El reencuentro con la ciudad vivida

 

ENRIQUE  CASTAÑOS

 

 

Después de siete años casi ininterrumpidos viviendo en los Estados Unidos, principalmente en Carolina del Norte y en San Francisco, el pintor Rafael Parra Román (Málaga, 1981) hace esta su primera exposición individual en la ciudad en la que nació, dedicándole un homenaje lleno de emoción y de sentimiento, traducidos plásticamente sobre todo en la intensidad de los tonos de color, unos colores planos pletóricos de exultante vitalismo, de comunión inocente con la naturaleza y de alegría por el mero hecho de existir, aunque también se advierte en algunas composiciones un moderado simbolismo e incluso una cierta preocupación social, o, al menos, una noble atención al entorno social que rodea al artista, con sus desajustes y contradicciones.

La prolongada estancia en Norteamérica, donde obtuvo la licenciatura en Bellas Artes en 2004 en la University of North Carolina at Pembroke, le ha permitido familiarizarse con la producción artística estadounidense contemporánea, de la que siente una especial predilección por el Expresionismo Abstracto, en concreto por dos de sus representantes más opuestos, Jackson Pollock y Mark Rothko, esto es, por un lado, el máximo exponente de la pintura gestual o de acción, la Action Painting, con quien Estados Unidos colma su deseo de tener una pintura autóctona y con quien empieza a ejercer una supremacía artística mundial que ni mucho menos ha terminado en la actualidad, y, por otro lado, el más cualificado cultivador de la pintura de grandes campos de color o Color-Field Abstraction, uno de los padres de la pintura contemplativa. Si en Pollock la pintura no procede del caballete y los inmensos cuadros se transforman en superficies en las que se registra el paso del artista, con una destacada presencia del gesto, de la acción y del azar, en Rothko, por el contrario, nos hallamos ante una pintura suave y luminosa, realizada con velos de pigmento fino que parecen empapar el lienzo.

Esta última influencia, la de Rothko, es particularmente visible en aquellas obras de Parra Román en las que incorpora grandes franjas horizontales de color plano   —azul, salmón, amarillo anaranjado—, cuyo efecto textural se acrecienta por el soporte de papel, extendiéndose la acuarela y el acrílico con un resultado indudablemente acuarelado que también parece empapar toda la superficie. El Rafael Parra Román. LLUVIA & CATEDRAL. 2007. Acrílico y acuarela sobre papel. 90 x 72 cm.acrílico que emplea, al secarse, produce unos efectos metálicos característicos que recuerdan los colores utilizados por algunos pintores pop estadounidenses, como Andy Warhol y Tom Wesselmann, y que se han convertido en habituales entre los profesores universitarios de California. En el caso de Rafael Parra, no obstante, el resultado no se orienta hacia la meditación sino hacia un puro efecto decorativo que evoca algunas obras de Richard Diebenkorn.

También ha mostrado nuestro autor su admiración por Jean-Michel Basquiat y por el neoexpresionista Anselm Kiefer, aunque ambas huellas son mucho más difíciles de detectar, como no se trate, respecto al «nuevo salvaje» alemán, de la presencia de monumentos arquitectónicos y de algunas repeticiones formales en las composiciones. En realidad, la obra de Parra Román no es de naturaleza esencialmente subjetivista, y de ahí su alejamiento respecto de la poética expresionista, sino de raíz entre neosimbolista y neofauve, es decir, que bebe en hontanares norteamericanos que han sido influidos por la estética francesa del cambio de siglo. La planitud cromática y la lujuriosa exaltación del color, aunque sin pinceladas agresivas a lo Maurice de Vlaminck, proceden tanto de Matisse como de Derain, en concreto de ese maravilloso verano de 1905 en Colliure donde definitivamente se inventó el fauvismo. Porque Rafael Parra lo que hace es negar por completo las sombras y rechazar los colores imitativos. Si a estos principios teóricos unimos la dependencia del pop estadounidense señalado antes, el resultado, a pesar de la indiferencia de nuestro pintor por los iconos de la sociedad de consumo, es una obra de vivos efectos decorativos en la que también podemos encontrar zonas acotadas con una pincelada corta que recuerda las ramas de los árboles del primer plano de Montañas de Colliure, un cuadro de André Derain de aquel fecundo estío.

