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El caos ordenado Pintura. Matías Sánchez. Taller Gravura. Málaga. C/ Coronel, 3. Hasta el 27 de febrero de 2002. Las obras que Matías Sánchez (Tubinga,
1972) —un pintor nacido circunstancialmente en Alemania,
criado en Isla Cristina, en Huelva, y que en la actualidad vive en Sevilla—
expone en Gravura, tienen el innegable interés de pertenecer a un
intenso período de transición, muy experimental, parece que definitivamente
concluido en las piezas exhibidas hace un par de meses en la galería Cavecanem
de la capital hispalense. Si esta última producción se caracterizaba por la
decidida adopción de un lenguaje figurativo, por la organización del espacio
compositivo con abundancia de recuadros y viñetas, lo que lo emparenta en más
de un aspecto con la sintaxis de la historieta, y por el generoso empleo del
signo y de la línea, en correspondencia con la peculiar gramática de los
graffiti, el origen de todos estos atributos precisamente se encuentra en los
cuadros objeto de este comentario. Preocupado por las propiedades físicas de los materiales y provisto de un sólido conocimiento de la técnica, Matías Sánchez, además de preparar cuidadosamente el lienzo mediante una imprimación de varias capas, emplea con excelentes resultados la preciadísima cera carnauba, un tipo de cera vegetal muy dura y de perdurable brillantez que se obtiene de la Copernicia cerifera, una palmera originaria de Brasil nororiental. Sobre esta superficie resistente y de aspecto esmaltado, Sánchez despliega una peculiar iconografía cuyo trazo vibrante y calculada gestualidad debe más al informalismo de raíz europea que al expresionismo abstracto de la Escuela de Nueva York, o dicho de otra manera, se relaciona más estrechamente con Dubuffet y con Saura que, pongamos por caso, con Motherwell. Singularizados por el agudo contraste entre el grueso negro de las líneas y el fondo resplandeciente, el dinámico y enérgico cromatismo de estos cuadros cohabita tanto con el vislumbre de rostros y miembros del cuerpo humano (y que podrían tomarse como anuncio de posteriores desarrollos), como con la estratégica disposición de marcos y recuadros generalmente ocupados por figuras muy abocetadas que cumplen una función casi simbólica: el cálido y desprendido homenaje del pintor no sólo a la memoria de los grandes maestros, sino también a la de toda la historia de la pintura, desde las huellas de las manos en las cavernas paleolíticas hasta los muros callejeros repletos de signos que ha trazado una mano anónima. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 4 de febrero de 2002
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