|
Charles Péguy (Orleáns, 7 enero 1873 – 5 sep 1914, en la Gran Guerra). Poeta y ensayista católico francés. Desde su primera juventud tuvo fuertes convicciones socialistas y republicanas, parejas con un intenso compromiso moral en favor de los más desfavorecidos y en aras de una auténtica justicia social. El 21 de julio de 1891 terminó el bachillerato en su ciudad natal. También aquí, durante los años 1893 y 1894, estudió en el Colegio Santa Bárbara, a fin de prepararse para ingresar en la Escuela Normal Superior (ENS) de París. En ese Colegio se hizo íntimo amigo de Louis Baillet, quien poco después fue consagrado sacerdote e ingresó en la Orden benedictina. Integrado en la ENS el 31 de julio de 1894, tuvo allí como profesores a Henri Bergson y a Romain Rolland. Fueron numerosos sus amigos en la Escuela, destacando, por su fidelidad, Joseph Lotte. El 20 de octubre de 1897 contrajo matrimonio civil con Charlotte-Françoise Baudouin, hermana de su íntimo amigo Marcel Baudouin, fallecido el 25 de julio de 1896. Charlotte era atea, muy comprometida por tradición familiar con la causa de la Comuna de París. Ello le impidió comprender la paulatina conversión religiosa de Charles a la fe católica, un hecho incontestable desde principios de marzo de 1907. Debido a su profundo respeto por la libertad de expresión y por las creencias ajenas, Péguy hubo de vivir desde entonces inundado de la gracia divina, pero sin poder participar de los sacramentos. Mantuvo el matrimonio civil, y, con gran pesar de su parte, aceptó con gran dolor el que sus hijos no fueran bautizados. El matrimonio tuvo cuatro hijos: Marcel (nacido en septiembre de 1898), Germaine (septiembre de 1901), Pierre (junio de 1903) y Charles (nacido póstumamente, muerto ya su padre). La honda fe de Péguy y la gracia que lo empapaba por completo, quisieron que Charlotte se bautizase en el seno de la Iglesia católica, junto con sus tres hijos menores, once años después de la muerte del padre; en cuanto a Marcel, recibió el bautismo en la Iglesia reformada. El 1 de mayo de 1898, en el nº 17 de la calle Cujas de París, abrió la Librería y editorial socialista Georges Bellais (llamada así por un militar que había sido sargento de uno de sus amigos judíos, así como también porque no podía figurar como dueño al ser becario de la Sorbona). La librería fue un rotundo fracaso. En diciembre de 1897 imprimió en la editorial de La Revue socialiste, su voluminoso drama Jeanne d’Arc, escrito en 1896, que le costó unos cuatro mil francos y apenas se vendió ningún ejemplar. En este drama ateo sobre una santa cristiana ya germinaban las grandes intuiciones de Péguy: la lucha exterior contra el mal universal y el conflicto interior entre la obediencia mística a las voces que escuchaba la muchacha de Orleáns y la sumisión a la política de los doctores de la Iglesia que enseñaban en la Sorbona, la versión escolástica de lo que siempre llamó después el partido intelectual. El affaire Dreyfus le marcó muy profundamente. Desde el primer momento se puso del lado del militar judío injustamente condenado. El asunto se avivó desde el 13 de enero de 1898, a propósito del célebre artículo de Émile Zola, J’accuse, en L’Aurore. Sus amigos y conocidos dreyfusards reuníanse en la librería de Péguy, quien, debido a su intensa actividad política, a sus ocupaciones literarias y a las familiares, suspendió en agosto de 1898 el examen de profesor agregado en la Sorbona. Las dificultades obligaron a la familia a abandonar el domicilio en el nº 7 de la rue de l’Estrapade (hoy el nº 21 de la rue des Fossés Saint-Jacques) e instalarse en Saint-Clair, una pequeña localidad de las afueras de París. En agosto de 1901 hubo un nuevo traslado, esta vez a Orsay, donde la familia permaneció hasta enero de 1908, en que se trasladó a una amplia casa rural, la Maison des Pins, en Lozère, asimismo en las cercanías de la capital. La familia vivía con la suegra de Péguy y con un cuñado. En esta casa escribiría casi todas sus obras más importantes. Los apuros económicos de la librería se acentuaron en el verano de 1899, refundándose como una empresa llamada Societé nouvelle de Librairie et d’Édition, una sociedad anónima en la que Péguy era editor delegado. La sociedad estaba regida por un Consejo de cinco notables socialistas, quienes pronto entraron en colisión con las ideas de Péguy, partidario de la máxima libertad de expresión, lo que iba en contra de las directrices del nuevo partido surgido en la primera semana de diciembre de 1899 del Primer Congreso de Organizaciones Socialistas Francesas. La unidad socialista estaba para el partido por encima de la verdad, algo inadmisible para Péguy, quien chocó con León Blum y, sobre todo, con el sociólogo François Simiand. La ruptura se consumó el 26 de diciembre, cuando Péguy comunicó al Consejo la aparición de una nueva publicación que los notables se negaron a respaldar. Surgieron así los Cahier de la Quinzaine, cuyo primer número apareció el 5 de enero de 1900, teniendo como domicilio el nº 19 de la calle de los Fossés Saint-Jacques, el domicilio particular de sus amigos Jean Tharaud y André Poisson. Ese primer número tenía 144 páginas y se imprimieron 1.300 ejemplares. Aunque con periodicidad fluctuante, los Cahiers se publicaron hasta mayo de 1914, poco antes del alistamiento voluntario de Péguy. Durante esos catorce años vieron la luz 229 Cahiers, repartidos en diferentes series. Siempre se mantuvieron fieles al ideario programático, decir siempre la verdad. Los suscriptores nunca superaron los 1.400, siendo principalmente agnósticos, ateos y judíos. Su calidad era extraordinaria, algo único, tanto desde el punto de vista del contenido como desde el tipográfico. Después del verano de 1900, los Cahiers se establecieron provisionalmente en el segundo piso de la Escuela de Altos Estudios Sociales, en el nº 16 de la rue de la Sorbonne. El administrador era André Bourgeois, un amigo de Péguy desde la infancia. A primeros de octubre de 1901 hubieron de