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Realidad, imaginación, vanguardia y pasado clásico. Aproximación a la obra de Stefan von Reiswitz.
ENRIQUE CASTAÑOS ALÉS
Los
comienzos.— El
16 de octubre de 1931 nace en la ciudad alemana de Munich, capital de Baviera,
Stefan Freiherr
von Reiswitz und Kaderžin. Sus padres, Johann Albrecht (Lugano, 1899 –
Munich, 1962) y Erna Bocks (Wetzlar, 1906 – Málaga, 1988) se habían casado
en Charlottenburg en 1926. Johann
Albrecht, que era luterano, siempre tuvo una gran afición por la historia y la
arqueología, interesándose también por la botánica. Combatió, siendo todavía
muy joven, en la Primera Guerra Mundial, donde fue gravemente herido en la
cabeza, hasta el punto de ser dado prácticamente por muerto, y por cuya causa
debió soportar una prolongada convalecencia de dos años. Durante el período
de entreguerras participó en una misión arqueológica en el lago Ohrid, en
Macedonia, región a la que regresaría durante la Segunda Guerra Mundial, ya
que entre los destinos que tuvo mientras que duró el conflicto uno de ellos fue
Yugoeslavia, donde desempeñó tareas relacionadas con el patrimonio artístico.
Terminada la conflagración, ocupó una cátedra de Historia en la Universidad
de Munich. De niño, Stefan daba de vez en cuando largos paseos con él y le
recuerda absorto en su despacho leyendo y estudiando los libros de la nutrida
biblioteca familiar. Es muy probable que el progresivo interés mostrado por
Stefan, siendo ya un adulto e iniciada su actividad artística, hacia los
despojos y ruinas del pasado, y, en general, hacia todas las civilizaciones pretéritas,
hasta llegar a convertirse en una de sus más encendidas pasiones, tenga en
aquella ocupación paterna un primer y firme modelo al que poder posteriormente
imitar. La
madre de Stefan, Erna Bocks, asimismo de religión luterana, procedía de una
familia de industriales. En su adolescencia y primera juventud había estudiado
en una academia de diseño de moda. El padre de Erna, que era ingeniero, gracias
al capital aportado por su mujer, proveniente a su vez de una familia acomodada,
pudo llevar a cabo el proyecto de crear una fábrica de maquinaria de soldadura
eléctrica, pionera en su género. Esta fábrica, que llegó a tener alrededor
de cien empleados a finales del decenio de los treinta, y de la que Stefan
recuerda que de pequeño se quedaba fascinado observando los artefactos mecánicos
y las piezas de material eléctrico, posteriormente tan recurrentes en su
producción, fue expropiada durante la guerra por el régimen
nacionalsocialista, ya que los terrenos donde se levantaba en Munich, que incluían
una pequeña colonia de villas, se decidió que eran necesarios para ampliar la
estación y la línea de ferrocarril con destino al movimiento masivo de tropas.
La tragedia parecía que iba a cernirse definitivamente sobre la fábrica, ya
que, además de la confiscación, el abuelo materno de Stefan murió antes de
finalizar la guerra, y su ingeniero jefe, que era judío y había estado bajo su
protección, terminó suicidándose, muerto su protector, antes de ser enviado a
un campo de exterminio. Sin embargo, gracias al celo y orientación adecuada
proporcionada por otro de los ingenieros de la empresa, la fábrica, de la que
se hizo cargo una tía de Stefan, hermana de su madre, pudo mantenerse durante
todo el resto de la contienda, con la mayor parte de los empleados, en un local
alquilado en Munich. Esta continuidad de la fábrica no era nada fácil en
aquellas circunstancias, ni siquiera antes de estallar el conflicto, pues este
tipo de empresas medianas y pequeñas fueron obligadas en un determinado momento
por el régimen nazi a aumentar desorbitadamente sus capitales, viéndose
abocadas a vender o a desaparecer. De
los años de su infancia, precisamente algunos de los mejores recuerdos de
Stefan están relacionados con ese mundo misterioso e incomprensible de la fábrica,
situada a un paso de la villa donde vivían sus abuelos, en cuyo jardín se
encontraba otra recóndita fuente de seducción, una casita con erizos y
multitud de cachivaches y cosas raras. Los dibujos que hacía entonces eran de máquinas,
teléfonos, fábricas, tratando de desmenuzar estos objetos y averiguar cómo
eran por dentro, pero sin intención de comprenderlos. Podría decirse que le
interesaban estos artefactos desde un punto de vista estético, por lo que ellos
en sí mismos representaban. El colegio, en cambio, suponía una verdadera
pesadilla. Sólo recuerda con agrado las clases de arte, biología, música y
lengua[1]. Otro
de los recuerdos más imborrables del joven Stefan es cuando conoció, con 17 o
18 años, al ilustre pensador español José Ortega y Gasset, que gozaba al
menos desde el decenio de los treinta de un gran prestigio en Alemania.
