Palpar lo indecible

Pintura. José María Sicilia.

Gacma. Málaga. C/ Fidias, 48-50. Hasta el 28 de junio de 2006.

Efímero estudiante de Arquitectura en su juventud, reservado y apartado de la vida social, apasionado de la pintura, en el sentido de no concebir la vida sin ella, José María Sicilia (Madrid, 1954) lleva un cuarto de siglo construyendo una obra que en el fondo es siempre la misma, pues toda ella es una prolongada variación sobre las preocupaciones que verdaderamente interesan al pintor, en síntesis la luz y el color, una obra llena de dudas, de búsquedas, de pasos hacia delante y pasos hacia atrás, de logros y de insatisfacciones, pero siempre hecha desde el interior y el silencio, atendiendo al mundo del espíritu, y no por ello menos física, menos pictórica, menos plástica, menos enamorada de lo propiamente matérico de la pintura. Porque una de las aparentes paradojas de este inmenso pintor que parece disolver la materia en una delicuescencia apenas audible o en una bruma misteriosa y poética es el innegable carácter físico y textural de sus composiciones, mejor dicho, cómo los pigmentos, los materiales de la pintura condicionan constantemente el proceso y finalmente el resultado.

Artista que para algunos evoca la estética oriental, la poesía mística española o la música de John Cage, en realidad José María Sicilia tiene muy poco que ver con esas actitudes ante la vida y el arte, pues su propuesta es eminentemente pictórica, deudora de la gran tradición artística occidental. La desmaterialización perceptible en muchas de sus composiciones sí que puede ponerse en relación con el último Velázquez, un pintor por cierto muy admirado por Sicilia. La unión de la cera con los pigmentos ha sido uno de sus más felices descubrimientos. En este aspecto, su pintura rememora el paso del tiempo, un tiempo íntimo y privado, en consonancia con el pálpito de las formas de la naturaleza.

Entre sus temas y motivos preferidos, las flores ocupan un lugar privilegiado. La flor como exponente de una extraordinaria complejidad y belleza formal, pero también de una sorprendente simplicidad y elementalidad. Él mismo se ha referido a ello en alguna ocasión. Por ejemplo, cuando, después de ver lo que un grabador había hecho con una flor, realizando el tallo de un color, las hojas de otro, y los pétalos, aquel montón de colores, pura química, le produjo la sensación más viva que había sentido hasta entonces de lo que era una flor. De nuevo la presencia de la pintura.

Las diez obras que exhibe en Málaga han sido concebidas como composiciones complementarias de poemas de Yves Bonnefoy, y en ellas ha empleado no sólo pigmentos naturales sino también flores auténticas, dejando que el tiempo ejerza su acción, porque de lo que se trata en Sicilia principalmente es que el pintor casi no actúe, elabore conceptualmente y fragüe mentalmente la obra, sin apenas intervención posterior, casi como si estuviera ausente, al modo de su apreciado pájaro solitario sevillano. 

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 16 de junio de 2006