instalarse en el nº 8 de la misma calle, donde permanecerían. La primera noticia cierta del retorno de Péguy a la fe católica la encontramos en la entrada del Diario de Jacques Maritain (1882 – 1973) correspondiente al 5 de marzo de 1907. Ese día habían almorzado juntos en casa de la madre de Maritain, la librepensadora Geneviève Favre (1855 – 1943), amiga íntima y confidente de Péguy que no aprobó el bautizo de su hijo ni la aproximación a la fe católica de su amigo Charles. Por razones personales, que tuvieron mucho que ver con el divorcio de su esposo, Geneviève era protestante. La tarde del 10 de septiembre de 1908, estando convaleciente en su casa, le comunica Péguy a Joseph Lotte: «No te he contado todo. He reencontrado la fe: soy católico». A finales de 1908 le impresiona profundamente el drama Polyeucte (1642) de Pierre Corneille (sobre San Polieucto de Melitene, un oficial armenio martirizado el 10 de enero de 259, en época del emperador Valeriano). Hubo tres personas con las que Péguy mantendría una peculiar relación: los citados Louis Baillet y Jacques Maritain, y el dominico Humbert Clérissac. El primero fue Louis Baillet (Orleáns, agosto de 1875 – Clervaux, Luxemburgo, noviembre 1913). En 1895 ingresó en el Seminario de Issy. Ordenado sacerdote en junio de 1900 en Orleáns. Monje benedictino francés en la abadía de Solesmes, donde entró como novicio en septiembre de 1900. Tuvo que exiliarse, junto con su comunidad de Molesmes, a la isla de Wight, con motivo de la política antirreligiosa llevada a cabo por Émile Combes entre 1902 y 1905, así como por René Viviani entre el verano de 1906 y el de 1909. Después de su estancia forzada en Wight, marchó para Holanda. Amigo íntimo de Charles Péguy, desde que se conocieron en el Colegio de Santa Bárbara en Orleáns entre 1893 y 1894. Después de 1895, sólo se encontraron en dos ocasiones: la primera en julio de 1900, cuando Péguy lo invitó a decir misa en Saint-Clair, la localidad cerca de París donde vivía con su familia; la segunda, en octubre de 1910, en Versalles. La correspondencia entre ambos fue fluida hasta 1900, languideciendo durante los dos años siguientes. En agosto de 1902, Baillet decidió rescindir su suscripción a los Cahiers de la Quinzaine, editados por Péguy, debido al fuerte laicismo de algunos colaboradores. La relación se enfrió, sobre todo por parte de Péguy, aunque nunca dejaron de ser amigos. El 4 de noviembre de 1903, onomástica de Péguy, éste recibió una cariñosa carta de su amigo, quien ofrecía a diario la misa matinal por la conversion de Péguy, a quien había encomendado a Juana de Arco. En la primavera de 1907 el propio Péguy invitó a Maritain a que le sirviera de intermediario ante Baillet. Maritain y Baillet no sólo se hicieron amigos, sino que se asociaron con denodado empeño en acelerar la conversión de Péguy, una tarea que fue entendida y percibida por Péguy como una presión exorbitada, y que, a la postre, acabaría por provocar su ruptura con Maritain. La primera carta de éste a Baillet lleva la fecha de 31 de julio de 1907. El 25 de abril de 1910 le dirige Péguy una áspera misiva a Maritain eximiéndole de su tarea de intermediario. Maritain y Baillet se conocerían personalmente en la isla de Wight en agosto de 1907, siendo el segundo, ante sus fracasos para hacer posible la conversión de su amigo, el que recomendó a Maritain que pusiese en contacto a Péguy con Humbert Clérissac. Los lazos de amistad entre Maritain y Baillet fueron tan grandes que pronto se convirtió el benedictino es una suerte de director espiritual de Jacques y su esposa Raïssa. Péguy y Maritain se conocieron en 1901, cuando el segundo sólo contaba dieciocho años. Aunque todavía protestante, le unía a Péguy esas ansias laicas de combatir el mal universal. Maritain se licenció en Letras y en Ciencias, obteniendo la agregación de filosofía en 1905. Péguy contaba ocasionalmente con la colaboración de este joven brillante para pequeños trabajos en los Cahiers. En 1904, poco antes de que Jacques contrajese matrimonio con la intelectual rusa de origen judío Raïssa Oumansoff (1883 – 1960), Péguy le encargó un trabajo de mayor entidad para los Cahiers: ocuparse de la edición anotada del Testamento político de Waldeck-Rousseau [Pierre Waldeck – Rousseau, 1846-1904, fue un político liberal y estadista francés]. El aprecio de Péguy por el joven pensador crecía constantemente. En junio de 1906 Jacques y Raïssa se bautizaron furtivamente en la Iglesia Católica, apadrinados por Léon Bloy. Péguy creyó que le robaban un amigo, aunque ya transitaba por la misma senda que Jacques. A Péguy le molestaba el término converso, muy del agrado de Jacques. El matrimonio partió en agosto para Heidelberg, pues Jacques había obtenido una beca para completar una tesis doctoral en biología. A principios de marzo de 1907, los Maritain regresaron a París, a fin de apaciguar a los padres de Raïssa y a la propia Geneviève Favre de la conversión de ambos jóvenes. Jacques visitó a su madre el 3 de marzo. Al no arreglarse las cosas entre ambos, volvió a verla el día 5, que fue, como hemos dicho antes, cuando se encontró en casa de su madre con Péguy, que iba allí un día a la semana a almorzar, percibiendo sagazmente el proceso de conversión de su amigo. Pero Péguy persistía en su anticlericalismo tan peculiar, razón por la que se alegró de que los Maritain volviesen a Heidelberg y de que en mayo le prorrogasen la beca a Jacques un año más. Filosóficamente hablando, Maritain se declaraba por entonces bergsoniano, si bien distancióse después intelectualmente de su eximio maestro. De otro lado, Maritain había sido el primero, y, durante un tiempo, el único en saber el camino hacia la fe emprendido por Péguy. Pero las presiones de Jacques, aunque sobre todo de Raïssa y de una hermana de Maritain, Jeanne, una conversa muy celosa de su misión, las percibía Péguy como un acoso. Para él, la gracia que Dios derrama sobre los hombres, dispone de un ritmo temporal que nada tiene que ver con el