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La visión romántica de España Pintura y dibujo. Pintores románticos ingleses en la España del siglo XIX. Centro de Exposiciones de Benalmádena. Avenida de Antonio Machado, 33. Hasta el 26 de septiembre de 2010. En la primera página de una de las síntesis más autorizadas y preclaras sobre la historia contemporánea de España, la del hispanista británico Raymond Carr, se nos advierte ya preventivamente acerca de la deformada idea de nuestro país que transmitieron los viajeros románticos ingleses y franceses, especialmente literatos y pintores. Las limitaciones evidentes de la revolución liberal y el atraso económico de la mayor parte de las regiones españolas, no justifican una visión excesivamente volcada hacia el exotismo, la miseria y los estereotipos del folclore. Además de que buena parte de esa visión romántica de España se confunde casi íntegramente con el sur, con Andalucía, donde Granada y Sevilla, pero también Córdoba y Málaga, ejercen una atracción cautivadora. Pero también debemos ser comprensivos con los autores románticos y juzgarlos sin perder de vista su propio tiempo histórico. El Romanticismo fue un movimiento espiritual inicial y genuinamente alemán, que hunde sus raíces en el Sturm und Drang de finales del siglo XVIII, influido a su vez por Rousseau y los prerrománticos ingleses, que puso en boga, o, mejor dicho, les dio un contenido distinto al que habían tenido hasta entonces, novísimas ideas como las de «pueblo», «nación», «historia» y «sentimiento», de tal modo que no sólo el mundo subjetivo del interior espiritual del hombre alcanza la preeminencia frente al racionalismo frío y el materialismo de buena parte de las ideas de la Ilustración, sino que se produce un generalizado despertar en toda Europa de la conciencia nacional, en no poca medida agitada por las guerras napoleónicas, acompañado a su vez de un vehemente deseo por conocer el pasado nacional, especialmente el correspondiente al Medioevo, pues es en esa época donde se sitúa la gestación y el primer desarrollo de la «libertad» de cada uno de esos pueblos, en esa Cristiandad europea tan insuperablemente descrita por Novalis en 1799. España es para los viajeros ingleses y franceses desde aproximadamente 1830, es decir, para los visitantes procedentes de los dos países más industrializados entonces de Occidente, un destino que es sinónimo de exotismo y de orientalismo (no se olvide la huella árabe todavía existente, sobre todo a través de los monumentos), en el que buscan precisamente aquello de lo que huyen: el encanto de lo primigenio, de lo puro y de lo incontaminado, la pervivencia de costumbres y tradiciones ya desaparecidas en gran parte de la Europa industrializada. A diferencia de los pintores franceses, que terminarían interesándose aún más por el norte de África, aunque por ejemplo Delacroix tiene páginas memorables sobre Andalucía, los pintores románticos ingleses, que también sentirían una encendida pasión por la pintura española del siglo XVII, sobre todo por Murillo, convirtieron nuestro país en su destino predilecto, un interés que comienza a raíz de la ayuda inglesa en nuestra Guerra de la Independencia, pues España no había figurado nunca entre las metas del Grand Tour con que completaba un aristócrata inglés su formación. Esta preciosa y de muy alta calidad exposición, propiedad de una única coleccionista española, hace un recorrido espléndido por los temas que cautivaron a los mejores pintores románticos ingleses de su tiempo, como son la fiesta de los toros, el baile y el cante flamenco entre los gitanos, las figuras de aguadores y mendigos, la devoción religiosa y las vistas de ciudades y de los monumentos arquitectónicos. Entre los veinte pintores representados, los nombres de John Phillip, John Bagnold Burgess y John Dobbin son de todo punto imprescindibles.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 11 de septiembre de 2010
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