Primeramente, fue la madre de Stefan quien tuvo la oportunidad de conocer a
Ortega cuando éste dio unas conferencias en Hamburgo. Después, en una visita
de Ortega a Munich, Erna le invitó a su casa, corta estancia en la que el filósofo
incluso dedicó uno de sus libros a su joven admirador. En
1952, Stefan, que era hijo único, emprende con su madre un largo viaje cuya
primera etapa fue París, donde ambos residieron aproximadamente un mes alojados
en el hotel Saint André des Arts, antiguo caserón del siglo XVII frecuentado
por la bohemia y a un paso de la Île de la Cité, en una de las calles más
animadas del Barrio Latino. Aunque, debido a su nacionalidad alemana, Stefan había
de presentarse regularmente a la policía, pudo sin embargo desenvolverse sin
limitaciones por la ciudad, de la que le entusiasmaron algunas de las
exposiciones que visitó, como la titulada Le portrait dans l’art Flamand,
de Memling a Van Dyck, que se celebró en las Tullerías, en la Orangerie,
así como otra dedicada a los grandes muralistas mexicanos. Al poco de su
estancia en la capital francesa, Stefan decide asistir a las clases que en sus
respectivas academias impartían por entonces los pintores André Lhote y
Fernand Léger, el primero conocido sobre todo por la atracción que sintió
hacia el movimiento cubista, por su pertenencia al heterogéneo grupo de la
Section d’Or y por su dimensión como crítico y teórico, especialmente por
su celebrado ensayo Tratado del paisaje, mientras que el segundo de
ellos, que también fue escritor y teórico, además de sus relaciones con el
cubismo, el orfismo y la poética futurista, destacó por su interés por todo
lo relacionado con la civilización industrial, las máquinas y el mundo del
trabajo. Pero, a pesar de que durante un breve período de la evolución de la
obra de Stefan pueden advertirse influencias del cubismo, y no obstante ser éste
un movimiento por el que en alguna ocasión ha manifestado su interés y
reconocido su importancia, el caso es que aquellas lecciones le aburrieron,
indicándole de alguna manera el camino que en el futuro no debía seguir su
pintura. Las
obras que realizó en París fueron por lo general paisajes y escenas
costumbristas, y en ellas se observan rasgos de un encantador e ingenuo
primitivismo. Si bien desde mucho antes de su llegada a Francia había mostrado
su predilección por Gromaire, Franz Marc, Van Gogh y Kokoschka, ahora se sentía
particularmente atraído por Vlaminck y Raoul Dufy, gustándole de ellos sobre
todo la perfecta combinación entre espontaneidad y construcción de la forma.
La acuarela titulada Jardín del Luxemburgo (1952), pintada en un rincón
de este espléndido retiro vegetal del centro de París, es una obra de ejecución
suelta y espontánea, con predominio de verdes y figuras de una simplicidad casi
infantil. De
París, madre e hijo se trasladaron al País Vasco francés, donde visitaron
Biarritz y San Juan de Luz. Posteriormente, y hasta su llegada a Madrid,
viajaron a Pamplona, San Sebastián y Santillana del Mar, localidad esta última
en cuyos alrededores pudieron contemplar la cueva de Altamira. De la permanencia
por el sur de Francia y la cornisa cantábrica, pueden reseñarse Bas Pyrinées
y Paisaje, ambas de 1952, la primera una acuarela en tonos verdes y
azules donde todavía se observa poca madurez plástica, y la segunda un óleo
cuyo motivo es la casa de campo en la que vivían en el País Vasco francés y
donde la influencia de Vlaminck es patente sobre todo en el uso de la espátula. En
el invierno de ese mismo año, poco antes de la Navidad, llegan a Madrid, donde
van a permanecer una espaciosa temporada, aunque ahora, debido a su estancia en
territorio español, no tienen que soportar controles periódicos de la policía.
