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El genio litográfico de Picasso Litografía. Pablo Picasso. Fundación Pablo Ruiz Picasso. Málaga. Plaza de la Merced, 15. Hasta el 30 de septiembre de 2004. La
reciente adquisición por el Ayuntamiento de Málaga de la colección Jan Lohn,
un deslumbrante conjunto de 223 litografías de Picasso realizadas entre 1945 y
1964 que fueron reunidas desde 1964 por los holandeses Herman
y Dorothee Jansen, y cuyo destino es ser exhibida en la Fundación Picasso-Museo
Casa Natal, cierra una delicada operación de la que conviene, cuando menos,
resaltar dos aspectos. En primer lugar, la encomiable decisión de la principal
institución pública malagueña de apostar decididamente por el gran
coleccionismo, sin titubeos ni mezquindades, sino comprando para el patrimonio
municipal y, por ende, de todos los malagueños, un lote extraordinario de
piezas hechas en una de las técnicas gráficas en las que Picasso fue más
innovador y original, la litografía, obras, además, que fueron
escrupulosamente seleccionadas por la pareja de coleccionistas citados de entre
las pruebas de estado que se quedaba Picasso personalmente o que regalaba a
familiares y amigos, piezas de una calidad superior a las que se destinaban a la
venta y que explica que la mayoría de estas obras no estén firmadas a lápiz
por el artista, como es habitual en las tiradas de obra gráfica. En segundo
lugar, el empuje que supone esta importante compra para el proyecto cultural de
la propia Fundación, que ve de este modo suficientemente consolidada la
determinación vinculada a sus inicios de especializarse en coleccionar obra gráfica
de Picasso, lo que, junto a su otra gran línea de actuación en cuanto
depositaria de un gran fondo documental y bibliográfico sobre el pintor,
singulariza su presencia y su función en el complejo panorama de instituciones
museísticas relacionadas directamente con Picasso. La
selección que se ha hecho para la presentación al público aficionado de la
colección, incluye 51 litografías realizadas entre 1945 y 1960, la mayoría en
un color, aunque también las hay en dos, tres o cuatro colores, abarcando una
variadísima temática que incluye desde retratos y desnudos femeninos hasta
animales, naturalezas muertas, escenas mitológicas y motivos taurinos. Las
obras, pues, pertenecen al periodo más fructífero de la producción litográfica
de Picasso, claramente superior a su experiencia en este medio durante los años
veinte y treinta, un periodo iniciado en noviembre de 1945 y que se va a
prolongar hasta 1964, caracterizado por esa compulsiva entrega y esa dedicación
a la que se abandonaba cuando descubría nuevas posibilidades técnicas para dar
rienda suelta a su desbordante imaginación. Aquí podemos advertir su proteica
capacidad creativa, su inigualable sentido plástico, su lúcida inteligencia
para componer y situar las formas en el espacio, su trazo ágil y resuelto, sólo
aparentemente fácil, pues es resultado de una incansable disciplina, su
clasicismo y su sentido inmarcesible de la belleza, su permanente vocación
experimental, su increíble talento para enriquecer cualquier procedimiento técnico
que trabajase. Repárese,
a modo de ilustración, en dos o tres ejemplos. Los cuatro estados que se
ofrecen de Dos mujeres desnudas, revelan, por un lado, una sorprendente
evolución del tema hacia lo esquemático y formal, aunque en todos ellos decide
dejar un pesado cortinón a la derecha, escenográfico y barroco, que contrasta
con la síntesis lineal de las dos figuras femeninas, pero, por otro lado, aún
cautiva e impresiona más la portentosa cultura visual de Picasso, su facultad
para procesar equilibradamente las referencias iconográficas más lejanas en el
tiempo, como esa prodigiosa y sutil síntesis que hay aquí de Giorgone, de Goya
y de Manet. ¿Y
qué decir de las imágenes que se exhiben de Françoise Gilot y de Jacqueline
Roque? De la primera hay una, El abrigo polaco, que es sencillamente
asombrosa, por la frontalidad y perfecta disposición oval del rostro, por la
gestualidad con la que está ejecutada la mano derecha, pero, sobre todo, por la
inaudita correspondencia y equilibrio formal entre las dos manchas negras del
pelo y las aún más grandes de las mangas de la blusa. De esa enigmática mujer
que fue Jacqueline, con ese semblante grave que a veces semeja una esfinge, hay
dos retratos de perfil que certifican su misteriosa e insondable belleza, una
belleza lejana, intemporal, clásica. Uno de ellos está hecho sólo con
garabatos efectuados con el lápiz litográfico, fina trama lineal que se adensa
en las zonas visibles del cabello, en las pupilas y en las áreas de sombra.
Picasso es un artista único, entre otras cosas, por ofrecernos en una misma
figura rasgos de una extraordinaria modernidad que coexisten con un imperecedero
clasicismo. Además de David y Bethsabé, según Lucas Cranach, una de las mejores litografías según su maestro impresor Mourlot y en la que consigue Picasso una original variación del tema del voyeur, se muestran tres magníficas variaciones de Venus y el Amor, según Lucas Cranach, donde resulta interesantísimo comparar el fondo negro del papel, la deformación anatómica y el expresivo semblante de Venus -evocación de la Mujer llorando de 1937- de la segunda variación, con la claridad, estilización y elegancia de la imagen de la diosa en la tercera variación. En un estilo, curiosamente, que recupera prototipos de los periodos azul y rosa y de los aguafuertes de la Suite Vollard, habría que mencionar La danza de las banderillas (II), otro supremo ejemplo del fluido dibujo picassiano, el dibujo de un inescrutable demiurgo.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 4 de junio de 2004
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