nuestro, sino con la eternidad. Ya llegaría ese momento. Por su parte, él estaba dispuesto, pero sufría mucho con la frontal oposición de su mujer, Charlotte, una convencida atea anticristiana, y, sobre todo, de su suegra, aún más intransigente que su hija. Ambas amenazaron a Péguy que preferían suicidarse antes que consentir en el bautizo de los hijos de Charlotte con su marido. Péguy sufría física y espiritualmente. La negativa firme de ambas mujeres le provocó una dolencia hepática, deteriorando mucho su salud. El propio Péguy pudo constatar tan intolerante actitud cuando se sinceró a solas, postrado en el lecho, con su suegra, quien lo tomó por un demente, pregonándolo entre sus amigos. Pero Péguy no estaba dispuesto a separarse de Charlotte [quién sabe si por lealtad al hermano muerto de ella, su íntimo Marcel], ni tampoco a violentar la situación. Es más, estaba convencido, como de hecho así sucedió años después de la muerte de Péguy, que su mujer y sus hijos terminarían bautizándose e ingresando en la Iglesia Católica. Una muestra más del don profético que le caracterizaba. La crisis con su familia se agudizó durante el verano de 1908. El 16 de julio, comiendo en casa de los Maritain, les dijo Péguy: Liberi mei non mei sunt. Uxor. Matrimonii sacramentum nolo [Mis hijos no son míos. Mi esposa. No quiero el sacramento del matrimonio]. También hay que hacer constar las dificultades que ponía a Péguy la propia Iglesia, obligándolo, si quería recibir los sacramentos, a casarse canónicamente con Charlotte, para lo cual ésta habría de bautizarse (aunque podía solicitarse una dispensa de Roma que eximiese a Charlotte del bautizo), y a que sus hijos fuesen bautizados. Todo esto lo supo Péguy por Jacques, informado a su vez por Baillet. La convalecencia de nuestro autor continuó hasta noviembre de 1908. Por si fuera poco, fracasó, por falta de financiación, el ansiado proyecto de editar lujosamente en 1910, décimo aniversario de la fundación de los Cahiers, el Polyeucte de Pierre Corneille. También en noviembre se produjo aquella desastrosa confesión a su suegra. Fue entonces cuando Baillet recomendó la entrada en escena del dominico Humbert Clérissac (1864 – 1914), próximo al movimiento nacionalista constituido en torno al periódico L’Action française (publicado entre el 21 de marzo de 1908 y agosto de 1944, en que fue prohibido), dirigido por el monárquico Charles Maurras (1868 – 1952). Concertóse una entrevista para el domingo 13 de diciembre de 1908, a la que Péguy no asistió. Esta ausencia desanimó a Maritain, quien escribió con dureza a Péguy. Pero éste no se arredró, confesándole a Maritain, el día de San Esteban, que él siempre se había sentido cristiano, al menos en su corazón. Estos duros intercambios, la debilidad física, la incomprensión de su familia y de los amigos más cercanos, condujeron a Péguy a plantearse seriamente el traspaso de los Cahiers. Pero, en febrero de 1909, la negativa de la editorial Plon de hacerse cargo de la revista, así como la negativa de su acaudalado amigo judío el historiador y ensayista Daniel Halévy (1872 – 1962) de aceptar la dirección, le llevaron a continuar, a fin de no dejar sin trabajo al fiel administrador André Bourgeois. No obstante, estaba decidido a obtener una plaza de profesor en cualquier universidad o en un Liceo. En junio de 1909 llegó a inscribir en la Sorbona un proyecto de tesis doctoral que sería dirigido por Gabriel Séailles (1852 – 1922) y que llevaría por título De la situation faite à l’histoire dans la philosophie générale du monde moderne, finalmente no realizada. Durante esta primera mitad de 1909, Péguy confiaba en privado su vuelta a la fe, según lo atestigua el periodista Joseph Ageorges (1877 – 1957), quien escribe en 1936: «Hablaba como un maestro, como un pastor que lleva el cordero a hombros. Hablaba como un hombre que ha recibido gracias especiales… Creía… en la comunión de los santos; daba incluso la impresión de vivir en contacto permanente con ellos; creía sobre todo en la caridad… Después de haberse declarado cristiano como ningún cristiano era cristiano, añadía desafiante: “A ver si me comprendes, ¡yo no voy a misa!”» Su cristianismo era teológicamente anticlerical. Durante este primer semestre de 1909, evitaba a Maritain, pero tuvo numerosas confidencias con Jeanne, la hermana de Jacques, como se ha dicho ya una conversa entregada con verdadero celo a la causa católica. En cierta ocasión preguntóle a Péguy que qué ocurriría si uno de sus hijos enfermase gravemente, preocupada porque los hijos del escritor no estaban bautizados. Él respondió: «Iría a pie a Chartres a confiárselo a Nuestra Señora». Ante el asombro de Jeanne, continuó: «Allí arriba conocen mis sufrimientos, saben que soy un hombre de buena voluntad, de la raza de los cruzados y de los grandes peregrinos de la Edad Media. -Ellos practicaban su religión más que usted, le replicó Jeanne. -¿Rezaban acaso más que yo?», respondió vivamente Péguy. Los esposos Maritain continuaban en sus esfuerzos consultando siempre con Louis Baillet y con Humbert Clérissac. El 22 de julio de 1909, Jacques dirigióse a la Casa de los Pinos, en Lozère, aprovechando la ausencia del escritor, para hablar con Charlotte y con su madre, la señora Baudouin. Maritain admite que fue un fracaso total. Convencióse de lo dañinas que ambas mujeres eran para Charles. En su Diario anota palabras durísimas contra las dos, culpabilizando aún más a la suegra. Esta visita descorazonó a Baillet y a Clérissac, quienes lo dieron por perdido, pero, sobre todo, afectó mucho a Péguy, que la consideró un despropósito, llegando incluso a rogarle a Geneviève Favre que intentase reparar el daño hecho por su hijo. La amiga de Péguy, después de entrevistarse con las dos mujeres, le contestó al escritor que lo que tenía que hacer era elegir entre ella o su hijo. Esta era la tremenda situación espiritual de Péguy cuando se decidió a redactar, en junio o julio de 1909, la primera versión de lo que llamó en principio