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Plenitud del espacio vacío La primera exposición individual de Javier Roz descubre su proximidad espiritual con las estéticas de Oriente. Dibujo. Javier Roz. Taller Gravura. Málaga. C/ Coronel, 3. Hasta el 30 de marzo de 2001. La primera muestra individual de Javier Roz (Plasencia, 1975), joven artista de formación autodidacta y estudiante universitario de Medicina durante varios años, descubre, casi siempre con un resuelto distanciamiento respecto de tentaciones retóricas y efectistas, una natural inclinación hacia el lenguaje abstracto, un deseo íntimo por expresar el sonido inaudible del silencio, un vocabulario de signos y grafismos elementales, y, casi lo que más lo define, un estilo donde el espacio plástico aparece como verdadero protagonista de la representación, extensa superficie casi enteramente vacía en unos casos, poblada de distanciadas manchas oscuras en otros, probable imagen del cosmos o de la realidad subjetiva del espíritu en ambos. A estos sutiles dibujos sobre papel de Javier Roz, realizados en su mayoría con tinta china y esmalte, bien podrían aplicárseles las poéticas y luminosas palabras de José Ángel Valente en el primero de los Cinco fragmentos para Antoni Tàpies, cuando dice, de un lado, que el supremo y radical ejercicio del arte quizá sea un «ejercicio de retracción», y, de otro lado, que crear es, antes de nada, generar el espacio vacío de la propia creación. Un estado éste, el de la creación, que, como también recuerda Valente en el mismo texto, se asemeja al estado de no acción, de no interferencia, propio de la práctica del Tao, esto es, un estado donde se está atento a los «movimientos del universo y a la respiración de la materia». En este último sentido, resulta sorprendente el paralelismo entre algunos dibujos de Javier Roz y ciertas obras de Yu-Kien, un pintor chino del período de la dinastía Song que, quizás impulsado por sus convicciones taoístas, expresó de manera libre y de acuerdo con sus íntimos sentimientos la naturaleza, traducida mediante manchas de tinta más o menos diluidas que tienden a perderse en la luz. Similar
ausencia de intención descriptiva, antes bien, un proceder intuitivo y asentado
en la sugestión, es el que se desprende de estas bellas y armoniosas
composiciones de Javier Roz, acertadamente bautizadas por él como ars
subtilior («el arte más sutil»), una suerte de homenaje personal a esas
sofisticadas composiciones musicales que, en ciertas regiones del occidente
cristiano de la segunda mitad del siglo XIV, fueron creadas bajo la advocación
estética del Ars Subtilior, y cuya principal característica fue un
refinamiento rítmico y melódico casi obsesivo, en el fondo una prolongación
hasta sus últimas consecuencias de las posibilidades del Ars Nova
anterior. Pues también hay un exquisito refinamiento en estos papeles inundados
de luz, la propia que desprenden sus inmaculadas superficies, donde las masas
negruzcas se disponen unas veces simétricamente y como enfrentadas, otras
aisladas como una constelación solitaria, informes nebulosas densas y oscuras
hechas a base de gestos y suaves trazos. En ocasiones, las manchas adquieren
formas horizontales, o se oscurece levísimamente el espacio de humo, o se
experimenta con cera y letras de periódico que se han adherido por contacto.
Los títulos de algunas piezas también las vinculan a la estética oriental:
son haikus, poemas japoneses muy concisos de 17 sílabas, dispuestas en
tres grupos de 5, 7 y 5, como el que dice: «Mis ojos miran / invariablemente /
más allá, aquí». ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 5 de marzo de 2001
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