Un método de representación de la realidad

Escultura, pintura y dibujo. Francisco López Hernández / Isabel Quintanilla. Dos miradas realistas.

Centro de Exposiciones de Benalmádena. Avenida de Antonio Machado, 33. Hasta el 21 de septiembre de 2008.

La auténtica clave interpretativa de las obras de esta exposición nos la proporciona uno de sus protagonistas, el escultor y dibujante Francisco López Hernández (Madrid, 1932), al trazar en el texto del catálogo un breve perfil de su mujer, la pintora Isabel Quintanilla (Madrid, 1938), de quien la muestra también exhibe una selección de piezas. Al referirse al prolongado periodo de estancia en Roma de ambos a principios de los sesenta, con motivo de la plaza de pensionado de escultura para la Academia de Bellas Artes de España en la ciudad eterna que él obtuvo en 1960, afirma que, por entonces, tanto uno como otro, entendían el arte como una «representación de la realidad que aparece ante nuestros ojos», aunque al mismo tiempo estaban «esperanzados» en poder «decir cosas nuevas con el lenguaje de siempre». Con absoluta honestidad intelectual, Francisco López Hernández deja claro que su concepción del arte se Francisco López Hernández. HOSPITAL. 1990. Poliéster y terracota. 240 x 352 cm. Fragmento.inscribe dentro del relato vasariano, esto es, una narración progresiva, a partir de la invención de la perspectiva lineal por Masaccio y Brunelleschi, cuyo hilo conductor básico es el perfeccionamiento por parte del artista en la representación de la realidad a través de un método científico-matemático. Este modelo entró definitivamente en crisis con la invención de la fotografía y se puede dar por terminada su hegemonía hacia 1863 con Manet. Por supuesto que ha seguido practicándose por numerosos artistas desde Manet, pero ya es un discurso que no tiene que ver con la modernidad artística, el periodo siguiente hasta la aparición de las obras emblemáticas del Pop estadounidense en 1964.

Los llamados «realistas madrileños»  —un grupo de artistas nacidos en el decenio de 1930 cuyo núcleo inicial lo formaron Antonio López García, Julio López Hernández y Lucio Muñoz, quienes ingresaron a comienzos de los cincuenta en la madrileña Escuela de San Fernando, donde se matricularon poco después María Moreno, que se casaría con el primero de los citados, Isabel Quintanilla y Amalia Avia, que a su vez sería esposa de Lucio Muñoz, pronto inclinado hacia posiciones abiertamente informalistas—   no deberían ser confundidos, como alguna crítica precipitada ha hecho, como una sucursal española del hiperrealismo norteamericano, un lenguaje de la neovanguardia surgido a finales de los sesenta como una derivación radical del Pop en el contexto de una sociedad industrial hiperdesarrollada del capitalismo tardío, que no tiene nada que ver con la situación española de entonces. La «problematización de la realidad» en que desemboca la obra de estos creadores, y que ya fue advertida por Venancio Sánchez Marín, o, «a fuerza de ser realista», el «halo de misterio e irrealidad» que la caracteriza según Vicente Aguilera Cerni, son rasgos atribuibles sobre todo al que mayor proyección ha alcanzado, Antonio López, pero que pueden igualmente encontrarse en los dos que aquí nos ocupan.

Si hay un epíteto que los distingue, es el de que hacen una obra «intimista». A Isabel Quintanilla le gusta pintar retratos, paisajes y bodegones, pero donde revela más su singularidad es en sus interiores, austeros, desvencijados, carcomidos por el paso del tiempo, lugares por los que discurre su vida cotidiana, que ella congela tratando de atrapar el alma de las cosas con un espíritu de recogimiento y de autenticidad casi religioso. Las escenas de interiores de su casa, vacías o con la muda presencia de su marido, revelan un mundo ajeno a la prisa, al artificio, a la vanidad, al fetichismo de la mercancía. Francisco López, por su parte, modela y esculpe como podría hacerlo un escultor del Quattrocento, sea Donatello, Jacopo della Quercia o Desiderio da Settignano. Su manera de trabajar y sus resultados son prácticamente idénticos a los de hace casi seis siglos, pero en su obra late una querencia natural por la sencillez, por la humildad de sus personajes, por la manifestación del ser en un estar pleno y entero, que lo convierten en un autor atípico de hoy, pues su búsqueda es la de la verdad moral a través de la belleza.

 

© Enrique Castaños

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 13 de septiembre de 2008.