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La pintura más íntima de Joaquín Sorolla Pintura. Joaquín Sorolla. Salón de Columnas del Palacio de la Aduana. Málaga. Plaza de la Aduana, s/n. Hasta el 8 de diciembre de 2004. Lo primero que seguramente
debería saber el aficionado acerca de esta estupenda exposición compuesta por
casi 150 obras de muy pequeño formato de Joaquín Sorolla y Bastida (Valencia,
1863 – Cercedilla, Madrid, 1923), provenientes de los numerosos fondos del
Museo Sorolla de Madrid, es que, frente a lo que durante mucho tiempo se ha creído,
estas pequeñas piezas no son ni bocetos ni estudios preparatorios de obras de
mayor envergadura, sino que son propiamente «notas de color» que el gran
pintor valenciano pintaba para sí mismo, para ejercitarse en el color y darle
soltura a la mano cuando no se encontraba en su estudio madrileño, pues están
pintadas durante los frecuentes viajes de Sorolla por el extranjero y por la
geografía española, siendo asimismo su arco cronológico muy extenso, desde
1878-80 hasta 1918. Estas notas de color,
todas pintadas con óleo, de las que Sorolla hizo aproximadamente unas dos mil y
de las que su museo madrileño guarda la cuarta parte, corresponden, pues, en términos
generales, a las cuatro grandes etapas en que puede dividirse el desarrollo de
su quehacer artístico, desde los años de formación (1876-89), los años de
consolidación (1890-99), los de culminación (1900-1911) y los últimos años,
hasta 1920. Pero en realidad resulta prácticamente imposible clasificarlas según
una ordenación evolutiva, pues en ellas, y en esta característica se advierte
la libertad con la que fueron ejecutadas, apreciamos «avances» y «retrocesos»,
esto es, que notas de color realizadas de una manera suelta y rapidísima pueden
fecharse antes que otras elaboradas de un modo más realista y detallista, o
viceversa, pues el secreto de ellas estriba en que el pintor las hace sin
condicionamiento alguno, tan sólo mediatizado por el momento presente. La
inmensa mayoría están pintadas al aire libre, delante del modelo, y están
resueltas en unos minutos, como mucho en una hora. Seríamos injustos con
Sorolla si, tomando como referencia estas notas de color, comparásemos su
pintura con la de los impresionistas franceses, aunque sí hay algo de verdad en
las palabras de Juan de la Encina cuando, a propósito de la muerte de Sorolla,
escribió que lo que le unió fundamentalmente a aquellos fue el concepto o la
tendencia general a la pintura clara, la decisión de captar la luz solar en sus
momentos intensos, el sacrificio continuo de la forma, que se sumerge y se
disuelve en la luz, si bien también le separó de los pintores de la escuela
impresionista su dificultad en encontrar la sutileza y la multiplicidad del
matiz, ese refinamiento y esa modulación quintaesenciada que observamos en
Monet o en Renoir. Pero,
insisto, estas notas no deben evaluarse según ese modelo pictórico, pues en
ellas Sorolla da rienda suelta a un amplísimo registro de técnicas, de
lenguajes y de modos, desde el naturalismo, el impresionismo, el divisionismo,
los diferentes estilos neoimpresionistas, el manchismo de los italianos y hasta
incluso el modo de algunos nabis. Realizadas en un principio sobre tablitas de
madera, papeles y cartones de fotógrafo, más adelante Sorolla usará tablitas
estandarizadas, aunque no dejará de emplear pequeños trozos de lienzo pegados
a tablas o a cartón, así como cartones corrientes sin imprimación alguna. En
cualquier caso, son obras de una extraordinaria espontaneidad y frescura,
ejercicios de color en los que se advierte una certera coordinación entre el
ojo y la mano, que debe traducir rápidamente lo que aquél observa. También
las texturas son muy distintas, así como la aplicación de la pincelada,
encontrándonos unas veces con tratamientos muy empastados, o con aplicaciones
grumosas de color, o bien con barridos del pincel, que en ocasiones pasa una y
otra vez por el mismo lugar fundiendo los empastes. De igual modo, hay
abundantes ejemplos de empleo de una pincelada larga o de pinceladas cortas a la
manera impresionista, siendo en cambio muy poco frecuente el uso de la espátula.
En términos generales, asimismo, la paleta suele ser poco brillante, con un
predominio de los blancos sólo al final de su vida. En
cuanto a los temas, abundan los temas costumbristas, los temas marineros, los
paisajes y escenas callejeras, siendo muy raros los retratos, limitados prácticamente
al ámbito familiar. Entre las piezas más destacadas, merecen un somero comentario un Paisaje de Asís del periodo de formación, muy empastado en la zona del cielo y con empleo de espátula; una calle de esa misma localidad italiana con una casa pintada de un rosa maravilloso y con un encuadre claramente fotográfico; una preciosa Playa de San Sebastián, de 1900, con dos figuras femeninas a orillas del mar, sobre todo una, que es una pura mancha, hasta el punto de que la cabeza está sólo insinuada con dos o tres brevísimas pinceladas, una cabeza «transparente» a través de la que se ve el mar; un cartón pintado en Holanda en 1903 donde se ve a unas niñas saltando a la comba, de rápida ejecución; otro cartón del año siguiente, una de las mejores piezas de la muestra, en el que se ven unas barcas sobre el agua, hechas con una pincelada corta y empastada, y cuya factura general recuerda el célebre cuadro de Monet de Bañistas en la Grenouillère; y una Calle de Moraira, de 1905, con un blanco inmaculado a la izquierda y un trozo de mar azul al fondo que es como un pequeño e íntimo manifiesto del optimismo vital y del luminismo de ese gran pintor que fue Joaquín Sorolla. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 19 de noviembre de 2004
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