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Thomas Ruff y la estética de lo sublime Fotografía. Thomas Ruff. ma. r. s. Centro de Arte Contemporáneo. Málaga. C/ Alemania, s/nº. Hasta el 29 de enero de 2012.
Thomas Ruff (Zell am Harmersbach, Baden-Württemberg, Alemania, 1958) se formó, junto a Thomas Struth y Andreas Gursky entre otros, en las aulas de la Kunstakademie de Düsseldorf, donde impartían clases Bernd y Hilla Becher, que fueron algunos de los primeros artistas europeos en emplear la fotografía de un modo conceptual, influidos por la Nueva Objetividad alemana del decenio de 1920, y en donde el objeto se situaba ante la cámara de un modo absolutamente neutral y objetivo, como una pura abstracción distante y fría, deshumanizada, aunque, eso sí, realizado todo con una precisión y exactitud técnicas verdaderamente sorprendentes. Por lo tanto, había también una influencia indirecta del Minimalismo de la década de 1960. En Thomas Ruff, asimismo, lo primero que nos cautiva es su extremada precisión técnica, su maravillosa e impoluta pulcritud, donde sus enormes fotografías, manipuladas por ordenador a través de material fotográfico de alta precisión proporcionado por agencias, centros e institutos de investigación espacial, consiguen casi que desaparezca por completo la realidad visual fotográfica y creamos que podemos encontrarnos ante enormes e inquietantes pinturas. Las fotografías del espacio interestelar y del planeta Marte proporcionadas por la NASA y por un célebre telescopio del desierto de Atacama en Chile, de una extrema aridez y con unas noches que son de las más oscuras de la Tierra, no miden más de un metro, y Ruff las trata con el programa Photoshop, consiguiendo unos efectos de una grandiosidad y de una serenidad que, inevitablemente, conectan con ciertas corrientes filosóficas y teorías estéticas. Contemplando, por ejemplo, sus inmensas fotografías del cielo estrellado, densamente oscuro y donde se palpa la terrible soledad del universo, no puede uno dejar de acordarse de Pascal, para quien el hombre era una caña que piensa, es decir, un ser de una tremenda fragilidad dotado al mismo tiempo del más poderoso instrumento del cosmos, la inteligencia, y que, como es bien sabido, llegó a escribir que «el silencio eterno de esos espacios infinitos me espanta». No se trata de hacer referencia aquí a una de las más célebres disputas teológicas de toda la historia de la Iglesia católica, en la que intervino Pascal, la discusión en torno al jansenismo que se había adueñado del Colegio de Port-Royal y en donde se opone con magistral vehemencia dialéctica a la doctrina agustiniana de la gracia y a la casuística de los jesuitas, pero no cabe duda que Thomas Ruff participa de ese misterio ante el Universo que tanto aterrorizaba metafísicamente al gran matemático francés. Pero Ruff parece no intervenir; él simplemente muestra, cuando en realidad toda la obra es una extraordinaria manipulación, eso sí, respetando la posición en sus coordenadas de las estrellas y de los astros luminosos. Pero donde llega quizás Thomas Ruff a extremos más inverosímiles es en su serie ma. r. s. que da nombre a la muestra, unas bellísimas fotografías de Marte, donde, como hemos dicho, se desdibuja la técnica y nos enfrentamos ante fragmentos de un planeta solitario y sin vida, ante puras abstracciones en las que las ondulaciones de las dunas, las oquedades de los cráteres o la suavidad aterciopelada de la superficie repercuten sin duda sobre el alma del espectador. Es aquí donde se manifiesta el lado más romántico de Ruff, el que le conecta con esa estética de lo sublime tan inigualablemente descrita por Kant en su tratado sobre Lo bello y lo sublime. De una vieja edición de Espasa-Calpe de 1937, son estas frases sueltas: «La vista de una montaña, cuyas nevadas cimas se alzan sobre las nubes; la descripción de una tempestad furiosa o la pintura del infierno por Milton producen agrado, pero unido a terror… La noche es sublime… Lo sublime conmueve… Lo sublime ha de ser siempre grande… Lo sublime ha de ser sencillo… Un largo espacio de tiempo es sublime… La descripción hecha por Halles [Alexander of Hales] de la eternidad infunde un suave terror; la de la eternidad pasada, un asombro inmóvil». Es decir, lo sublime está íntimamente vinculado con la idea de infinito. Es el infinito, la soledad cósmica, la calma eterna la que se desprende de estas enormes fotografías de Marte de Thomas Ruff, al mismo tiempo serenas, pero también transidas de un inexplicable desasosiego.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 24 de diciembre de 2011
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