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El caso de la escultura de Renoir Obra de los últimos años del gran maestro del impresionismo francés. Pintura y escultura. Pierre-Auguste Renoir. Galería Fabien Fryns. Hotel Marbella Club. Avenida Alfonso de Hohenlohe, s/n. Marbella. Hasta el 30 de septiembre de 1998.
Es bien sabido que la obra escultórica de Pierre-Auguste Renoir (1841-1919), muchísimo menos conocida del gran público que los cuadros de este inimitable maestro del impresionismo francés, ha planteado desde antiguo numerosos problemas a los críticos e historiadores de arte. Si a partir de 1907 accedió a dar cumplimiento a su viejo deseo de esculpir, ello se debió en parte al requerimiento que en tal sentido le hizo el célebre marchante Ambroise Vollard, cuando tenía ya las manos medio paralizadas por una artritis progresiva que empezó a manifestársele a finales de siglo y que le obligaría a atarse los pinceles a los dedos para poder pintar durante los últimos años de su vida. Esta firme voluntad del artista de continuar trabajando fue puesta especialmente a prueba después del violento y devastador ataque de parálisis que sufrió en 1910, pero en lo concerniente a la escultura, dada la imposibilidad física de modelar con sus propias manos, hubo de recurrir a la colaboración de su joven y hábil ayudante Richard Guino (1890-1973), de origen español y discípulo de Maillol, quien entre 1913-17 realizó varias piezas de pequeño y mediano formato en las que el desnudo femenino era una vez más el tema principal de las composiciones y que traducían fielmente la vital y hedonista concepción estética de un atento Renoir, presente siempre en todas las sesiones y haciendo cuantas indicaciones estimaba necesarias a fin de dirigir de la manera más precisa la tarea del forzoso vicario. Aquellos
problemas, pues, no se refieren tanto a la verdadera autoría de las esculturas
en las que Renoir pudo controlar todo el proceso de elaboración, desde el
modelado hasta la fundición en bronce, según revela la impronta inconfundible
de su estilo, cuanto a las piezas que fueron fundidas muerto ya el pintor, de
las que habría también que distinguir entre las fundidas en vida de Guino y
bajo directa supervisión suya y las que lo fueron a partir de 1973, bien por
mandato de sus familiares o de los herederos de Renoir (las desavenencias entre
estos últimos y Guino quedaron patentes en 1968, cuando el escultor les puso un
pleito para que se le reconociera la coautoría de la obra que hizo con el
anciano maestro). Justamente va a ser esta suma de circunstancias
—de la que ineludiblemente deriva la delicada y compleja cuestión del
rango de autoría y atribución de las piezas, sólo susceptible de ser resuelta
por el peritaje de un conocedor experto—
la que haga planear razonables dudas sobre el contenido de la muestra
objeto de este comentario, ya que a excepción de tres piezas de las que el
director de la galería asegura que se realizaron en vida de Renoir, el resto
fueron fundidas después de 1919 e incluso después de 1973, no estando tampoco
claro que en todos estos casos el modelado se hiciera en presencia del maestro.
Por lo que atañe a los pequeños lienzos expuestos, casi todos sin fecha,
recuerdan demasiado los insignificantes bocetos de la etapa final que inundaron
el mercado a la muerte de Renoir, empañando transitoriamente su reputación.
©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 25 de septiembre de 1998
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