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Picasso y la alegría de vivir
Escultura, pintura, dibujo y cerámica. Pablo Picasso. Museo Picasso Málaga. C/ San Agustín, 8. Hasta el 11 de junio de 2006.
Dentro de los actos programados para celebrar el 125 aniversario del nacimiento de Picasso, cuya efeméride se cumple este año, la exposición de Los Picassos de Antibes reúne por primera vez en España un conjunto deslumbrante. Aprovechando las reformas emprendidas en el Museo Picasso de Antibes, se han trasladado a Málaga prácticamente los fondos que integran la deliciosa pinacoteca de esa bella localidad francesa, que posteriormente viajarán a Barcelona. De camino se le rinde también homenaje a ese original personaje que fue Romuald Dor de la Souchère, hombre culto y helenista, profesor en el liceo Carnot de Cannes desde 1921, responsable de la conversión del antiguo castillo Grimaldi de Antibes en Museo local, del que fue su primer conservador, y, sobre todo, factótum del cúmulo de circunstancias que llevaron a Picasso a trabajar durante dos meses intensos en el pueblo y dejar allí buena parte de lo que había hecho. Todo ocurrió en el verano de 1946, cuando Dor de la Souchère y su amigo el fotógrafo Michel Sima, plantearon a Picasso en la playa la posibilidad de que hiciese una donación al museo de la ciudad. El pintor contestó con desgana, pero, después de una pausa tensa y cortante, agregó que siempre había querido trabajar en grandes superficies, aunque nadie se las había ofrecido. Ese fue el momento en que el atípico arqueólogo le ofreció la planta segunda del Museo, que estaba vacía, para que instalase allí su taller. Picasso accedió encantado y durante dos meses, entre mediados de septiembre y mediados de noviembre de 1946, en que tuvo que regresar a París por el mal tiempo, estuvo trabajando sin descanso. Este periodo de la vida de Picasso en el que se inscribe la fecunda labor desarrollada en el castillo Grimaldi, fue, como reconoce el biógrafo Patrick O’Brian, uno de los más felices de su vida. Su relación con Françoise Gilot estaba en un momento cenital y muy pronto iba a darle un hijo, Claude. Picasso se puso manos a la obra usando soportes y materiales diversos, como fibrocemento, contrachapado, lienzo reutilizado, madera, papel, ripolin, carboncillo y grafito. De entre ellos destaca el ripolin, una pintura vinílica de tipo industrial que comenzó a comercializarse en Francia hacia 1890. Cuando se marchó en noviembre, Picasso dejó 23 pinturas y 44 dibujos. Al año siguiente, en septiembre de 1947, se inauguró la sala Picasso del Museo local, y en 1948 el artista pintó también allí la vasta composición Ulises y las sirenas y donó 78 cerámicas hechas en el taller Madoura de Vallauris. En 1966 el castillo Grimaldi de Antibes pasó a llamarse Museo Picasso. Los temas y personajes de aquellos dos meses son escenas bucólicas y pastorales, con ninfas, centauros y sátiros, pero también hay muchos bodegones con pescados, frutas y erizos, algunos oscuros y tenebrosos. En general predomina la felicidad, la comunión con la naturaleza y la joie de vivre, como se titula el cuadro más célebre de la colección. En él vemos a una mujer erguida, un trasunto de «femme fleur», que baila con dos cabritos, mientras que un centauro toca la flauta y un fauno el aulos o flauta doble. Un barco, en la lejanía, cruza el mar azul con las velas desplegadas. Es un cuadro colorista, el de más colorido de los que pintó en Antibes, y todo él transmite la dicha y la plenitud de la vida. En ocasiones, Picasso dibujaba con carboncillo sobre un fondo de pintura blanca de ripolin todavía fresca, de modo que la línea se funde con la materia y se deja entrever el soporte de fibrocemento. Es lo que ocurre en el monumental Sátiro, fauno y centauro con tridente, donde también son visibles los arrepentimientos del pintor. Del magnífico conjunto, hay dos obras que no pueden dejar de mencionarse. Una de ellas es La cabra, dibujada sobre un fondo de contrachapado en un momento de descanso del animal, con las patas replegadas y la cabeza enhiesta. Impresiona la serenidad, la tranquilidad absoluta del animal, el contraste entre el dibujo de la cabeza y la resolución esquemática de la parte trasera. Extraña y enigmática, como muy bien supo apreciar Matisse, es, de otro lado, La Atlántida dormida, una figura femenina recostada sobre un fondo de pintura roja que evoca las pinturas arqueológicas de las tumbas etruscas. Prodigiosa su técnica, la amorosidad con que ha sido aplicada la pintura, así como la dualidad entre el color y el diseño geométrico de la mujer. La muestra se completa con dos extraordinarias esculturas que Picasso hizo en 1931-32 en Boisgeloup y que donó al Museo de Antibes en 1950. Son dos cabezas femeninas vaciadas en cemento a partir de sendos modelos en escayola, cabezas que exaltan clamorosamente la fisonomía de Marie Thérèse Walter, una de ellas con una enorme nariz que prolonga la frente, ojos almendrados y boca carnosa, de tal manera que desde cada ángulo la visión es completamente distinta, y la otra respondiendo a una simbología sexual, con una nariz eréctil, boca vaginal y ojos saltones. La poderosa energía plástica que ambas desprenden capturan y desconciertan al mismo tiempo al espectador.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 24 de marzo de 2006
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