el diálogo carnal. En julio de 1910 aparece en los Cahiers (cuaderno doce de la serie once) un ensayo fundamental de Péguy, Nuestra juventud, el análisis más penetrante que existe sobre el affaire Dreyfus. En septiembre de 1911 escribe en los Cahiers una virulenta respuesta, Un nouveau théologien. M. Fernand Laudet, a una crítica adversa de Fernand Laudet a su Mystère de la Charité de Jeanne d’Arc (el 25 de enero de 1926, en los Cahiers, fue publicado parcialmente un texto de Péguy, El misterio de la vocación de Juana de Arco, título que se debe a su hijo Marcel; este texto, publicado hoy completo en español por la editorial granadina Nuevo Inicio, formaba parte inicialmente de El misterio de la caridad de Juana de Arco, aunque Péguy decidió retirarlo, quedándose como dos fragmentos inconexos entre sí, aunque de una extraordinaria hondura espiritual, suponiendo algunos críticos que podría haber sido el final de El misterio de la caridad…, si bien, por razones que desconocemos, Péguy lo retiró, no existiendo pruebas de que fuese un «Primer Acto» o una segunda parte o una continuación de la obra publicada). En esa virulenta respuesta a Laudet, escribe Péguy: «Hemos encontrado el camino de la cristiandad por medio de una profundización constante de nuestro corazón en el mismo camino, de ninguna manera a través de una evolución, de ninguna manera retrocediendo. No lo hemos encontrado volviéndonos. Lo hemos encontrado como final … por eso no renunciaremos nunca ni a un solo átomo de nuestro pasado … Nuestra prefidelidad invencible, nuestra joven prefidelidad a las costumbres cristianas, a las más profundas enseñanzas de los Evangelios, nuestra obstinada, nuestra enteramente natural, nuestra animosa prefidelidad secreta, nos constituía ya como parroquia invisible». Esta maravillosa prefidelidad que descubre Péguy, esta parroquia invisible a la que siente haber pertenecido antes de tener conciencia de la fe, nos enseñan que la elección de Dios desordena el tiempo, lo retuerce e introduce en él la eternidad. «Nuestro cristianismo -podemos leer en Nuestra juventud- no será nunca ni un cristianismo parlamentario ni un cristianismo de parroquia rica». Entre 1909 y 1912 escribió Verónica, diálogo de la historia y el alma carnal, una de las reflexiones más descarnadas, más certeras y más amorosas que se hayan hecho jamás sobre el hombre moderno y la Iglesia. Hay fundadas razones, como hemos adelantado, para creer que en junio o julio de 1909 Péguy comenzó a escribir su diálogo carnal, pero también para afirmar que lo terminó ese mismo verano. En principio lo tituló Dialogue de l’histoire et de l’âme charnelle [Diálogo de la historia y el alma carnal]. En septiembre de 1910 ya estuvo hablando con su amigo Joseph Lotte de su Dialogue. En su escrito Un nouveau théologien, publicado en los Cahiers en septiembre de 1911, al que ya nos hemos referido, Péguy citaba hasta tres veces su diálogo carnal. En su primera cita decía que esperaba demostrar en su Dialogue «que entre la cultura y la fe … no hay de ninguna manera … contradicción, sino, por el contrario, profunda complicidad … alimento profundo de la cultura para la fe, literalmente una vocación, un profundo destino de la cultura hacia la fe». En su segunda cita afirmaba: «[El Dialogue] me puso sobre la pista de los Misterios de Juana de Arco. El centro de ese diálogo estaba consagrado … a esa misteriosa relación entre lo temporal y lo eterno, entre el héroe y el santo, entre el pecador y el santo. A esa contradicción de relación. O, mejor aún, era esa relación misma. El pecador y el pecado son una pieza esencial del cristianismo, una pieza esencial de la cardinal articulación cristiana. El pecador y el santo son dos piezas esenciales complementarias … que actúan una sobre otra, y cuya articulación una sobre otra constituye todo el secreto de la cristiandad». En la tercera cita decía que «el pecador y el santo son … dos piezas … integrantes … del mecanismo de la cristiandad … dos piezas indispensables … mutuamente complementarias … dos piezas complementarias no intercambiables y a la vez intercambiables de un mecanismo único que es el mecanismo de la cristiandad. De un mecanismo que nunca será desmontado». A mediados de mayo de 1912, Jules Riby, compañero de Péguy en la ENS, anunciaba a Lotte que el Dialogue se publicaría primero por entregas en La Nouvelle Revue française, con el título Clio, dialogue de l’histoire et de l’âme charnelle, habiendo prometido Péguy al editor que la obra estaría terminada en agosto, a fin de iniciar la publicación en septiembre. La aparición de Clío, la mayor de las nueve Musas hijas de Mnemosine [la Memoria], quizás estuviese relacionada con la proyectada tesis doctoral acerca de la historia que iba a dirigirle Gabriel Séailles. En junio de 1912, debido a las condiciones económicas, rompe Péguy el acuerdo con La Nouvelle Revue française, fracasando casi inmediatamente después otro con La Grand Revue, decidiéndose, finalmente, por La Revue des Deux Mondes. El 22 de junio relee todo el manuscrito para fijar su versión definitiva. Los 95 primeros folios manuscritos se convirtieron en 113. El 26 de junio ve la necesidad de añadir un inciso en el folio 113, inciso que llegó a conformar un volumen de 984 nuevos folios. La gran extensión que alcanzó la obra y la proximidad del comienzo del nuevo curso académico, motivaron el que Péguy renunciase una vez más a su publicación. A finales de septiembre de 1912, el registro de la visita anual de Lotte a principios del curso académico, confirma que Péguy había decidido ya dividir la obra. Le escribe a Lotte: «Voy a publicar en los Cahiers mis diálogos de la Historia. He hecho de ellos un ser vivo, Clío, hija de Memoria. Pobre Clío, se pasa el tiempo buscando huellas, y sus huellas nunca reproducen nada… El primer volumen se llamará Clío. El segundo se llamará Verónica. Es admisible, viejo. Clío se pasa el tiempo buscando huellas, huellas vanas, y una judía de tres al cuarto, una chavalilla, la