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Fragmentos corporales Obsesiones autobiográficas y crítica del cuerpo como mercancía definen la última propuesta de Marta Serna. Instalación, fotografía y objetos. Marta Serna. Galería Marín Galy. Málaga. C/ Duquesa de Parcent, 12. Hasta el 17 de abril de 2001. Desde 1998, la obra de Marta Serna (Madrid,
1969) viene insistiendo en presentar el territorio del cuerpo como metáfora de
la conversión que el sistema económico capitalista hace de cualquier objeto en
mercancía, de la fragmentación y pérdida del equilibrio entre la conciencia y
el mundo que aqueja al individuo contemporáneo, aunque también como escenario
donde se concretan los recuerdos y afloran múltiples imágenes que guarda la
memoria. En aquel año la exposición La piel protectora iniciaba una
fecunda reflexión en torno a la piel como membrana separadora entre el yo y el
exterior, de un lado fuerte y resistente, capaz de protegernos de múltiples
agresiones provenientes de fuera de nosotros mismos, pero de otro lado sensible
y frágil, delicada superficie donde comienza nuestro contacto físico con la
realidad y el reconocimiento de los otros y lugar en extremo vulnerable. Por su
parte, La sombra feble y
Carne feble, muestras celebradas muy recientemente y en las que
era frecuente el empleo del látex y del metacrilato, indagaban de modo más
preciso en la precariedad de las emociones, en la belleza de lo atroz y lo
siniestro y en la sombra como alteridad. En la actual muestra, titulada Hot legs (piernas calientes), Marta Serna se vale de la instalación, de fotografías y de objetos de látex y metacrilato para desarrollar una propuesta que ofrece evidentes conexiones con el lenguaje del surrealismo de la vanguardia histórica y con algunos autores de la llamada nueva escultura surgida en los ochenta, especialmente el estadounidense Robert Gober. La primera correspondencia entre éste y la autora madrileña está relacionada con las fuentes de inspiración de las que se nutre la obra respectiva. Del mismo modo que Gober se ha referido al sobrecogedor impacto que le hizo en la infancia el relato de una experiencia real tenida por su madre en la sala de operaciones del hospital donde era enfermera, cuando de pronto se vio literalmente con una pierna amputada entre las manos, también Marta Serna ha escrito acerca de la impresión que en su niñez le producían los maniquíes y las prótesis de las ortopedias, por los que sentía una mezcla de fascinación y horror. Quizás haya algo de exorcismo y de catarsis, como ella misma ha manifestado, en la colocación en la pared de estos trozos de maniquíes de plástico, explicación psicoanalítica muy del gusto de la autora y de su admiración por Freud, pero lo destacable aquí es la independencia y autonomía de los temas, que surgen sin premeditación alguna. Sin embargo, hay, entre otras, una diferencia esencial con Gober, y es que mientras éste lleva a cabo una concienzuda labor artesana en la realización de sus esculturas de piernas adosadas al muro como si hubiesen sido seccionadas, haciendo fieles modelos en cera de sus propias extremidades a las que implanta pelo real, Marta Serna, en cambio, usa viejos y estropeados fragmentos de maniquíes vulgares que resaltan un cierto aspecto descuidado en sus obras y que incluso las aproxima, involuntariamente, al kitsch. Las pequeñas esculturas de látex, coloreadas y pegadas al muro, están, sin embargo, con su desenfadada ironía, entre las piezas más logradas de la muestra. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 9 de abril de 2001
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