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La afanosa búsqueda de Francisco Peinado ENRIQUE CASTAÑOS ALÉS Hace
justamente dos años, en un breve ensayo sobre la pintura de vanguardia en Málaga
del último medio siglo, me refería yo, entre otras diversas, a un par de
cuestiones en relación con la obra de Francisco Peinado que estimo oportuno
recordar aquí. En la primera de ellas, motivado sin duda por la predisposición
que tenemos los críticos e historiadores de arte a situar a los artistas en el
seno de una tendencia estilística preponderante en sus respectivas
trayectorias, rechazaba la ligereza, precipitación o incluso comodidad con que
algunos autores, invariablemente, vinculan, sin más, la entera producción de
Peinado con la llamada «figuración fantástica», por no hablar de la
inexactitud que supone adscribirlo al «realismo mágico», en rigor una
corriente surgida en la Alemania de entreguerras, conocida también como Nueva
Objetividad (Neue Sachlichkeit), y que
se distinguió porque sus principales representantes (Beckmann, Dix, Grosz)
mantuvieron una actitud beligerante y de corrosiva crítica social contra las
clases dirigentes y el degenerado clima de corrupción moral que asoló aquel país
después de la primera conflagración europea. Bien es verdad, afirmaba yo
entonces, que hay cuadros de Peinado, sobre todo los realizados a principios de
los setenta, que evocan determinados aspectos del denominado «realismo fantástico»,
pero entendiendo por tal no tanto el grupo de la Escuela
de Viena del realismo fantástico
—aunque también hay en muchos de los lienzos de Peinado elementos
dispersos de ese «surrealismo no dogmático» con el que Simón Marchán
adjetiva el rasgo esencial del grupo vienés—, cuanto una «constante histórica»
que atraviesa en mayor o menor grado la práctica artística de occidente, según
la apreciación crítica de Eduardo Westerdahl. Lo que quería subrayar, en
definitiva, es que, por encima de enrevesadas o artificiales taxonomías,
Francisco Peinado ha sido, al menos hasta mediados los noventa, un singularísimo
e inclasificable pintor figurativo, extraordinariamente preocupado por el color,
con abundancia de alusiones oníricas y surreales, pero en el que sobre todo
observamos una peculiar deformación y distorsión de la realidad, producto de
las obsesiones del artista; más en concreto: su obra ha estado perforada por un
discurso irracional que, en no poca medida, constituye el reflejo y la intensa
expresión de la experiencia vital y de la biografía de su autor.
La
segunda cuestión, que es la que ahora me interesa especialmente resaltar, hacía
referencia al incipiente cambio estilístico operado en la pintura de Peinado en
torno a 1995, y que precisamente por estar naciendo cuando escribía yo el texto
citado más arriba, sólo me atreví a calificarlo de fase transitoria en la
evolución general de su obra. Porque, lo que de ningún modo percibí entonces
es que Peinado, tradicionalmente instalado en la figuración, iba a permanecer
tanto tiempo investigando sobre las posibilidades de la forma abstracta, que era
la orientación a la que se inclinaba su pintura. Tampoco ahora estoy seguro de
que se trate de un cambio de registro definitivo, en el sentido de que
ineluctablemente hayamos de asistir a un abandono progresivo de las figuras y
objetos reconocibles hasta la completa consolidación de un vocabulario y una
sintaxis abstracta, y ello por una razón fundamental: porque en estos dos o
tres años postreros, cuanto más analizamos su trabajo, crece la sospecha de
que Peinado se halla inmerso en un afanoso proceso de tanteo y búsqueda de un
nuevo lenguaje, cuya nota más distintiva quizá sea la experimentación con la
forma y los campos de color, pero del que ni mucho menos estamos todavía en
condiciones de colegir un resultado concluyente en una determinada dirección.
La prueba más nítida de lo que digo radica, a mi juicio, en que durante todo
este periodo Peinado ha seguido pintando cuadros, intercalados cronológicamente
entre las abstracciones, con referencias figurativas, bien es cierto que más
difíciles de identificar que en sus etapas anteriores, pero inspiradas al cabo
en el mundo de las cosas y de la naturaleza. Ejemplos significativos en apoyo de
mi tesis
—ya que no creo necesario, por su obviedad, detenerme en aquellas obras
del periodo donde figuras y objetos se representan con sus rasgos perfectamente
reconocibles, como en Cercanías
(1995-96), Caso playero
(1996) o Viernes noche plaza de la Merced
(1997)—
podrían ser The clons
(1997) y Babero metálico (1998). En el primero, un óleo de gran formato clave de
toda la etapa que estamos comentando, distinguimos una forma oscura que
atraviesa de un extremo al otro el cuadro y que semeja una gigantesca Y, un
cruce de caminos que se pierden en los límites del lienzo (¿metáfora de la búsqueda
del pintor?) o los tres ángulos de la esquina de un imaginario espacio cúbico.