pequeña Verónica, saca su pañuelo, y de la cara de Jesús toma una huella eterna. Eso lo pone todo patas arriba. Estuvo allí en el momento oportuno. Clío siempre llega tarde». Parece que en abril de 1913 la división estaba ya hecha, porque en el noveno Cahier de la serie decimocuarta, en L’Argent, puede leerse: «Porque del ateo francés puede salir un santo francés. Y de todo ese centro alemán y de todos esos austriacos nunca saldrá un santo francés. Interviene aquí, mi joven compañero, el misterio de lo carnal y de lo temporal y de la inserción de lo espiritual en lo carnal y de la inserción de lo eterno en lo temporal, y, por decirlo todo, interviene el misterio de la Encarnación… Volveremos a encontrar ese misterio en nuestra Clío, diálogo de la historia y el alma pagana, y en nuestra Verónica, diálogo de la historia y el alma carnal». Ninguna de estas dos obras fue publicada en vida del autor. Cuando murió, sobre su mesa de trabajo encontróse un manuscrito casi listo para imprimir titulado Clío, diálogo de la historia y el alma pagana. Estaba formado por los 95 primeros folios manuscritos de aquel diálogo carnal original del verano de 1909, con todas las correcciones hechas después y seguidos del gran inciso redactado en 1912. Fue publicado por primera vez en 1917, en el tomo VIII de las primeras Obras Completas de Charles Péguy que editó Gallimard. Los folios restantes del primer manuscrito, que constaba de un total de 417 (los folios restantes eran 417 – 95 = 322 folios), los folios, en realidad, más duros para Jacques Maritain, Louis Baillet y Humbert Clérissac, protagonistas del malogrado intento de acercamiento desde el umbral al interior de la Iglesia, fueron encontrados en una vitrina en la que Péguy guardaba los textos que necesitaban una elaboración posterior. Tales folios contenían una formidable reflexión sobre la articulación de lo temporal y lo eterno, sobre la acción liberadora de la gracia en el hombre, sobre la conversión de la mística cristiana en una política, sobre la descristianización del mundo moderno provocada por esa conversión y sobre la culpabilidad de los religiosos como responsables fundamentales de ese fenómeno. En esos folios puede leerse: «… que toda esta descristianización … ha venido del clero. Todo el marchitarse del tronco, la desecación de la ciudad espiritual, fundada temporalmente, fundada, prometida eternamente, no viene de los laicos, viene de los clérigos. Procedit a clericis. No viene de ninguna manera de los laicos. Viene únicamente de los clérigos» (Verónica, diálogo de la historia y el alma carnal. Granada, Nuevo Inicio, 2008, pág. 94. La traducción y el extenso y documentado prólogo son de Sebastián Montiel Gómez, Catedrático de Geometría de la Universidad de Granada). Hasta 1955 no se editó este texto [Verónica, diálogo de la historia y el alma carnal] por vez primera, por iniciativa del hijo del escritor, Pierre, dentro del volumen XIX de las Obras Completas de la colección blanca de Gallimard, con el título equívoco de primera versión de Clío. En 1957 se volvió a publicar en la nueva edición de las Obras Completas que, tras el fallecimiento de Pierre, preparó su hermano Marcel Péguy, bajo el título [Verónica], diálogo de la historia y el alma carnal. La última edición de Gallimard de las Obras Completas de Péguy es de 1987 y fue coordinada por Robert Burac (1935 – 2006), que ha sido siempre bastante crítico con el trabajo hecho por Marcel Péguy como editor de las obras de su padre. El texto de Verónica [esto es, el editado por Nuevo Inicio en 2008] se publica en esta última edición como póstumo y se data en 1912, fecha de las últimas correcciones de Péguy, se suprime el contenido de los 95 folios usados para escribir Clío y se elimina la referencia a Verónica del título, quedando éste así: [Diálogo de la historia y el alma carnal], donde los corchetes atestiguan que ni siquiera ese título fue definitivamente establecido por el autor. Según el jesuita y cardenal francés Jean Daniélou (1905 – 1974), las intuiciones fundamentales sobre la fe contenidas en esta obra de Péguy, son tres: «La primera, que el cristianismo no es una secta de puros, sino una muchedumbre inmensa de santos y pecadores; la segunda, que el cristianismo no es sólo una adhesión personal, sino también una tradición social, que se transmite a través de la familia, la raza, la nación; la tercera, que no hay separación entre religión y civilización (lo que constituye el error de los modernos), sino que lo temporal tiene una “dimensión” sagrada» («Le peuple chrétien selon Péguy», Études 322 (1965), págs. 182-183). La mística primigenia, según Péguy, se encuentra en la aceptación de este mundo, de nuestra carne, incluso de nuestra muerte, por parte de Jesús, en la asunción total de la humanidad por parte de Dios. Encajan ahí perfectamente las dos piezas de un solo mecanismo: lo eterno y lo temporal. En agosto de 1912, estando enfermo su hijo Pierre, Péguy peregrinó desde Lozère, cerca de París, donde residía, hasta la catedral de Nuestra Señora de Chartres, recorriendo 144 km en tres días. Cuando entró en su catedral, estuvo rezando una hora seguida, incluso por sus enemigos. Él mismo escribió en su correspondencia que, al avistar desde unos diecisiete km, las agujas de Chartres, sintió cómo le eran perdonados todos sus pecados. El 28 de septiembre de 1912 encontróse con su fiel amigo Joseph Lotte, a quien poco después escribió: «Viejo, he cambiado mucho desde hace dos años. Soy un hombre nuevo. ¡He sufrido y he rezado tanto! No lo sabes bien … Vivo sin sacramentos. Es una apuesta. Pero tengo tesoros de Gracia, una inconcebible abundancia de gracia … He peregrinado a Chartres. Soy de la Beauce. Chartres es mi catedral … Mi chaval se ha salvado, y he puesto a los tres en manos de Nuestra Señora. Yo no puedo ocuparme de todo. No tengo una vida corriente. Mi vida es una apuesta. Nadie es profeta en su tierra. Mis pequeños no están bautizados; la Virgen Santa tiene que ocuparse de ellos».
