|
Vibraciones cromáticas Pintura. Paloma Ripollés. Galería Nova. Málaga. Paseo de Sancha, 6. Hasta el 6 de octubre de 2004. La más fugaz de las miradas
a estos recientes trabajos de la pintora Paloma Ripollés (Madrid, 1967), al
pronto advierte que todos ellos están ejecutados por idéntica mano, según se
encargan de manifestarlo de modo explícito la predilección por el color frente
al dibujo, la amena y encendida paleta, enseñoreada por los azules, rojos,
negros, ocres, verdes y amarillos, la libertad de la forma, que no se deja
aprisionar por la rigidez de la línea, y, muy especialmente, la técnica, óleo
sobre lienzo aplicado de manera sabia y precisa mediante la espátula. Sin embargo, un análisis
más atento también se ve obligado a distinguir entre dos tipos de resultados
diferentes e incluso contrapuestos. De una parte, como muy bien muestran los
bodegones y los pequeños cuadros de flores expuestos, la fastidiosa presencia
de un desordenado abigarramiento de los objetos representados, lo que se traduce
en una cierta desarmonía compositiva, y una gama tonal subida en exceso, hybris
insaciable que origina el chirriante sonido de los empastes cromáticos. De otro
lado, los estupendos paisajes mediterráneos, pintados con la línea del
horizonte elevada, con un garboso equilibrio de las masas y de los pigmentos,
interpretando con un estilo muy personal, en el que la naturaleza se expresa
con contenidos arrebatos, la estética fauve y los exultantes logros del
Benjamín Palencia de la década de los cincuenta. Contemplándolos, se percibe
sin asomo alguno de duda que Paloma Ripollés ha comprendido con desacostumbrada
clarividencia que, para el pintor, la naturaleza no está ahí para ser copiada,
sino para ser interiorizada y devuelta al soporte con el lenguaje propio e
inconfundible del artista. Esa es la lección que se desprende de lienzos como Jardines de lavanda y Las mimbreras, el primero una refrescante y primorosa composición en la que creemos percibir el agradable perfume del espliego y del cantueso, y donde sobre todo destacan unos espléndidos malvas que armonizan admirablemente con las enhiestas ramas pintadas de rosa de la zona media del cuadro, y el segundo un atrevido y cálido paisaje en el que el rojo fuego del suelo se atempera con el azul del cielo, mientras que la deslumbrante parte central se deja entera a esos airosos arbustos que crecen junto a las orillas de nuestros ríos, con sus ramillas largas, delgadas y flexibles que brotan desde su misma base y que son de un amarillo casi ocre dorado por el cegador sol del sur.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 1 de octubre de 2004
|