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Hacerse un destino Dibujo, fotografía y escultura. Pablo Picasso. De Avinyó a Avignon. Sala de exposiciones de la Fundación Picasso. Málaga. Plaza de la Merced, 13. Hasta el 28 de febrero de 2007. La adquisición por el Ayuntamiento de Málaga del Cahier nº 7 de dibujos preparatorios de Les demoiselles d’Avignon, enriquece de modo sustancial el patrimonio artístico de la ciudad natal de Picasso, pues se trata sin duda de una de las libretas de apuntes esenciales en la configuración del cuadro quizás más importante desde el punto de vista plástico y estético de todo el siglo veinte. El último cuadro moderno es, al mismo tiempo, el primero rigurosamente contemporáneo, esto es, hecho en el espíritu de la vanguardia heroica, aunque tampoco es un desatino calificarlo como el último cuadro: si exceptuamos a Pollock y aplicamos el razonamiento hegeliano sobre la muerte del arte, la extraña pintura de 1907 cierra probablemente para siempre el ciclo de la pintura universal. ¿Que se seguirán pintando cuadros? Por supuesto. Muchos, de hecho, se han pintado después de Les demoiselles y se continúan pintando ahora, pero la evolución de la pintura –aunque debe insistirse en la excepcionalidad del expresionismo abstracto– se ha terminado. Del mismo modo que se terminó la épica, la novela realista burguesa o la ópera. Una de las claves de este cuaderno está, como ha señalado agudamente Pierre Daix, en la radicalización de las formas, consecuencia de la influencia de la escultura ibérica, que ya conocía perfectamente Picasso a través de la exposición de arte ibérico en el Louvre a finales de 1905 y que se redobla cuando en marzo de 1907 Géry-Piéret, un amigo de Apollinaire, le deja en el Bateau-Lavoir dos esculturas ibéricas robadas en el mencionado museo. Frente a la pureza de las líneas geométricas del arte negro africano, el arte ibérico, disimétrico respecto a aquél, lo coloca ante un primitivismo de raíz distinta, prerromano. Esta libreta, pues, realizada entre mayo y junio de 1907, acusa esa radicalización de las formas que ofrecerá el cuadro cuando se concluya hacia el mes de agosto. Un lienzo en el que Picasso, parafraseando a Ortega y Gasset, se labra un destino, único en toda la aventura del arte moderno. Un lienzo que ni permite que el espectador se adentre en él, como ocurre en ese paradigma incomparable de la ficción moderna que son Las Meninas, ni permite una distanciada contemplación estética, mejor dicho, un sujeto estético de la contemplación. Un cuadro, por tanto, que produce extrañamiento, que lo que hace es suscitar reacciones, no precisamente de agrado, por parte de quien lo ve, un cuadro, como ha señalado en un hermoso texto Luis Puelles, que se sitúa entre la risa y el espanto. Así reaccionaron los amigos de Picasso: unos, salieron corriendo espantados; otros, se rieron a carcajadas ante él. Pero ninguno lo abordó con un distanciamiento crítico racional. Incluso Apollinaire permaneció siempre en silencio ante esa tela, es decir, nunca dijo nada de ella. Pero, paradójicamente, la aversión que produce está íntimamente trabada con la parálisis que origina en el espectador: literalmente se queda uno clavado ante él, sin poder apartar la mirada. Todavía habría que añadir dos cosas más: en primer lugar, que la voluntad de fealdad de este cuadro no se debe a una intención estética, sino moral: su primitivismo radica en gran parte en su «incontención», en su desbordamiento, en su carencia de medida, de «buena educación»; en segundo lugar, el carácter «sagrado» de este óleo sin par consiste en que, como diría Barthes, nos desvivimos, nos debatimos ante un objeto impenetrable, inexplicable. Les demoiselles no pueden explicarse. Por último, señalar dos incuestionables aciertos de la muestra: complementarla con algunas magníficas tallas africanas coetáneas del cuaderno de apuntes y con fotografías de desnudos femeninos de la época, un modo de ilustrar las poses de las modelos, aunque bien es verdad que toda gran pintura de Picasso es puramente mental. En resumen, una exposición imprescindible. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 5 de enero de 2007
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