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Tersos destellos de luz Efusión cromática y abertura geométrica de las superficies distinguen los últimos cuadros de Dámaso Ruano. Pintura. Dámaso Ruano. Galería Marín Galy. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 13 de enero de 1999. Trabajador incansable, de un gusto refinado y desde hace mucho tiempo firmemente convencido de la autonomía del lenguaje plástico de la pintura, Dámaso Ruano (Tetuán, 1938) lleva casi un decenio transitando con serena naturalidad por una época de plena madurez creadora, fiel a una poética abstracta del paisaje, pero, sobre todo, fiel a las posibilidades celosamente escondidas en los materiales y volcado en una rigurosa investigación del concepto de espacio intrínseco a la superficie misma del cuadro. No sólo los pigmentos, sino pequeños trozos de madera coloreada o con su tonalidad orgánica, recortes de tejido y de papel, en ocasiones con anotaciones y manchas de color producidas accidentalmente por haber asistido próximos y mudos, desde su privilegiada ubicación en el tablero del estudio, a la realización de un sinnúmero de obras, esperan pacientemente el momento en que el pintor, después de haber convivido largo tiempo con ellos, familiarizándose con su presencia, interiorizándolos a pesar de que sólo en apariencia no les ha prestado la debida atención, guiado intuitivamente por un sentido exquisito de la composición, del equilibrio de las formas y de las armonías cromáticas, decide de pronto incorporarlos a una nueva pieza, rescatándolos así de esa finita realidad física inanimada, aunque cálida, en que hasta entonces había consistido su existencia en el taller y proporcionándoles ese hálito imperecedero de vida y de espíritu que de modo tan gratuito como inexplicable lleva consigo la obra artística. Y ocurre, observando los resultados, que aun cuando podamos deducir que Dámaso Ruano conoce perfectamente y siente una profunda admiración por pequeñas y encantadoras construcciones con trozos de madera y collage de Tatlin, Rodchenko, Schwitters, Miró, Torres García, Lucio Muñoz, Farreras y muchos otros que nos vienen a la memoria, en verdad posee un modo de hacer personal e inencontrable, de la misma manera que la fascinación por Rothko no resta un ápice a la singular tersura cromática de los estáticos horizontes de sus paisajes, en los que adivinamos las horas del amanecer o del crepúsculo, ni tampoco la en todo caso lejana huella de Fontana puede arrebatarle la personalísima investigación sobre la profundidad del espacio que descubre esa a modo de ventana rectangular abierta sobre la superficie bidimensional del lienzo, metáfora quizás de esa otra ventana que Dámaso tiene en su estudio y desde la que todos los días, mientras trabaja, puede contemplar los cambiantes tonos del mar y del cielo. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 26 de diciembre de 1998
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