***********
*Charles Péguy (enero 1873 – septiembre 1914). Nuestra juventud. Buenos Aires, Emecé, 1945. Traducción de María Zoraida Villarroel. Escrito entre junio y julio de 1910, el ensayo Notre jeunesse fue publicado en los Cahiers de la Quinzaine en julio de ese año.
*En este magistral ensayo hace Péguy una concienzuda reflexión y revisión de lo que para él y otros amigos suyos supuso el affaire Dreyfus, desencadenado con motivo de la injusta condena a prisión perpetua, en diciembre de 1894, a que fue sentenciado el militar de origen judío Alfred Dreyfus (1859 – 1935), capitán entonces en el Estado Mayor del Ejército, acusado de traición y de espiar para los alemanes. Degradado de su graduación militar y expulsado, fue deportado a la isla del Diablo, en la Guayana francesa. La presión de la opinión pública, alentada por algunos intelectuales, especialmente Bernard Lazare y Émile Zola, lograron reabrir el caso y celebrar un segundo proceso en Rennes (Bretaña) en septiembre de 1899, donde fue de nuevo declarado culpable, pero con circunstancias atenuantes. Fue amnistiado durante el ministerio Waldeck-Rousseau, pero no se le declaró inocente ni se le rehabilitó hasta julio de 1906. En la Gran Guerra obtuvo el grado de teniente coronel. *El compromiso de Péguy es para con los valores republicanos, esto es, para con la defensa de la dignidad y la justicia, además de proclamar su rechazo frontal hacia el antisemitismo y hacia los políticos demagogos y la corrupción y degradación moral que se había apoderado de la Tercera República (fundada en 1871, después del aplastamiento de la Comuna de París) desde 1881. Ya surgen en este ensayo claros indicios de su conversión al catolicismo y de sus profundas creencias y convicciones cristianas, una realidad personal que se retrotrae a principios de marzo de 1907. Se dirige especialmente Péguy en estas páginas a la juventud, a esa «generación intermedia» que «ha perdido el sentido republicano, el gusto por la república, el instinto, más seguro que todo conocimiento, de la mística republicana». Esa generación «ha llegado a ser totalmente extraña a esa mística», al menos, desde 1890. La palabra mística es, quizás, la más empleada en este ensayo, y su connotación religiosa es indudable, pues, cuando él habla de «mística republicana», se está refiriendo a una serie de valores cívicos profundos, de principios morales y de convicciones inquebrantables que están en íntima conexión con la mística cristiana, no en cuanto a que sean iguales, pero sí a que son equiparables, semejantes, por la honda honestidad que encierran, aunque, naturalmente, la mística cristiana encierra un misterio inalcanzable para la razón y el razonamiento lógico. La mística republicana no puede desentenderse de la defensa de la dignidad del individuo, de la justicia, de la libertad individual; al contrario, es consustancial con esos valores, que tienen que ser firmes, inquebrantables. Péguy lleva a cabo un profundo análisis del affaire Dreyfus, diagnosticándolo, estableciendo sus causas, el comportamiento y la posición de los que estaban a favor de la inocencia del militar y de su culpabilidad, pero sobre todo, del comportamiento obsceno, inmoral, retorcido, inescrupuloso, de los demagogos que confunden a la opinión público, que quieren aprovecharse del escándalo para su medro personal, de los que distorsionan los hechos, juegan con una calculada ambigüedad, deliberadamente intrincada, laberíntica, maquiavélica, a fin de sacar rédito personal, de satisfacer intereses personales mezquinos, groseros, llenos de dobleces y de ambición de poder y de dinero. También analiza las consecuencias, así como los distintivos de los auténticos dreyfusards, tan precisos, tan claros, tan evidentes, a pesar de su derrota, de no haber sido escuchados por los poderes establecidos, y, si lo han sido, con la boca pequeña, de manera semiclandestina, vergonzante, pues, en realidad, tales poderes no creían en la inocencia del acusado. El estilo literario de Péguy es sumamente original, inconfundible. Uso constante de las locuciones adverbiales, las cuales repite una y otra vez con innumerables sinónimos, del mismo modo que repite constantemente las mismas ideas, las mismas conclusiones, pero sin que haya la más mínima monotonía en ello, pues cada vez que lo lleva a cabo es como si lo hiciera desde un ángulo distinto, o como si tratase de enfatizar, de subrayar, un pensamiento. Péguy es un escritor formidable, que emociona profundamente al lector, pues sus palabras están llenas de vida, de íntimas convicciones insondables, sin la más mínima concesión a lo que debe o no debe decirse, ya que para él lo único que hay que decir en todo momento es la verdad. De ahí lo incómodo de su escritura, el malestar insoportable y el desprecio que provoca en los hipócritas, en los sepulcros blanqueados, en los fariseos de toda laya y condición. *Después de ellos, después de los miembros de su generación, de los dreyfusards, Péguy está convencido que ha llegado el tiempo de los que no creen en nada; por eso el tiempo es otro, la época otra distinta, nueva. Ese mundo nuevo que ha surgido es el mundo moderno, contra el que Péguy lanza sus invectivas y sus críticas, un mundo que será especialmente rechazado por el escritor en su libro Verónica, diálogo de la historia y el alma carnal, redactado en 1909 y publicado una vez muerto su autor. Ese mundo moderno es el de las gentes que se las dan de listas, el «de los que no creen en nada», ni siquiera «en el ateísmo; de los que no saben de abnegaciones; de los incapaces de sacrificios … el mundo de los que carecen de una mística y de ello se