Peinado y el reino de la libertad

 

Pintura. Francisco Peinado.

Sala de arte de la Diputación Provincial de Málaga. C/ Ancla, 1. Hasta el 28 de mayo de 1998.

 

No tiene nada de extraño que esta exposición de obra última de Francisco Peinado (Málaga, 1941) provoque algún grado de desconcierto, sobre todo entre quienes gustan de cerradas clasificaciones estilísticas y de visiones de conjunto excesivamente unitarias y preconcebidas sobre la trayectoria de los inventores de formas artísticas. En el caso que nos ocupa, y de ahí su debilidad crítica, semejante turbación halla su raíz en esa suerte de esquematismo metodológico que quiere hacer de Peinado un pintor exclusivamente figurativo, en contraposición a lo que asimismo de manera simplista suele entenderse por «pintor abstracto», o bien un pintor cuya exploración estética esencial deba necesariamente resolverse sólo en términos de abstracción y de figuración. Respecto al primer juicio, siempre he defendido que a pesar de haberse movido durante decenios en el vasto territorio de la figuración, la pintura de Peinado se ha caracterizado, principalmente, por una extraordinaria preocupación por el color y por una peculiar distorsión de la realidad, a veces con explícitas referencias expresionistas, otras con abundancia de alusiones oníricas y surreales, las más con ambas simultáneamente; en definitiva, que su obra, singularísima e inclasificable, al menos hasta 1995, ha estado perforada por un discurso irracional, derivado de las obsesiones del artista, que constituía sin duda el reflejo y la intensa expresión de la experiencia vital y de la biografía de su autor.

En cuanto al segundo, resulta evidente que desde la citada fecha advertimos desgarradores movimientos de búsqueda en los que el interés por la forma abstracta, o si se prefiere por despojar la composición y liberarla de cualquier referencia mimética, narrativa o anecdótica         —caso, por ejemplo, de los óleos The clons (1997), por desgracia no incluido en la exposición, aunque sí reproducido en el catálogo, quizás una metáfora de aquella búsqueda,  Nefertiti Beans (1996-97), enorme tríptico de prodigiosa técnica que da nombre a la actual muestra y que puede leerse como una magnífica síntesis de la investigación formal y cromática del último periodo del pintor, Babero metálico (1997), Estoy (1998) y Paisaje en blanco (1998), donde intuimos, por debajo de la gruesa capa de color marfil, la tensa lucha interior del pintor ante esos cuadros que pudieron haber sido y finalmente no fueron—, es creciente, pero también lo es que paralela y sincrónicamente se yuxtaponen cuadros donde surgen imágenes perfectamente reconocibles   —caso de Salida en la noche (1997-98), para mi de un claro contenido autobiográfico—. Al margen de que este modo de proceder en Peinado no es tan radicalmente nuevo como pudiera parecer (ahí está, si no, una obra como Water amoroso, de 1992, para corroborarlo), existen multitud de fragmentos aislados y de fondos pictóricos de composiciones anteriores que esgrimen ahora su derecho a disponer de vida propia y autónoma. Lo que viene a confirmarnos que el verdadero ámbito de la pintura de Peinado es el de la jurisdicción de la soberanía del yo, esto es, el reino de la libertad.

 

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 22 de mayo de 1998