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Las inquietantes imágenes de Neo Rauch Pintura. Neo Rauch. Centro de Arte Contemporáneo. Málaga. C/ Alemania, s/n. Hasta el 18 de septiembre de 2005. Considerado desde hace varios años como uno de los valores más sólidos del panorama pictórico alemán, de creciente empuje en el contexto artístico europeo desde el decenio de los noventa del pasado siglo, Neo Rauch (Leipzig, 1960) lleva más de un lustro construyendo, a partir de un incontestable dominio técnico, un particularísimo universo figurativo, de poderoso contenido simbólico, cuyas imágenes transmiten una honda sensación de desconcierto, extrañeza, inquietud y melancolía. Sus numerosas referencias plásticas, entre las que sobresalen las influencias recibidas del realismo socialista, del cómic clásico, de René Magritte, Paul Delvaux, Balthus, Max Beckmann, Georg Baselitz, Lucian Freud y, de modo muy especial, Giorgio de Chirico, no le han impedido articular un lenguaje muy personal, de atmósfera crepuscular y donde también se perciben las profundas huellas del romanticismo alemán, con el omnipresente Caspar David Friedrich a la cabeza. Los personajes de sus enormes lienzos constituyen ya de por sí un catálogo nutrido y extravagante: caminantes solitarios, animales monstruosos y fantásticos, bebedores, leñadores, mendigos, soldados, santones de estirpe rusa, espías, bárbaros que parecen extraídos de la época de las invasiones, campesinos, monjes, magos con chistera, remeros, mineros, ociosos y deportistas. Las situaciones y las escenas representadas en sus cuadros no se atienen a un discurso lógico, racional y coherente, sino que, por el contrario, resulta difícil saber qué están haciendo exactamente los personajes, en qué tiempo y en qué circunstancia histórica. La simultaneidad de escenas distintas e inconexas entre sí, un recurso narrativo procedente del surrealismo, acentúa la dificultad de lectura. Los escenarios, a su vez, también son de lo más variopinto: bares de carretera, paisajes arquitectónicos eclécticos e historicistas, parques de atracciones, escenarios de cuentos de hadas, complejos fabriles e industriales, paisajes bélicos, paisajes desolados y crepusculares, grutas subterráneas, criptas, desvanes, paisajes nevados, zonas pantanosas e interiores. En general predominan los colores cálidos y mate, siendo muy representativos los rojos, con una gama que nunca se inclina hacia tonos encendidos y fuertes, sino atemperados y misteriosos. También es de destacar la diferencia de escala entre las figuras y las escenas, así como la diacronía temporal, aunque siempre prevalece un tiempo cronológico anterior al presente, pero en el que lo mismo se unen escenas del siglo XVIII o de la época medieval con otras del siglo pasado, desde los años treinta a los cincuenta preferentemente. Muchas de las desconcertantes situaciones por las que atraviesan los personajes de los cuadros de Neo Rauch tienen que ver sin duda con el pasado histórico reciente de Europa, especialmente el periodo del régimen nacional socialista en Alemania, la Segunda Guerra Mundial, de la que se atisban figuras de partisanos, de la resistencia antinazi y del enfrentamiento entre ese país y Rusia, y la prolongada época de las dictaduras comunistas en los países del telón de acero, sobre todo en la República Democrática Alemana. El ambiente opresivo, cargado de presagios e insoportable para las conciencias del dramático pasado alemán durante el siglo XX, se palpa por doquier en los óleos de Rauch, donde lo mismo podemos encontrarnos con una escena de tortura, como en Konvoi, con un soldado herido, en Quecksilber, o con un oficial del Ejército alemán en el porche de su casa con su mujer y sus hijos, mientras en la escena inmediatamente contigua una columna de humo y un gigantesco cañón pintado de rojo anuncian el fragor del combate, caso de Korinthische Ordnung. Entre las pinturas más enigmáticas e inquietantes, además de las mencionadas, no me resisto a citar Bauer, donde un pequeño grupo de monjes roturadores de tierras situados en un paisaje dominado por un cielo rojo de amenazadores presagios, se halla delante de una casa en cuyo interior unos hombres parecen inspeccionar y reparar monitores de televisión; Silo, llamado así por ese elemento de la arquitectura industrial que domina la escena, en la que un hombre vestido con ropas de 1930 contempla impasible cómo una robusta joven pasea a un híbrido perro mezcla de caniche y de lobo, mientras que un cazador agarra con fuerza a una especie de enorme batracio que surge del fondo de la tierra; Moor, en el que un personaje vestido con una indumentaria dieciochesca se desliza sobre una tabla sobre unas aguas pantanosas en las que advertimos un vagón de tren semihundido y una gigantesca seta con una abertura a modo de ventana que da a un pasaje urbano y una arquitectura palaciega que evoca el Dresde del periodo rococó; o, por último, el perturbador y crepuscular paisaje de Waldmann, con un campo de trigo mecido por el viento, un inmenso cielo plomizo y un ceñudo mamífero entre lobo y zorro que se desliza sigiloso en busca de una presa.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 1 de julio de 2005
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