La tensión dramática de Antonio Saura

Pintura y dibujo. Antonio Saura.

Gacma. Málaga. C/ Fidias, 48-50. Hasta el 22 de noviembre de 2005.

Consolidado desde muy pronto como uno de los valores más sólidos y preclaros del informalismo español, Antonio Saura (Huesca, 1930 – Cuenca, 1998) ha sido sin duda uno de los tres o cuatro nombres esenciales de la plástica española de la segunda mitad del siglo veinte. Hombre de bien Antonio Saura. "Cabeza", 1966. Óleo / papel.cimentada formación intelectual y magnífico ensayista de cuestiones relacionadas especialmente con la pintura, Saura ha sido un artista comprometido a fondo con la realidad contemporánea en sus más diversas facetas, interesándole y abordando a lo largo de su vida, como escritor y como conferenciante, múltiples cuestiones, desde la contribución específica de la escuela española de pintura hasta el papel que en las sociedades postindustriales corresponde jugar a las grandes instituciones museísticas. Su pertenencia a El Paso le proporcionó un prestigio nacional y una proyección internacional que le sirvieron de acicate para ejercer una rigurosa autocrítica sobre su propio trabajo, siempre alerta a los vaivenes de la condición humana. Su lenguaje estará para siempre vinculado al automatismo surrealista y al informalismo, siendo para él el expresionismo abstracto de la Escuela de Nueva York quizás el último gran movimiento pictórico de Occidente.

Las once piezas traídas ahora por Gacma, realizadas entre 1980 y 1996, configuran una selecta y exquisita muestra que gira alrededor de uno de los temas centrales en la obra sauriana: su interpretación del perro de Goya. Poniendo en práctica, como afirma Valeriano Bozal, aquella observación de Fiedler según la cual el mejor comentario de una obra de arte es otra obra de arte, Saura disecciona en sus lienzos y papeles dedicados al perro de Goya la situación autónoma y solitaria del individuo moderno. De los tres elementos que pueden observarse en el célebre «Perro semihundido» de Goya que formaba parte de las «Pinturas negras» de la Quinta del Sordo, y que hoy conserva el Prado, la colina inclinada, la cabeza del perro que asoma con mirada hermética y el amplio firmamento, una composición, como se desprende, extraordinariamente moderna y anteclásica, antirretórica y antianecdótica, Saura lleva a cabo una alteración fundamental: el plano inclinado se ha convertido ahora en una línea horizontal, pero a cambio el perro se ha transformado en un monstruo; en cuanto al firmamento, junto con la zona negra inferior, es un puro espacio pictórico, áreas con respecto a las cuales se destaca esa violencia de la pincelada con que está hecha la cabeza, situada en el eje o en el punto de sutura de la zona inferior y superior. Aunque «El perro de Goya» a que me estoy refiriendo, un óleo sobre papel de 1989, varía ligeramente respecto de la pieza homónima de 1979 que guarda el Museo Pompidou de París, la intención es idéntica: el perro somos cada uno de nosotros que, sin asidero alguno, tenemos que enfrentarnos a la realidad a fin de construir nuestra propia personalidad. Eso lo dice plásticamente Saura subrayando la referencia a la pintura por parte de los elementos de la composición. El asidero que ahora encuentra el perro lo ha conquistado pintando, permutando su rostro en un monstruo. Si nosotros queremos tener algo a lo que agarrarnos en la vida, será construyendo nosotros mismos nuestro propio ser.

En otras variaciones anteriores del mismo tema, realizadas en 1981 y aquí expuestas, Saura mantiene el plano inclinado, o bien convierte el punto donde se asoma el perro en una sima, concediéndole todo el protagonismo a la enorme masa negra de la loma.

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 30 de septiembre de 2005