Luminosa abstracción lírica

Gradación tonal y transparencias de color cohabitan en los últimos estudios preparatorios de la pintora Soledad Sevilla

Pintura y dibujo. Soledad Sevilla.

Colegio de Arquitectos de Málaga. Paseo de las Palmeras del Limonar, s/n. Hasta el 3 de abril de 1998.

Al contrario de otros miembros que acabarían renegando posteriormente de aquella experiencia de juventud, Soledad Sevilla (Valencia, 1944), quien se licenció en 1965 en la Escuela Superior de Bellas Artes de Barcelona, siempre ha reconocido la deuda que, en el doble aspecto de primigenia apertura vital a las corrientes internacionales de la neovanguardia y de apasionada discusión teórica sobre la definición y límites de la obra de arte, contrajo con el Seminario de Generación Automática de Forma Plástica constituido en el Centro de Cálculo de la Universidad de Madrid en el otoño de 1968, al que se incorporó durante los cursos 1969-71, y ello a pesar de que   —según ha admitido asimismo en numerosas ocasiones y cualquier observador atento a su trabajo desde entonces percibe sin esfuerzo—, salvo la producción de los primerísimos setenta, caracterizada por módulos y rígidos esquemas geométricos, su interés por los ordenadores desvanecióse muy pronto e incluso pueda hablarse ya en aquellos años fervorosos e iniciáticos de un cierto distanciamiento respecto a los resultados y posibilidades de una estética cibernética. Propensa a una geometría más «blanda», más «emotiva», las dos preocupaciones fundamentales de la pintura de Soledad Sevilla han sido invariablemente el espacio y el color, y en este sentido no puede negarse que la experiencia en el CCUM le proporcionó un disciplinado método de trabajo, cuyo sostén durante muchos años fue la retícula, esto es, una fina trama de horizontales y verticales. Así ha sido al menos desde el final de su primera estancia en los Estados Unidos, hacia 1981-82, hasta la serie En ruinas, iniciada en 1993 a partir de su poética instalación   —una reconstrucción y recuperación de la memoria perdida, protagonizada por la luz—   en el castillo de Vélez Blanco (Almería, 1992), momento en el que abandona la red y se lanza a un salto en el vacío: «Sólo queda la necesidad de pintar, pero sobre nada», como ella misma escribió en el catálogo de su última exposición madrileña (1995).

En ese largo periodo de algo más de un decenio, en el que nunca dejó de existir un interés primordial por el espacio, muy visible todavía en la serie Las Meninas (1981-83), asistiremos, sin embargo, a la progresiva presencia de la luz y el agua   —serie La Alhambra (1984-86)—   y, sobre todo, a la preeminencia del color   —serie Los Toros (1988-90)—, que, una vez concluida la etapa con la renuncia de la cuadrícula, se erige en sujeto casi absoluto de los cuadros de Soledad Sevilla desde la mencionada serie de 1993. Los bocetos mostrados ahora en Málaga, preparatorios de una próxima obra definitiva en acrílico sobre lienzo y, según su costumbre, realizados en óleo sobre papel entelado, nos ofrecen como novedad el grosor y la dirección de la pincelada, corta, sinuosa y ligeramente oblicua, pero subordinada en cuanto forma a un ansia de inmaterialidad, mera portadora de color (verdes, amarillos, malvas) y mensajera de una imperturbable nada luminosa.

©Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 28 de marzo de 1998