de los viajeros románticos ingleses y franceses, sobre todo los primeros, quienes, además de articular y difundir por sus países de nacimiento y por toda Europa a través de sus libros de viaje y de sus cartas una idea de Andalucía y de España que terminó siendo estereotipada y reduccionista, iniciaron el coleccionismo de un tipo de pintura que acabaría siendo fuertemente demandado en sus países de origen, hasta el punto de constituir una notable fuente de ingresos para no pocos pintores andaluces de la época, que amoldaron su producción al gusto estético de sus clientes.

Entre esos viajeros, escritores, artistas e intelectuales británicos que recorrieron la región andaluza, quedándose algunos por espacio de años, deben mencionarse los pintores David Wilkie, David Roberts, John Frederick Lewis y John Phillip, el escritor Washington Irving, el joven Benjamin Disraeli, los coleccionistas John Macpherson Brackenbury, Julian Benjamin Williams y Franck Hall Standish y el viajero y memorialista Richard Ford, el más importante sin duda de todos ellos. También hay que tener en cuenta las facilidades proporcionadas por el personal diplomático consular inglés de Sevilla, Málaga y Cádiz a sus compatriotas que nos visitaban, con quienes algunos llegaron a alcanzar fuertes lazos de amistad.

La imagen de España que se va formando entre los viajeros ingleses, como país exótico y pintoresco y como la porción de Oriente más próxima a los europeos, es en gran medida la idea que tienen o que quieren tener de Andalucía, sobre todo de Sevilla, que será la que termine imponiéndose e incluso confundiéndose con la del resto de España, como si lo andaluz o lo sevillano fuese sinónimo de lo español. Algunos de estos visitantes llegan hasta el punto de quejarse por carta de que el país mejore, prospere, se desarrolle y se industrialice, ya que desean que perviva de ese modo, sumido en el atraso y como último reducto de lo exótico en Europa. Es la época en que podía vivirse sin dificultad en los Reales Alcázares de Sevilla o en la Alhambra de Granada. Al ser Málaga una ciudad más moderna y cosmopolita que Granada o Sevilla, Richard Ford, por ejemplo, comenta de ella lo siguiente después de permanecer aquí un mes: «Málaga es una ciudad bella, pero puramente comercial: un día bastará para verla. Tiene pocos atractivos, aparte del clima, las almendras, las uvas pasas y el vino dulce».

Los cuadros, por tanto, de mayor interés sociológico de la exposición son los correspondientes a esa corriente costumbrista, que también tiene su importancia desde el punto de vista historiográfico. Pero, desde una perspectiva plástica y exclusivamente artística, la selección cambia. Dentro de ese apartado, no obstante, es muy notable una composición sobre la Semana Santa en Sevilla del francés Dehondecq, una obra de notable dominio técnico y en la que se aprecia la puesta al día sobre las tendencias más avanzadas de la pintura francesa de mediados del XIX. Dentro del apartado de la pintura preciosista, merece ser destacado el malagueño Antonio Reyna Manescau, cuyos cuadritos venecianos, con influencias de Fortuny, son de una indudable calidad, respeto por las armonías cromáticas y luminosa limpidez atmosférica. Por último, hay que destacar, entre los marinistas, al también malagueño Gómez Gil, con efectos de atardeceres, reverberaciones y reflejos de la luna en el mar muy conseguidos, y en el cambio de siglo a Romero de Torres, Moreno Villa, Ginés Parra y Gustavo Bacarisas, estos dos últimos con un vibrante colorido y desenfado en la ejecución que demuestra que están perfectamente informados de las aportaciones del postimpresionismo y del fauvismo.

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 11 de febrero de 2005