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Picasso y El Greco Grabado. Pablo Picasso. Fundación Pablo Ruiz Picasso. Málaga. Plaza de la Merced, 15. Hasta el 2 de mayo de 2004. El interés de Picasso por El
Greco arranca probablemente de sus años de adolescencia, cuando vive en La Coruña
y, sobre todo, desde el primer momento de su estancia en Barcelona. En cualquier
caso, lo que resulta indudable es que esta atracción termina concretándose
durante el periodo azul, en el que pinta cuadros como La planchadora y el
Viejo guitarrista ciego que denotan una nítida influencia del genial
pintor manierista, especialmente en lo que atañe a la estilización de las
figuras y a la atmósfera espiritual que las rodea. Pero quizás donde la huella
del cretense se hace más explícita en la obra de Picasso de aquellos años es
en El entierro de Casagemas (Evocación), un cuadro de 1901 cuya división
en una zona superior y otra inferior remite directamente a El entierro del
conde de Orgaz. No puede olvidarse, además, que en febrero de 1901, esto
es, poco antes de pintar aquel cuadro que podría interpretarse casi como un
exorcismo respecto del suicidio de su íntimo amigo, Picasso visita la obra
maestra que se guarda en la toledana iglesia de Santo Tomé. De igual modo que
también conviene recordar que es en esos años cuando se produce el
descubrimiento de El Greco en España y en Europa. Por sólo citar los dos
acontecimientos más significativos de entonces, en 1902 se celebra en El Prado
la primera exposición dedicada al Greco en el mundo y en 1908 se publica la
fundamental monografía de Cossío, que brindaba el primer catálogo de su
producción. Picasso
nunca olvidaría las lecciones aprendidas de la contemplación, análisis e
interpretación personal de la obra del Greco, aunque bien es verdad que a
partir de entonces los vestigios del lenguaje del cretense son difíciles de
localizar en su producción y, en todo caso, se encuentran muy diluidos en su
pintura, a lo que se añade el hecho de que, a diferencia de Manet, Delacroix,
Ingres, Velázquez o Rembrandt, el malagueño no dedicó ninguna serie ni pintó
posteriormente ningún cuadro que fuera una relectura de algún lienzo del
Greco. Los doce aguafuertes propiedad de la Fundación Picasso que ahora se exhiben, realizados entre el 11 de noviembre de 1966 y el 17 de abril de 1967, sólo recuerdan al Greco en el título de la carpeta que publicó Gustavo Gili en 1969, El entierro del conde de Orgaz. Lo mismo podría decirse del frontispicio, que es de 1939. Curiosamente, como suelen recordarnos sus biógrafos, 1966 es un año en el que Picasso no pintó ningún cuadro, cosa que no le ocurrió ni cuando el tiempo más tormentoso de la crisis con Olga. Pero estos grabados hechos con buril son un elocuente ejemplo de su dinámico, nervioso y vibrante dibujo, de la portentosa capacidad que tenía para insinuar o evocar el espacio a partir de zonas blancas y vacías, de sus inagotables dotes para componer y colocar en distintas disposiciones a las figuras, así como de su libertad creadora, transida, como en Cézanne, de una rara y auténtica «clasicidad».
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 28 de abril de 2004
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