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Carlos Schwartz y la memoria de la ciudad Instalación y dibujo. Carlos Schwartz. Galería Javier Marín. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 16 de julio de 2011. En esta nueva exposición individual Carlos Schwartz (La Laguna, Tenerife, 1966) continúa investigando en la misma línea en que lleva haciéndolo desde hace varios años, es decir, fundamentalmente en torno a la luz, como pudo comprobarse en sus recientes muestras de Tenerife Espacio de las Artes y Patio Herreriano de Valladolid. La única novedad respecto a sus anteriores trabajos es que ahora trata de engarzar la presencia de la luz con su memoria individual de la ciudad, aquella que sobre todo está vinculada a los juegos infantiles. De ahí que las dos o tres grandes piezas de instalación que se exhiben presenten formas y estructuras claramente relacionados con los elementos de los pequeños parques infantiles que hay en los jardines de nuestras ciudades. El proceso de razonamiento es aquí inverso al que afectó al arquitecto Frank Lloyd Wright, quien reconoció estar fuertemente influido en su trabajo, de manera inconsciente, por el juego infantil de los bloques de madera inventado por el pedagogo alemán Friedrich Fröbel, creador, además, de los kindergarten o jardines de infancia en la primera mitad del siglo XIX. Carlos Schwartz lo que hace, en cambio, es un ejercicio de memoria, un recordatorio consciente de épocas pasadas de su existencia, poniéndolas en relación directa con determinados espacios lúdicos de la ciudad, aquellos en los que se desarrolla el juego y el libre despliegue de las energías positivas. Pero el ingrediente verdaderamente clave de su trabajo es la luz, en su caso una luz blanca procedente de tubos fluorescentes que deja al descubierto con sus cables, cebadores y reactancias. Los tubos, que en otros trabajos han servido para construir escaleras o estructuras con forma de cabaña, o se han dispuesto en el interior de embarcaciones, ahora sirven para rememorar aquellos elementos de los juegos en los parques infantiles. Sin embargo, la luz tiene en Carlos Schwartz una profunda carga simbólica y metafórica. Del mismo modo que Dan Flavin, en su célebre Nominal Three (Homenaje a Guillermo de Occam), de 1963, está haciendo referencia al modo de razonamiento lógico del controvertido franciscano nominalista bajomedieval, precursor de la lógica ternaria y de los tres valores de verdad que serían posteriormente empleados por la lógica matemática de Charles Sanders Peirce y de Bertrand Russell, el artista canario está aludiendo al carácter metafísico y simbólico de la luz. El que la luz con la que trabaja sea blanca no es casual. Schwartz no crea directamente environments (ambientes) como Dan Flavin, pero sí conoce perfectamente la controversia en torno a la luz que mantuvieron San Bernardo de Claraval y el abad Suger de Saint-Denis, de la que nos habla magistralmente Panofsky. Bernardo quería para sus iglesias cistercienses una luz blanca, pura, inmaculada e incontaminada, en consonancia con la austeridad que predicaba, mientras que Suger pretendía que la luz que se filtrase a través de los claristorios fuese coloreada, esto es, esa luz irreal y profundamente espiritual que es la esencia del espacio gótico. En el principio fue el Verbo, la Palabra, en la que estaba la vida que era la luz de los hombres. Así comienza aproximadamente el evangelio de Juan. Lo importante aquí es que para Schwartz la vida del hombre, la conciencia del sujeto, debe ir inextricablemente vinculada al mundo del espíritu, pues de lo contrario queda reducido a materia inerte o puramente mecánica. La memoria, pues, el recuerdo de los inocentes juegos de la infancia, se vincula aquí con la luz como metáfora de la trascendencia del sujeto, de su ligazón indestructible con el amor y la vida. Antes fue Goethe, pero ahora parece que es Dreyer el que planea sobre la última obra de Carlos Schwartz.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 25 de junio de 2011
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