El sueño cumplido de un editor

Grabado. Pablo Picasso.

Fundación Pablo Ruiz Picasso. Málaga. Plaza de la Merced, 15. Hasta 29 de noviembre de 1998.

Con admirable rigor y precisión ha relatado la directora del Museo Picasso de Barcelona, María Teresa Ocaña, en el espléndido texto de presentación escrito expresamente para el catálogo de esta muestra, ampliando documentalmente de manera sustantiva las vagas noticias que poseíamos a través de algunos de los biógrafos del pintor, la ejecución en mayo de 1957 de las 26 aguatintas con que el universal malagueño ilustró el célebre tratado de La Tauromaquia o arte de torear de José Delgado Guerra, llamado Pepe-Hillo, grabados que deben mucho a la tenacidad, persuasión y ejemplar conocimiento de su oficio que caracterizaron a esos dos legendarios editores catalanes que fueron Gustavo Gili i Roig (1868-1945) y Gustavo Gili i Esteve (1906-1992), padre e hijo respectivamente.

Me parece de justicia subrayarlo, no sólo por tratarse de una extraordinaria obra contemporánea de bibliofilia, en la que una adecuada y competente dirección de la edición resulta imprescindible si quiere obtenerse, como de hecho ocurrió, un excelente fruto, sino, sobre todo, por la apasionada entrega con que ambos asumieron la empresa, aunque desgraciadamente el fundador de la editorial, no obstante la exquisita educación que se desprende de la correspondencia que mantuvo con Picasso durante el tiempo en que albergó esperanzas para ver culminado el proyecto, no tuvo la merecida dicha de saborear su cumplimiento en vida. Al margen de que quizás tuviese una parte de responsabilidad en ello debido a su legítima pretensión de sugerirle determinados plazos al pintor, compromiso que Picasso se negó a aceptar, el caso es que el hijo, treinta años después, asume con idéntica ilusión el proyecto, aunque con otro estilo más jovial y dinámico en su modo de acercarse al maestro, logrando por fin su plena conformidad.

La serie, en la que late una profunda admiración por Goya, nos ofrece una acabada secuencia de la corrida, desde la visión de los toros paciendo tranquilamente en el campo, hasta la escena del torero saliendo en hombros de la plaza. En cuanto al resultado, constituye un prodigioso dominio técnico y una soberbia demostración de libertad de concepto, en el que lo más sobresaliente es la increíble capacidad de síntesis para con unas simples manchas dar forma a las figuras, rehusando cualquier propósito individualizador, así como el absoluto control del espacio donde aquéllas se desenvuelven, con amplias zonas vacías que paradójicamente crean una completa sensación de espacio físico real.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 22 de noviembre de 1998