Antes de hablar del simbolismo del joven artista malagueño, es preciso referirse a la presencia de edificios y de arquitecturas en su obra. Para ser sinceros, usa esos elementos muy pocas veces, pero los resultados se cuentan entre los más logrados de su producción. Dos ejemplos son suficientes. El primero es una vista de la fachada norte de la catedral de Málaga, una vista inusual, pues los únicos tonos que se asemejan algo a la realidad son los de las masas de los árboles del primer plano y el azul del cielo contra el que se recorta el templo, ya que las variadas tonalidades que bañan la fábrica de piedra constituyen una sinfonía en la que se dan cita los malvas, naranjas, celestes, rosas y burdeos. Como si de una película se tratase, toda la superficie del papel está tamizada por unas delgadas Rafael Parra Román. REGENSBURG. 2007. Acrílico y acuarela sobre papel. 82 x 100 cm.gotas de lluvia, a modo de cortina protectora. Si nos fijamos con atención, también observaremos que las columnas adosadas de la fachada han adquirido una forma parecida a las columnas de fuste tronco-cónico del Palacio de Cnossos, aunque, eso sí, con un atrevido color turquesa. Aquella cortina lluviosa, sin embargo, según el propio autor, simboliza barrotes o rejas, consecuencia del carácter inaccesible de la ciudad amada y de la nostalgia por ella.

El segundo ejemplo es una de las mejores piezas de toda la exposición. Se trata de una vista parcial de Ratisbona, con el Danubio y el Steinerne Brücke del siglo XII en primer plano, y la catedral gótica de San Pedro al fondo, destacando la célebre fachada occidental del maestro Wentzel Roriczer. Todo el conjunto recuerda visiblemente los pequeños óleos que Kandinsky pintó en el pueblecito de Murnau en 1909, antes de decidirse a dar el paso hacia la abstracción. Hay algo aquí, en esta acuarela de Parra Román, como de cuento de hadas, y puede decirse que es uno de los casos más evidentes en que da rienda suelta a los sentimientos interiores. El río, con sus líneas de puntos, semejando una carretera, evoca los cuadros que pintara Derain en Londres en 1906, por ejemplo Charing Cross Bridge. El cielo, denso y oscuro, amenaza tormenta, y de hecho algunas nubes están descargando un fuerte aguacero. Tampoco puede uno olvidarse, al contemplar esta obra, de las acuarelas de Paul Klee, si bien Parra Román se preocupa menos por lo exótico. El centro histórico de Regensburg, con las casas pintadas de rojo, verde, amarillo y azul, es un cálido recordatorio de la contribución realizada por los dos primeros grupos expresionistas alemanes, Die Brücke y Der Blaue Reiter.

En muchos de los cuadros de Rafael Parra aparece repetido un elemento de forma circular que procede directamente de la decoración nazarí de la Alhambra de Granada y que, mucho antes, lo encontramos en la decoración del palacio omeya de Jirbat al-Mafŷar, del siglo VIII, cerca de Jericó, en la Cisjordania. Su propia forma nos está hablando de uno de los principios que muchas culturas han considerado decisivo en la animación del universo, algo que está en íntima relación con la creencia de nuestro autor acerca de la vida, de la circularidad del agua y de la interconexión de todo lo creado en el cosmos.

Pero el elemento simbólico que más se repite adquiere una forma cilíndrica indefinida que se puede asociar muy bien con las multitudes, con las masas de seres humanos desheredadas, pues la intención de Rafael Parra es denunciar sin estridencias las injusticias sociales que ha observado en diferentes partes del mundo. De ahí que haya querido titular esta exposición Cargas emocionales, pues su sensibilidad hacia lo que ocurre a su alrededor constituye una especie de sacudida que muy bien podría traducirse como de los «huracanes de su conciencia», esos vientos exteriores que le transmiten la realidad del mundo. Aquel elemento, sin cuerpo y sin forma, artísticamente es un componente que alude a la seriación y a la repetición, pero por su significado simbólico está más cerca del devenir del ser. En este sentido, toda la obra de Parra Román es un canto a las posibilidades de realización de los seres humanos, que, a su vez, deben intentar un acercamiento armónico a la naturaleza.

 

 

Publicado originalmente en el catálogo de la exposición individual de Rafael Parra Román celebrada en el Centro

Cultural Provincial de Málaga en septiembre de 2008