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El deseo en pos de la belleza Escultura. José Seguiri. El rapto de Europa. Jardines de la Casa Fuerte Bezmiliana. Rincón de la Victoria (Málaga). Escultura permanente.
La reciente ubicación de una monumental escultura de José Seguiri (Málaga, 1954) en los jardines que rodean la llamada Casa Fuerte de Bezmiliana, en el corazón del municipio del Rincón de la Victoria, permite al curioso y al aficionado disponer de una privilegiada oportunidad para considerar los rasgos más característicos de su arte. Con 3,25 metros de altura sin la base de hormigón que la sustenta y unos 2600 kilogramos de peso, este considerable grupo escultórico recrea una de las leyendas mitológicas más renombradas de la Antigüedad, el rapto de Europa, para cuya realización el autor se ha guiado, al igual que la mayoría de los artistas que en el pasado han tratado este tema, por los versos de Ovidio en su libro segundo de las Metamorfosis. Con insuperable vigor poético se narra en esos versos el rapto de la hija de Agenor y Telefasa por Júpiter (Zeus), quien, a fin de poseerla después de verla jugando junto a sus compañeras en la playa de Sidón, o de Tiro, donde reinaba su padre, se metamorfosea en un resplandeciente toro blanco, con cuernos semejantes a los de un creciente lunar, tumbándose a los pies de la doncella. Al pronto asustada, la princesa irá poco a poco serenando y recobrando su ánimo, hasta acabar acercándose al animal, al que acaricia y termina por sentarse a su espalda, instante que aquél aprovecha para levantarse y lanzarse al mar. A pesar de los gritos de Europa, que se agarra a sus cuernos, se adentra en las olas y se aleja de la orilla, hasta llegar ambos a Creta, donde, en Gortina, se une Zeus con la joven, junto a una fuente y bajo unos plátanos que, en memoria de estos amores, obtuvieron el privilegio de no perder jamás sus hojas. De los tres hijos que Europa dio a Zeus uno fue Minos, el legendario rey de Creta que tuvo que encerrar en el Laberinto construido por Dédalo al Minotauro, el monstruo nacido de la unión contranatura de su mujer Pasifae con un toro. En cuanto al toro blanco en que se había transmutado Júpiter, se convirtió en una constelación y fue colocado entre los signos del Zodíaco. Una de las más célebres y extraordinarias representaciones de la leyenda es el cuadro de Tiziano encargado en 1559 por Felipe II, que llegó a estar en los apartamentos del rey de España en el Alcázar madrileño y que hoy conserva el Isabella Stewart Gardner Museum de Boston. De un intenso simbolismo, esta obra maestra de Tiziano, que recurre a fuentes formales sacadas del fresco de la Galatea de Rafael en la Villa Farnesina de Roma y también recibe influencias del famoso Toro Farnese del Museo Nacional de Nápoles, presenta a la ninfa con sus vestiduras ondeando trémulas al soplo de la brisa, según dicen los versos de Ovidio. Allí, en el Alcázar, vio el lienzo Rubens, probablemente en su viaje a Madrid de 1628, haciendo de él una de las más ensalzadas «copias» de toda la historia de la pintura, que atesora el Prado. O bien el cuadro del veneciano o bien el del flamenco, sirvieron a Velázquez de inspiración para el tapiz del fondo de Las Hilanderas, como es bien sabido. Seguiri también sigue los detalles esenciales del mito, aunque prescinde de las ropas de la ninfa, y, lo mismo que Tiziano y Rubens, hace que Europa se agarre con la mano izquierda a un cuerno del animal, mientras que Ovidio menciona la diestra. Las rotundas formas del grupo, su estilización y la expresión de un volumen de perfecta limpieza, de una típica claridad que no es ajena a un cierto efecto decorativo, evocan el espléndido óleo de Félix Valloton de 1908 que guarda el Museo de Berna, aunque en el cuadro del nabi la doncella se agarra con fuerza con ambas manos a los cuernos del animal, ya bastante entrado en el mar. Una vez más Seguiri hace un canto a la sensualidad y a la alegría de vivir de la vieja civilización mediterránea, a ese legado clásico que une el profundo simbolismo de los mitos con la cordura de la razón, aunque en la antigua leyenda contada por Ovidio el toro, animal indómito consagrado a Poseidón en Grecia, también simbolizase el desencadenamiento sin freno de la violencia, bien es verdad que atemperada aquí por la pasión amorosa. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 24 de junio de 2005
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