|
La ascensión plástica de Ginés Parra Pintura. Ginés Parra. El espíritu de la materia 1896 - 1960. Fundación Unicaja. Sala Italcable. Málaga. C/ Calvo, s/n. Hasta el 28 de febrero de 2007.
Nacido en el seno de una familia muy humilde, Ginés Parra (Zurgena, Almería, 1896 - París, 1960) se trasladó con sólo diez años a Argelia, donde su padre y sus hermanos mayores encontraron trabajo en las minas de Tremecén, y en 1910, en compañía de su hermano mayor, Ginés, trasladóse a Sudamérica, recalando finalmente en 1916, después de un corto periodo en la ciudad de Los Ángeles, en Nueva York, donde estudió durante tres años en la escuela The Art Students League, iniciando así su aprendizaje artístico. La pérdida, por entonces, de su admirado hermano primogénito fue lo que le indujo a abandonar su nombre de pila, José Antonio, y adoptar el de Ginés, con el que se le conocería en adelante. En 1920 llega a París y en 1922 se instala en el estudio de la rue de Texal, en Montparnasse, que mantendría durante toda su vida. Por lo tanto estamos ante un miembro español de la Escuela de París, que muy pronto entraría en relación con otros destacados creadores españoles en la capital artística del momento, como Bores, Viñes, Ángeles Ortiz, Joaquín Peinado, Óscar Domínguez, Celso Lagar, Pancho Cossío, Julio González, Ismael González de la Serna, Luis Fernández y muchos otros más, entre ellos, claro está, el principal de todos, Pablo Picasso. Influido en sus piezas escultóricas, de las que posee un nutrido repertorio ya hacia 1920, por las culturas mesoamericanas, especialmente por la olmeca, lo que le lleva a enfatizar el carácter monumental de las figuras y a sintetizar de modo expresivo las formas, Ginés Parra irá progresivamente articulando un lenguaje pictórico en el que, junto a los ascendientes del cubismo, del expresionismo y del fauvismo, sobresaldrá siempre una profunda originalidad en el tratamiento de los temas, la construcción de la forma y el empleo del color. Quizá sea Rouault el pintor que más puede detectarse en algunas de sus obras, donde los contornos de las figuras están remarcados por gruesas líneas negras y el color semeja ser encerrado en compartimientos como los de las vidrieras con la técnica del cloissoné. Pero siempre se advierte una materia pictórica rica en texturas, unas armonías cromáticas expresivas, llenas de vitalidad, y una tensión espiritual en toda la realidad pintada. A veces, como en el espléndido Desnudo sentado de 1926, observamos un conocimiento de los Valori Plastici y de la vuelta al orden de los años veinte, mientras que otras, como en la tardía Adoración de los Reyes de 1956, el arte de las vidrieras medievales se funde con el bizantino de la época de Justiniano. Pintor pleno de autenticidad, su mirada es la de alguien hondamente asombrado ante el espectáculo de la vida en todas sus manifestaciones. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 23 de febrero de 2007
|