jactan». «El movimiento de desrepublicanización de Francia es, en lo profundo, el mismo que el de su descristianización». Se trata de un único movimiento de «desmisticación». La esterilidad moderna agosta la ciudad de los hombres y la ciudad de Dios. «Por primera vez en la historia se da el caso de que todo un mundo vive y prospera, parece prosperar, en contra de toda cultura». *Péguy conoce perfectamente la historia de Francia y las grandes etapas de la historia de la cristiandad europea. Asimismo, es un buen conocedor de la Antigüedad greco-romana, por la que siente una admiración muy grande. De hecho, la Antigüedad clásica, pagana, y la cristiandad del Occidente medieval, especialmente de Francia, son para él los dos momentos estelares de la historia del mundo. Se advierte la sólida formación que proporcionaba un liceo francés de enseñanza media en la segunda mitad del siglo XIX. *«Nosotros creemos … que son los pueblos los que hacen la fuerza y debilidad de los regímenes, y, en mucho menor grado, los regímenes a los pueblos». *«Todo comienza en mística y termina en política … La cuestión de esencial interés es la de cómo evitar en cada orden, en cada sistema, que la mística sea devorada por la política a la cual da nacimiento». *«… el 2 de diciembre de 1851 [golpe de Estado de Luis Napoleón] fue una perturbación, la introducción de un desorden, quizás la más grande perturbación producida en la historia del siglo XIX en Francia». Ese acontecimiento supuso la entrada en el tejido mismo político y social de la Nación de «gente nueva de ninguna manera mística, puramente política y demagógica». Desde 1881, «debido a la intrusión de la tiranía intelectual y de la dominación primaria», la República «comenzó a transformarse en un gobierno de desorden». De republicana que era, la República se convirtió en cesárea [cesarista].
*9 – 10 noviembre de 1799 (18 Brumario): golpe de Estado de Napoleón Bonaparte, que se convierte en Primer Cónsul. 2 de diciembre de 1851: golpe de Estado de Luis Napoleón. 18 de marzo de 1871: comienzo de la Comuna. 28 de mayo de 1871: fin de la Comuna, con la subsiguiente represión.
*El affaire Dreyfus nos ha enseñado que «el verdadero traidor … es el que vende su fe, su alma, el que libra su ser esencial, el que pierde su alma, el que traiciona sus principios, su ideal, su ser mismo, su mística, para entrar en la política a ella correspondiente». «… exigimos siempre de nuestros amigos un respeto que nuestros enemigos [los anti-dreyfusards] no nos han rehusado jamás». *«… sin ninguna duda, es en la enseñanza superior donde hay, hoy, una mayor infiltración de escuela primaria, una mayor contaminación y dominación primaria … tengo la convicción de que hoy en día, en Francia, se imparte una cultura mucho más verdadera en la mayor parte de las escuelas primarias, en la mayor parte de las escuelitas de aldea, … que la que se imparte entre los cuatro muros de la Sorbona … por una cierta cantidad de maestros de enseñanza secundaria, bastante numerosa por suerte, la cultura no ha desaparecido todavía en este país … la enseñanza secundaria es todavía, a pesar de su desmantelamiento y de todos sus defectos, la ciudadela, el reducto de la cultura francesa». *«Los místicos son, entre ellos, mucho menos enemigos de lo que lo son los políticos … jamás la mística cívica, la antigua, la mística de la ciudad y de la república antigua se opuso … a la mística de la salvación, de la manera como la política pagana se opuso a la política cristiana». Hay en el asunto Dreyfus «una singular virtud de virtud mientras quedó en mística y una singular virtud de malicia tan pronto como entró en la política». «… el asunto Dreyfus es un asunto elegido». Ha sido una crisis triplemente eminente. Una crisis eminente en la historia de Israel, en la de Francia y en la de la cristiandad. Este asunto inmortal vivió de su mística y murió de su política. Los dreyfusards nunca hemos perdido el respeto al respeto. Sólo los místicos representamos el dreyfusismo, del que hemos sido el corazón y el centro. Sólo los dreyfusistas místicos han seguido siendo dreyfusistas y místicos, y se han conservado con las manos puras. Aunque los políticos digan que los místicos no somos prácticos, y ellos sí, se equivocan. Los místicos son los prácticos y no los políticos. Somos los místicos «los que hacemos algo», mientras que los políticos no hacen nada. Los místicos los que atesoran; ellos los que dilapidan. Los místicos los que edificamos, los políticos los que demuelen; nosotros los que nutrimos y ellos los que parasitan. Nosotros los que hacemos las obras y los hombres, los pueblos y las razas. Y ellos los que las arruinan. *El asunto Dreyfus, el misticismo dreyfusista, fue una culminación de tres misticismos: judío, cristiano, francés. Los tres coincidían en un reencuentro. El más grande de esos dreyfusistas ha sido el periodista político Bernard-Lazare (1865 – 1903), un gran amigo de Péguy que fue el primero en denunciar la injusticia del primer proceso llevado a cabo a finales de 1894. A partir de la página 85 hace Péguy de él un brillante retrato. *El affaire Dreyfus ha sido una explosión de la mística judía. Toda la política de Israel consiste en no hacer ruido en el mundo, en comprar la paz por un silencio prudente. Pero toda la mística de Israel consiste en que Israel prosiga en el mundo su resonante y dolorosa misión. *A pesar de no ser creyente, Bernard-Lazare tenía partes de santo, de santidad. Por su honestidad, por su insobornable sentido moral, por su rectitud y sentido de la verdadera justicia, por su bondad y dulzura, por su ternura mística, por su falta absoluta de