En el segundo
—exponente, de otro lado, del método de trabajo de Peinado, quien
retoma con frecuencia ideas muy anteriores en el tiempo, en este caso la que se
plasma en un pequeño dibujo titulado Estudio
para un babero metálico (1994)—
observamos una inmensa forma de color negro muy esquemática, que igual
podría recordarnos el despliegue de un cono truncado sobre un plano o la ladera
de un cráter volcánico. No
sería hasta la espléndida individual de Peinado con que se inauguró la galería
malagueña Marín Galy, el pasado otoño, que advirtiese un dato esencial en la
mudanza señalada: el pintor estaba procediendo a recuperar y liberar
inconcretos fragmentos de composiciones precedentes, hechos de una miríada de
pinceladas diminutas y rectangulares, de lejanos ecos mondrianescos, hasta
elevarlos a la categoría de totalidad abstracta, de pintura pura. Las
composiciones abstractas del Peinado más reciente, en rigor paisajes
caracterizados por una suave cadencia cromática, se hallaban, pues, contenidas
en potencia en los cuadros anteriores a 1995. El resultado, por ejemplo en Canción del eucalipto (1995), Lluvia
verde (1996) y Tonos (1998), es
una tupida trama dominada por los azules, blancos, marrones y verdes, de
exquisito refinamiento e intenso lirismo. Sin embargo, habrá que esperar
futuros desarrollos para saber si, de modo definitivo, Peinado decide
establecerse en el inagotable territorio de la abstracción.
The
unflagging search of Francisco Peinado In
a brief essay on last half century avant-garde painting in Málaga, two years
ago precisely, I mentioned, among some other issues, a pair of questions related
to Francisco Peinado, which I think of interest to state here again. Firstly,
due to the predisposition, we, art critics and historians, have to situate
artists within a prevailing stylist trend in their own development, I rejected
the hastily and superficial judgement, sometimes even done too easily, given by
some authors when they link, without a further study, Peinado’s whole work
with the so called «fantastic representation», or wrongly associated to the «magic
realism», a movement born in the inter-war period in Germany, known as well as New
Objectivity (Neue Sachlichkeit), outstanding in that time because their main
members (Beckmann, Dix, Grosz) kept a belligerent attitude as well as a hostile
and weakening social critic against the ruling class and the degenerated
atmosphere of corruption which devastated that country after the first European
War. As I then said, there are paintings by Peinado, specially those carried out
at the beginning of the seventies, which evoke some aspects of the so called «fantastic
realism», identifying it not so much with the Vienna School fantastic realism, though I must admit that in many
Peinado’s paintings, there are some scattered elements of that non dogmatic
surrealism described by Simón Marchán as the most prominent feature of the
Vienna group, which, as Eduardo Westerdahl states, influences in a higher or
lower degree the western artistic movement. In short, I’d like to underline
that beyond intricate and artificial taxonomies, Francisco Peinado has been, at
least until the mid nineties, a very singular and unclassifiable
representational painter, extraordinarily worried with colour, with plenty of
oneiric and surrealist references, outstanding above all a peculiar deformation
and distorted reality, as a result of the artist obsessions. More precisely, his
work has been deeply pervaded with an irrational discourse, which, somehow,
reflects and expresses intensely the author’s biography and vital experience. The
second issue that I’d like to stress now, dealt with the incipient stylist
change suffered in Peinado’s painting by 1995, which due to the fact that it
was just starting to appear when I was writing the above mentioned text, I only
dared to describe it as a transitional stage in the general evolution of his
work. What I didn’t notice then is that Peinado, traditionally classified in
the representational movement, was going to investigate for a long time the
possibilities of the abstract form, which was the way his painting was tending
to. I am not either sure now that this is going to be a definitive change in his
register, in the sense of gradually leaving objects and distinguishable shapes
until the full consolidation of an abstract vocabulary and syntax, I support my
argument with the fact that in the last two or three years, the more we study
his work, the more we believe that Peinado is involved in a tough process of
carefully considering and searching for a new language, whose most outstanding
feature may be the experimentation with form and colour fields, we, however,
cannot yet gather that a certain trend has definitively been chosen. I defend
this statement by the fact that in this period of time Peinado has continued
painting pictures, chronologically interspersed with abstraction, showing
representational references, though harder to be noticed than in previous stages,
but inspired in the end on nature and earthly things. I’d
like to back up my argument with illustrative examples like The clons (1997) and Babero
metálico (1998), as I think we can omit those works from his period in
which shapes and objects are clearly represented with all their typical features,
i.e. Cercanías (1995-96), Caso
playero (1996) or Viernes noche plaza
de la Merced (1997). As far as The
clons (1997) is concerned, a large format oil painting, key masterpiece of
all the artist period we are talking about, we observe a dark shape which goes
from one side to the other of the picture resembling a huge Y, a junction which
disappears between the canvas bounds (metaphor on the painter’s search?) or
the three corner angles of an imaginary cubic space. On
the other hand, as regards the second painting, Babero
metálico (1998), it is an exponent of Peinado’s working method, who often
reintroduces former ideas, as the one reflected, in this case, in a small
drawing called Estudio para un babero metálico
(1994) where we observe a huge schematic black shape, which could resemble a
truncated cone spread on a plan or the hillside of a volcanic crater. It
was not until the Marín Galy Málaga gallery had been inaugurated with
Peinado’s paintings, last autumn, that I noticed a key feature in the stated
artist transition: the painter was recovering and setting free vague fragments
of former works made up from a myriad of tiny and rectangular brushstrokes, with
distant Mondrian influences, in order to be categorized as abstract totality,
and as pure painting. Peinado’s recent abstract works, strictly speaking,
landscapes characterized by a smooth chromatic cadence, were, then, latent in
his pictures before 1995. The result, for instance in Canción
del eucalipto (1995), Lluvia verde
(1996) and Tonos (1998), is a thick
shading controlled by blue, white, brown and green colours showing an exquisite
refinement and deep lyricism. We will, however, have to wait for future works to
know if, Peinado decides to set himself in the endless field of abstraction.
Traducción
de José Ma Valverde Zambrana Publicado originalmente en el catálogo de la exposición individual de Francisco Peinado celebrada en la sala de arte (calle Ancla) de la Diputación Provincial de Málaga en mayo de 1998
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