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La mirada lúdica El catedrático de Historia del Arte Juan Antonio Ramírez muestra sus habilidades en la latoflexia Escultura. Juan Antonio Ramírez. Sala de arte Moreno Villa. Málaga. C/ Ramos Marín, s/n. Hasta el 20 de diciembre de 2000. Entre los motivos que hacen de Juan Antonio Ramírez (Málaga, 1948) una figura decididamente singular y atípica dentro de lo que se conoce como «institución arte», sobresalen una ingénita inclinación a investigar campos nada o muy poco explorados de su disciplina profesional, la historia del arte, una actitud por lo común desacralizadora e incluso festiva en sus análisis, lo que no debe confundirse con una falta de hondura y rigor científico en el tratamiento de los asuntos estudiados, y una distanciada y fina ironía que, como la cervantina, es de carácter magnánimo y se asienta de manera firme en la nobleza de su naturaleza humana. Aunque en alguna ocasión ha comentado que prefiere sólo descubrir y no tanto escrutar de modo sistemático esas casi ignotas parcelas de la práctica artística hacia las que se dirigen sus vastos intereses intelectuales, lo cierto es que las señales que va colocando en el territorio, apoyadas en un complejo tejido de lúcidas intuiciones, correspondencias diacrónicas e inteligente uso crítico de las fuentes, convierten sus textos, escritos por lo demás con una notable claridad y belleza de estilo, en referencias de la sensibilidad posmoderna aplicada al ámbito de la historiografía artística. Los variados temas que ha abordado en su prolífica y ya dilatada trayectoria, entre los que cabría destacar el cómic femenino en España, el papel de los medios de masas en la historia del arte contemporáneo, la relación entre arquitectura y utopía, la tratadística arquitectónica y la importancia del templo de Salomón como modelo de buena parte de la tradición constructiva en occidente, la contribución esencial de Duchamp en la nueva mirada estética que ha ido decantándose en nuestro siglo y las posibles influencias y polisémico significado de la obra de Gaudí, manifiestan su vocación por adentrarse en las márgenes orilladas por el discurso académico, su compulsiva pasión por la imaginación y el sueño, su profunda simpatía por quienes, desde el mundo de las formas, se rebelan contra el aburrimiento y el corsé de lo establecido. Pero
Ramírez, que cuando las circunstancias lo requieren es también un sesudo
profesor de historia del arte, ofrece todavía una dimensión aún más
sorprendente de su personalidad vital, reveladora en más de un sentido de su
concepción lúdica del arte y de la íntima conexión que debe existir entre la
teoría y la práctica, entre el ejercicio intelectual y el trabajo manual: la
realización, hecha con sus propias manos, de muebles y objetos, entretenimiento
habitual en sus ratos de ocio que hace extensible ahora a estas irónicas y
divertidas esculturas de lata, atravesadas por doquier de guiños a la
vanguardia histórica y preñadas asimismo de múltiples referencias alegóricas
y simbólicas, exponentes de su amplísima cultura en el inabarcable continente
de las imágenes. Si en 1985 nos sorprendía con su Templicón, ese «templo-armario-puerta
triunfal en homenaje a la pintura» que era también una secreta complicidad con
Schwitters y el padre Caramuel, ahora nos deleita con estos juguetes de adultos
que invitan a la manipulación, homenaje también a Picasso, Calder, Torres-García,
Ferrant, Feininger y otros muchos, arropados por un divertido Tratado breve
de latoflexia y latotomía. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 9 de diciembre de 2000
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