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El espacio como metáfora del tiempo Escultura y pintura. José Seguiri. Galería Javier Marín. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 24 de julio de 2004. El actual predominio de las
instalaciones y de las propuestas artísticas de carácter estrictamente
conceptual o en las que la presencia de los medios audiovisuales y de las nuevas
tecnologías deja por completo a un lado los materiales y las técnicas
tradicionales, no debería hacernos olvidar que, aunque cada vez sea más difícil
ver sus obras expuestas en los museos y en los centros institucionales de arte
contemporáneo, continúan existiendo notables e incluso excelentes artistas que
siguen pintando con óleo sobre lienzo, modelan con las manos la arcilla de sus
esculturas o ejercitan continuadamente el riguroso y nobilísimo arte del
dibujo. Uno de estos creadores,
de los escasos escultores que hay actualmente entre nosotros, es José Seguiri
(Málaga, 1954), quien siempre ha reivindicado el aspecto manual de la actividad
artística, la conciliación y el equilibrio entre el cerebro y las manos, entre
el concepto y la habilidad práctica, un poco a la manera del demiurgo de la
filosofía griega. En la desde ya hace bastante tiempo anacrónica e inexacta
contraposición entre tallistas y modeladores, Seguiri estaría sin duda
encuadrado en este último apartado, pues lo que él siempre ha hecho es modelar
la arcilla con sus propias manos, dándole poco a poco la forma que previamente
ha ido esbozando en sus dibujos preparatorios, porque, como todos los escultores
dignos de este nombre, Seguiri va clarificando sus iniciales ideas mediante
bocetos y dibujos, hasta que la forma de la figura, en diferentes actitudes y
posturas, termina concretándose sobre el papel. En
el caso de un escultor, resulta particularmente interesante exhibir, junto a sus
piezas tridimensionales, esos apuntes iniciales, si bien, en esta ocasión, se
ha optado por recuperar uno de los ámbitos de expresión plástica más
conocidos de Seguiri en los comienzos de su carrera, y que, sin embargo, debido
a la resonancia y éxito de sus esculturas, había ido quedando en un segundo
plano. Me estoy refiriendo a su pintura, que por los cuadros ahora expuestos, ha
experimentado una importante transformación en los dos o tres últimos años.
Siempre había sido deseo de Seguiri hacer una pintura que no entrase en
contradicción con su escultura, mejor aún, que incluso ayudase a explicarla,
sin estar necesariamente subordinada a ella. Estas obras, intemporales
y de un efecto terroso y seco, parecen haberlo logrado. La técnica es aquí
fundamental. A partir de un fondo de témpera como preparación del lienzo,
Seguiri aplica sucesivas capas de óleo, hasta ocho o diez, que confieren a la
superficie ese granulado característico, síntoma evidente de unas
composiciones muy trabajadas. Otras veces, usa sólo pastel y témpera sobre
cartulina, pero siempre privilegiando una labor concienzuda y una visible
textura. En
cuanto a las obras escultóricas expuestas, hay dos grupos bien diferenciados.
El primero es el de los divanes, piezas de gran tamaño que aquí se muestran
tal y como han sido modeladas en el taller del artista, antes de entrar en la
fundición para ser vaciadas en bronce. A pesar de que puede parecer lo
contrario, se trata de piezas muy pesadas, ya que son enteramente macizas, pues
el tipo de arcilla empleado permite esta circunstancia incluso con las altas
temperaturas que se alcanzan en el proceso de cocción. La novedad consiste
ahora en que el escultor sigue trabajando la arcilla, una vez modelada la
figura, con la lija y con la escofina, a fin de desbastar y suprimir las
protuberancias y accidentes de la superficie, procediendo inmediatamente después
a aplicar con una brocha una fina capa de escayola, recurso que, además de
permitir, por ejemplo, suavizar una curva o un recodo del cuerpo, hace más
visibles los posibles defectos y, por tanto, aumenta la probabilidad de
corregirlos. Con todo, sigue habiendo zonas, especialmente los cabellos,
imprecisamente modeladas y donde se aprecia aún la amasadura del barro, lo que
otorga a estas obras ese «palpitar como algo vivo» que Jacob Epstein reclamaba
para la escultura. De lo que no cabe duda es que en todas estas terracotas late
el espíritu hedonista, el inocente erotismo, las orondas formas y la admiración
por la vieja estatuaria griega y romana que suelen distinguir a los trabajos de
Seguiri, pero, al mismo tiempo, se percibe un particular interés en enfatizar
la naturaleza dual de las composiciones
—Venus del espejo, Venus y Eros—, incluso cuando, como en
Grand réveil, la figura sola desperezándose vuelve la cabeza a un lado y las
caderas y las piernas en sentido opuesto. El otro grupo, soberbio, misterioso e inquietante, está constituido por unas enormes cabezas huecas de terracota posadas sobre un suelo de tierra rojiza, aparentes vestigios arqueológicos de civilizaciones pretéritas que, con sus expresiones exánimes, semejan ser los restos decapitados de un terrible duelo entre titanes. En estas cabezas cortadas, con sus hermosos cabellos ensortijados, su tersa frente, sus finas cejas, somnolientos ojos, suaves pómulos y sensuales labios, parece compendiarse el ideal de belleza de José Seguiri, entre clásico y romántico, crepuscular y melancólico, como una serena meditación sobre un pasado irremisiblemente perdido que nunca debería borrarse por completo de la memoria, pues, si ello ocurriese, se perdería para siempre una parte de la genealogía espiritual de nuestra antigua cultura mediterránea. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 18 de junio de 2004
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