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Evocación de un lugar legendario Pintura. Fernando de la Rosa. Sala Italcable. C/ Calvo, s/n. Málaga. Hasta el 15 de noviembre de 2004 Esta importante exposición
individual de Fernando de la Rosa (Archidona, Málaga, 1964) es el resultado de
casi tres meses de intenso trabajo, prácticamente todo el verano de 2000, en la
célebre Villa Noailles de Hyères, en Provenza, la casa construida para el que
fuera pródigo mecenas de algunos de los más relevantes protagonistas de la
vanguardia histórica, el vizconde de Noailles, por el arquitecto Robert
Mallet-Stevens entre 1922-33, en un estilo que si bien no recoge los principios
fundamentales del Movimiento Moderno en profundidad, adoptándolos sólo como
una vestimenta externa, también es verdad que hizo aquí un elegante y
sofisticado ejercicio de «estilismo». Por aquí pasaron, entre otros, y por
citar sólo a los españoles, Dalí, Buñuel y Óscar Domínguez, y aunque las
piezas de la colección artística y la mayor parte del mobiliario de la casa de
los vizcondes ya no se encuentran en ella, aún están colocados en su sitio
objetos especialmente diseñados para la mansión, percibiendo todavía los
artistas que residen en ella pensionados por el ayuntamiento local el espíritu
de una época desenfrenada, atrevida, transgresora y un poco loca. Aunque los motivos y
temas de los cuadros de Fernando de la Rosa evocan y homenajean ese ambiente
pretérito y los personajes que lo vivieron, no deja de resultar curioso el tesón
con el que nuestro
pintor se aferra a unas técnicas artesanales y tradicionales de la pintura,
preparando con sumo cuidado la imprimación del lienzo de lino a base de temple
de cola con pigmento blanco u ocre, o bien haciendo él mismo los colores al óleo
con una proporción tal de aceite de linaza y pigmento que les otorga un empaste
y densidad característicos. De igual modo, procede actuando primero con tinta y
acrílico, para finalizar el cuadro con óleo, collage y alquitrán diluido,
confiriéndole a la superficie una pátina brillante como de barniz en algunas
zonas que manifiestan un trabajo concienzudo y bien hecho. Los cuadros de la muestran parten de unas obras inmediatamente anteriores a las que Fernando de la Rosa llamó Musarañas, esto es, pinturas que incorporaban pequeñas frases sueltas, divagaciones y pensamientos breves, escritas con pintura negra y alquitrán, con perfiles muy gruesos, que posteriormente eran tachadas con líneas horizontales y diagonales, como en algunas pintadas políticas de la época de la Transición que el contrario borraba improvisadamente de ese modo. En el fondo se trata de andamiajes, de construcciones lineales que tienen su origen en la obra gráfica del autor hecha por esos años. Salvo las rotundas y gruesas líneas negras, los colores evocan por lo general las tierras malacitanas, sobre todo los ocres y las almagras. Los collages los emplea de manera muy experimental, tapando por ejemplo azarosamente un texto, un poco a la manera picassiana, con una especie de osadía resolutiva. Hay composiciones que celebran los toros y la sangre de los cuadros de Óscar Domínguez, otras que rinden homenaje al jardín colgante en el que gustaba estar la desaparecida vizcondesa, otras en las que la disposición circular de los textos alude a la presencia de valiosos y hermosos relojes en la villa y, por tanto, al paso del tiempo, el de la historia y el propio biográfico, y otras, las menos, que rinden una alegre ofrenda a los impresionistas, especialmente a Monet, con esos cielos de color celeste tan claros y tan bellos. Pero al final de todo el proceso, por encima de los textos y de las alusiones, siempre triunfa la pintura. . © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 16 de octubre de 2004
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