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El inagotable demiurgo de Vallauris
Cerámica. Pablo Picasso. Museo Picasso Málaga. C/ San Agustín, 8. Hasta octubre de 2004.
La
azarosa historia del descubrimiento por Picasso de las posibilidades plásticas
de la cerámica ha sido contada muchas veces. Aunque sus primeros escarceos con
este antiquísimo procedimiento técnico tuvieron lugar en los años 1902-1906,
cuando conoció a Paco Durrio en París, y en el decenio de los veinte junto a
Jean Van Dongen, no será hasta 1947, en el periodo de optimismo que sigue a la
guerra mundial, que se decida a sumergirse de lleno en este nuevo trabajo
creativo. Para ello, fue sin duda decisivo el conocimiento en 1946 del taller
Madoura que el matrimonio formado por Georges y Suzanne Ramié poseían en
Vallauris, un pueblecito provenzal a pocos kilómetros de Golfe Juan que el
propio Picasso había visitado fugazmente con Paul Eluard en 1936. Cuando diez años
después entró por primera vez en la fábrica, Picasso, que ya entonces quedó
impresionado por la despierta inteligencia de Jules Agard, el alfarero jefe del
taller, cogió un poco de arcilla y modeló con sus propias manos unas cuantas
figurillas, las mismas que, para grata sorpresa suya, encontró cocidas y
cuidadosamente guardadas en el verano de 1947. A partir de ese momento se entregó
con juvenil impulso a una actividad en la que, una vez más, dejaría sentir con
toda la fuerza incontenible de su pasión creadora la huella imborrable de su
proteica personalidad artística. La vieja artesanía del pueblo, que desde hacía
años se encontraba en franca decadencia, volvió a renacer, y Picasso otorgó,
como sólo él era capaz de lograrlo, un prestigioso estatus artístico a un
quehacer tradicionalmente considerado menor. Como en todos los otros campos artísticos en
los que trabajó, Picasso también investigó las posibilidades plásticas de la
cerámica, tratando de obtener el mayor partido posible a los materiales y a los
procedimientos técnicos que se empleaban en el taller, tensándolos al máximo,
hasta el punto
de que Suzanne Ramié llegó a advertirle en más de una ocasión
que ciertos descabellados experimentos habrían necesariamente de fracasar
durante el proceso de cocción, si bien casi siempre después, a la vista del
resultado, tenía que admitir que lo que era imposible para otros, Picasso
inexplicablemente solía conseguirlo. Generalmente aprovechaba las formas de los
cacharros y objetos de cerámica que torneaban los operarios, pero que
terminaban siendo transformados por completo debido a las incisiones y a las
figuras pintadas con engobes, esto es, mezclas de arcilla y agua con óxidos
coloreados que se aplicaban sobre la superficie. Otras veces, muy pocas, el
material era arcilla chamoteada, es decir, una mezcla de arcilla con barro
cocido y molido que ofrece una gran resistencia al fuego. Aquellas formas eran
platos, fuentes, vasijas y jarros que, o bien conservaban su utilidad, o bien,
por lo común, terminaban siendo objetos decorativos que, por efecto de algunas
manipulaciones o como consecuencia de su nueva categoría estética, dejaban de
tener un uso práctico. Esas manipulaciones consistían en apretar en
diferentes lugares la arcilla todavía blanda, o alterar las asas y modificar
otras zonas del cacharro, de modo que adoptase una nueva forma, habitualmente
femenina, que es quizás en la que de manera más natural y fecunda se despliega
el genio picassiano. Las figuras representadas eran las características de su
imaginería y de su particular bestiario: faunos, toros, peces, cabras, aves,
caras, personajes. Llama poderosamente la atención, sin embargo, la perspicacia
en aprovechar los entrantes y salientes de la superficie, las protuberancias y
zonas curvadas, por ejemplo, para resaltar determinadas partes del cuerpo
femenino, o incluso acomodar la figura pintada al espacio disponible. En otras
ocasiones son levísimas modificaciones, incisiones muy precisas y rápidas, las
que consiguen crear una forma humana original, palpable demostración de que
Picasso es quizás el artista que con menos elementos ha conseguido una mayor
capacidad expresiva. También hay muestras de su sentido del humor y de su
permanente actualización respecto a los lenguajes contemporáneos, como cuando,
haciendo un irónico guiño al pop, pinta de amarillo un bikini en una vasija
que, con sólo dos pequeñas incisiones, una para el ombligo y otra para señalar
la divisoria de los muslos, queda convertida en una esbelta figura femenina. Pero esta magnífica exposición, en la que se han reunido 43 piezas fechadas entre 1947 y 1965, incluye también ejemplos que podrían considerarse como auténticas figuras escultóricas, y ello con independencia de que gran parte de las obras exhibidas sintetizan de manera inigualable las técnicas de la pintura, la escultura, la cerámica y el collage. Ver a Picasso modelar la arcilla con sus manos, escribe su biógrafo Roland Penrose, «era un placer semejante al de presenciar un ballet, por lo perfecta que era la coordinación de sus movimientos decididos. Parecía imposible que la arcilla se negase a obedecer; en tales manos, su forma futura tenía la seguridad de impregnarse de vida». De hecho, las piezas más insólitas y desconocidas de la exposición son precisamente las estatuillas femeninas, una de una mujer sentada, otra de una muchacha deliciosa y espontáneamente tumbada sobre un codo, modelada con una frescura primitiva, y una tercera, que recuerda de manera increíble las figurillas beocias de Tanagra, de una mujer con un drapeado, pero cuyos pechos desnudos también son un secreto homenaje a las diosas cretenses; las piezas que representan palomas, con unos pliegues, una textura y un color rebajado de la arcilla blanca cocida, que las convierten en obras únicas, en cierto modo portentosas en su grandiosa sencillez; y, de manera muy especial, un rarísimo brazo cortado, que no es más que un trozo de arcilla doblada con asombrosa habilidad plástica, que termina en una mórbida mano pintada con aguadas pinceladas de un color amoratado que le otorgan a la pieza entera un extraño halo inquietante, próximo a cierta poética surrealista.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 16 de julio de 2004
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