hipocresía, por su respeto al adversario ideológico, por su rechazo total a adular a los poderosos, a los políticos, a los demagogos. Vivió y murió como un mártir. Fue un profeta. El único diario que le hizo justicia y lo trató con dignidad, reconociéndosele su amor a Israel y su grandeza, fue un diario enemigo, nacionalista y antisemita, La Libre Parole, por boca de Édouard Drumont (1844 – 1917). Es una vergüenza que haya sido olvidado por los suyos, por los dreyfusards. Bernard-Lazare tenía de la amistad no solamente una idea mística, sino un sentimiento místico, de una profundidad increíble. Poseía ese apego de orden místico a la fidelidad que forma el corazón de la amistad, y de esta fidelidad hacía un ejercicio místico. Le gustaba conversar con el sindicalista revolucionario Georges Sorel (1847 – 1922). Bernard-Lazare era un hombre para quien la razón de Estado, el poder temporal, los políticos y todas las autoridades de este mundo no significaban nada frente a la propia conciencia. Para él, los más grandes poderes temporales sólo pueden sostenerse en los poderes espirituales interiores. Tenía un increíble sentido de la rectitud, sobre todo en lo que no amaba, tanto en lo político como en lo judicial. Sentía un afecto secreto y una afinidad profunda con las otras potencias espirituales, incluso con los católicos, a quienes deliberadamente combatía. Pero sólo los combatía con armas espirituales en batallas espirituales. A pesar de ser judío, decía: «Los clericales nos han fastidiado durante años: no se trata al presente de fastidiar a los católicos». No quería volver bien por mal, sino lo justo por lo injusto. Aborrecía el Estado y el poder temporal: «No puede perseguirse mediante leyes a las gentes que se reúnen para elevar sus preces. Aun cuando fueran quinientos mil. Si se los encuentra peligrosos, o con demasiado dinero, pueden ser perseguidos con medidas generales, como todo el mundo, por las leyes económicas generales que persigan y alcancen a todos los que son tan peligrosos como ellos, a los que, como ellos, tienen dinero». No soportaba que lo temporal se mezclase con lo espiritual. Lo temporal es demasiado basto y mezquino. La propia conciencia, pensaba, no sólo está por encima de las leyes, sino que es la jurisdicción suprema y única. Nunca he visto, dice Péguy, un ateo tan ateo como Bernard-Lazare, en quien resonara con tanta fuerza y dulzura la palabra eterna. Su bondad era reposada, infinitamente firme, invencible. En su lecho lo vio una y otra vez Péguy, vio, como él dice, «a este ateo desbordante de la palabra de Dios». *La mística es la fuerza invisible de los débiles. *Crítica frontal y devastadora de Péguy sobre la antidemocrática, laicista y sectaria Ley de las Congregaciones Religiosas que se aprobó bajo el gobierno de Émile Combes (1835 – 1921), un consumado demagogo, dirigente del Partido Radical y Presidente del Consejo entre el 7 de julio de 1902 y el 24 de enero de 1905. La misma política antirreligiosa, asimismo criticada con extrema dureza por Péguy, llevó a cabo René Viviani (1862 – 1925), del Partido Radical-Socialista, Ministro de Trabajo entre el verano de 1906 y el de 1909. *«La mística dreyfusista fue un caso particular de la mística cristiana … Nuestro dreyfusismo era una religión, … un brote, una crisis religiosa … La Justicia y la Verdad no eran para nosotros justicias y verdades muertas, conceptuales … ni justicias y verdades del partido intelectual, sino orgánicas, cristianas, nada modernas, eran eternas y no únicamente temporales … una Justicia y una Verdad vivientes». «… nuestro socialismo … era esencialmente la religión de la pobreza temporal … Nuestro socialismo no ha sido jamás ni un socialismo parlamentario ni un socialismo de parroquia rica. Del mismo modo nuestro cristianismo no será jamás ni un cristianismo parlamentario, ni un cristianismo de parroquia rica … todas las fuerzas políticas de la Iglesia estaban contra el dreyfusismo. Pero las fuerzas políticas de la Iglesia han estado siempre en contra de la mística. Especialmente contra la mística cristiana … la mística dreyfusista fue para nosotros, esencialmente, una crisis de la mística francesa». En cuanto al affaire Dreyfus, «de ningún modo consistía, para nosotros, en el conocimiento de la inocencia o de la culpabilidad de Dreyfus, sino en el hecho de saber si se tendría o no el coraje de declararlo inocente». «Cuando Jaurès [Jean Jaurès, 1859-1914, político socialista, en muchos aspectos un demagogo], por una sospechosa y baja complacencia para con el herveísmo y para con Hervé [Gustave Hervé, 1871-1944, político por entonces socialista, aunque evolucionó hacia posiciones nacionalistas y próximas al fascismo italiano], personalmente dejaba decir y hacía creer a un tiempo mismo que era menester renegar, traicionar y destruir a Francia para crear así la ilusión política de que el movimiento dreyfusista era un movimiento antifrancés, y, por otra parte, a la vez cediendo a los más bajos intereses electorales, a la más baja complacencia ante las demagogias y las agitaciones radicales, decía y trabajaba para que el asunto Dreyfus y el dreyfusismo formaran parte integrante de la demagogia y la agitación radical, anticlerical, anticatólica, anticristiana, de la separación de la Iglesia y del Estado, de la ley de las Congregaciones waldeckista [aprobada por Pierre Waldeck-Rousseau], y de la particular aplicación combista [ver supra Émile Combes] de esta ley, creando de tal modo la ilusión política de que el movimiento dreyfusista era un movimiento anticristiano, no sólo nos traicionaba y nos desviaba de nuestro camino, sino que nos deshonraba».
Continuará...
|