Solana y la crónica de la «España negra»

Pintura y grabado. José Gutiérrez Solana. Colección Mapfre.

Sala de Exposiciones de la Fundación Picasso. Málaga. Plaza de la Merced, 13. Hasta el 10 de octubre de 2010.

Ha sido José Gutiérrez Solana (Madrid, 1886-1945), sin duda, el más grande cronista, después de Goya, del lado más turbio y hediondo de la realidad hispánica. Entre los aspectos más genuinos de la tradición pictórica de la escuela española, se encuentra sobre todo esa inclinación por lo dramático que tanto gustaba a los más conspicuos representantes de la llamada Generación del 98, y que ya José Gutiérrez Solana. OSARIO. 1931. Óleo sobre lienzo. 215 x 163 cm. Colección Mapfre.fue reivindicada e inventariada, al mismo tiempo que lo atávico y truculento, por el pintor Darío de Regoyos y el poeta belga Emilio Verhaeren en el libro La España negra, publicado en 1899 a modo de crónica del viaje realizado por ambos en 1888 por diversos lugares de España, inmediato antecedente del espíritu pesimista y de la hipersensibilidad estética de los noventayochistas, en la que se incardina, en más de un aspecto, la obra de Solana.

Artista profundamente humano y de una infinita ternura, en Solana las portentosas dotes de pintor, alimentadas en incontables horas de febril borrachera pictórica en ese hontanar inagotable que es el Museo del Prado, se unen a una prodigiosa capacidad para describir con la pluma, de forma exacta y matemática, sin falsas ni retóricas concesiones a la «belleza de los sentimientos», las miserias, hambres y derrotas de la curtida piel de toro ibérica. Solana es quizás también el creador español contemporáneo en quien en más alto grado la vida, la suya propia e intransferible, es un trasunto de su obra, así como ésta un nada complaciente reflejo de lo que con toda fidelidad habría que llamar «visión solanesca» del mundo, no por personal e intrínseca menos auténtica.

Espíritu mucho más próximo que Zuloaga a los desgarros de la Generación a la que le «dolía» España, Solana aborda variadísimos temas en su obra, tales como la superstición y beatería religiosa, las fiestas de carnaval con sus grotescas máscaras, los burdeles, los osarios, los esqueletos y la putrefacción de los cadáveres, los comedores y dormitorios de la beneficencia, las procesiones de disciplinantes y las fiestas populares con sus ritos ancestrales y esperpénticos y los individuos infrahumanos y famélicos. La extraordinaria calidad de su arte es de un realismo expresionista, plagado de simbolismos, perfectamente enraizado en la «veta brava» de la mejor tradición de la escuela de pintura española.

El magnífico conjunto de piezas de la Colección Mapfre, uno de los mejores de España, nos ofrece seis lienzos en los que se plasman sus inveteradas obsesiones y la original asimilación de la producción de Valdés Leal, Goya, James Ensor y Darío de Regoyos. Los aguafuertes y litografías de la colección, que constituyen el grupo más nutrido de obras, revelan una vez más la profunda admiración por Goya, con un dibujo conciso que sabe describir lo esencial de los caracteres y de las situaciones representadas. Toda una España sumida en el subdesarrollo, en la que perviven las frustraciones, miedos y fracasos que nos han venido acompañando desde 1808, pasa por delante de estas estampas solanescas, tan personales y verdaderas.

 

© Enrique Castaños

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 25 de septiembre de 2010