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La identidad compartida Fotografía. Francisco Santana. Sala de arte municipal. Málaga. C/ Ramos Marín, s/n. Hasta el 22 de marzo de 2002. Interesado
desde hace más de un decenio en la manipulación informática de la imagen, la
individual que Francisco Santana (Archidona, Málaga, 1953) presenta bajo el
explícito epígrafe de Dar la cara, o cómo trans-ferir identidad al otro,
recoge algunos de sus últimos trabajos en ese campo, escorados cada vez más
hacia una dimensión claramente política y de denuncia social por parte de la
actividad artística. Sin prescindir en absoluto de la presencia física y
material del objeto, declaración expresa de intenciones que permitiría
vincular estas obras con la categoría de «correalidad» y con la primera estética
de Max Bense, la producción de Santana manifiesta una progresiva importancia de
las ideas y del aspecto estrictamente conceptual en el ejercicio de la tarea
creativa, según puede corroborarse no sólo en la atenta lectura e influencia
crítica de textos de Nietzsche, Deleuze y Virilio, sino en la significación
concedida al propio proceso de elaboración. La
reflexión de Santana se centra en esta oportunidad en el enorme problema humano
y social de la inmigración, uno de los mayores desafíos que tienen hoy, al
menos en Europa, las opulentas sociedades postindustriales. Pero en vez de
inclinar la investigación hacia la vertiente documental, por ejemplo con
fotografías realizadas en las playas donde llegan las pateras, en los lugares
de trabajo ilegal o en los centros de acogida, Santana opta por hacer coexistir
la intención estético-virtual con la político-social. Para ello, a partir de
la imagen fotográfica que aparece en su carnet de identidad, que usa como célula
madre, crea un número indeterminado de iconos imaginarios, de seres virtuales,
que son el resultado conjunto de haber alterado ligeramente la imagen matriz y
haber añadido elementos de cualesquiera otros rostros anónimos. Estas nuevas
imágenes-arquetipo, realizadas en cibachrome, no pretenden reproducir una cara
concreta, sino que tienen una intención, como si dijéramos, postpictórica, en
el límite entre lo representado y lo no representado. Cada
una de las piezas expuestas, pues, es una de estas nuevas identidades a las que
el autor ha proporcionado no sólo sus rasgos fisiognómicos básicos (diluidos
ahora en otros generales relacionados para el imaginario colectivo con la
discriminación étnica y la marginación social), sino también su nombre y
apellidos, facilitándoles así la legalidad administrativa de la que carecen.
De un lado, la justificación aducida por las autoridades para expulsarlos y
repatriarlos, a saber, que no tienen su documentación en regla, es
desenmascarada por el artista como un burdo subterfugio que conlleva visos de
pesadilla kafkiana (¿cómo van a tener precisamente ellos «papeles» si no se
los proporcionamos nosotros aquí?); de otro, se introduce en el debate la idea
de que este problema es de todos y que su solución a largo plazo exige
solidaridad. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 25 de febrero de 2002
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