Stefan vive en una casa particular en la calle Diego de León, que fue donde
llegó a conocer a la que después sería su mujer, la pintora naïf de origen
abulense Marina Barbado. Como es natural, una de las primeras cosas que hizo
Stefan en Madrid fue visitar el Museo del Prado, del que le gustó especialmente
la obra de Goya. Igual que había ocurrido en París, quiso recibir lecciones de
pintura en alguna prestigiosa academia privada local, razón por la que se
dirigió a la que poseía el afamado artista Daniel Vázquez Díaz, quien ponderó
favorablemente las escasas composiciones que Stefan llegó a realizar en su
escuela. En la capital de España, donde también tuvo ocasión de conocer al
excelente dibujante e ilustrador gráfico Carlos Sáenz de Tejada, se dedicaría
con particular entusiasmo Stefan a dibujar catedrales góticas, no, claro está,
directamente del natural, sino a modo de fantasías en las que a veces
distorsionaba las formas de catedrales góticas españolas muy conocidas, como
la de Burgos. Entre los lienzos pintados en Madrid destaca El poco sol que
hay (1953), un desnudo femenino recostado en el que el perfil del rostro
evoca ciertas figuras de Odilon Redon. La mujer, que está pintada en tonos
grises, presenta unos contornos bien dibujados, aunque la distingue un moderado
hieratismo. En
Madrid, la crudeza del invierno le sentó mal a Stefan y le afectó al pecho,
motivo suficiente para abandonar la ciudad, y más si tenemos en cuenta que una
de las razones primordiales de este viaje a tierras del sur de Europa era
encontrar un lugar favorable a su delicado estado de salud. Les recomiendan el
pueblo gaditano de Arcos de la Frontera, de donde, después de una corta estadía,
vivirán algún tiempo en Málaga, en el ya desaparecido hotel Limonar, y de ahí
decidirán afincarse en Marbella, donde van a permanecer casi dos años, desde
1955 hasta 1957. Precisamente será aquí, en el Casino de Marbella, en agosto
de 1956, donde Stefan, conjuntamente con Marina Barbado, realice la primera
exposición de su vida. Las obras hechas en Marbella ofrecen ya significativos
progresos. La factura aún sigue siendo muy simple en La casa blanca
(29-XII-1955), un óleo sobre táblex donde se ve la casa en la que vivían,
junto a un pequeño molino de viento. La concepción también es muy sencilla en
Paisaje de Marbella (1956), una acuarela de tonalidades delicadas en la
que sobresalen los malvas, verdes y naranjas. Parecida simplicidad percibimos,
asimismo, en Versión libre sobre un óleo de Corot (8 de enero de 1956),
una deliciosa acuarela que recrea la Ninfa tendida en el campo, cuadro
pintado por Jean-Baptiste-Camille Corot hacia 1855 y que se conserva en el Museo
de Arte e Historia de Ginebra. El interés de la obra de Stefan radica en que no
hay dibujo previo, sino que la acuarela es aplicada directamente. En cambio, en Hombre
sentado con sombrero (1956) la composición está ya mucho más construida,
ofreciéndosenos la efigie del mendigo bastante más elaborada que otras figuras
pintadas anteriormente. En este óleo, con sus tonos terrosos y un cierto sabor
realista, quizás podamos hablar de una vaga influencia del Van Gogh del período
de Nuenen y, en cualquier caso, de la pintura de contenido social. Aquellos
progresos son aún más evidentes si comparamos las dos sucesivas versiones de
un mismo asunto, Pareja (1956), ya que en la segunda de ellas las figuras
de los bailarines, que como en la primera versión proceden de la decoración de
un jarrón de porcelana, han adquirido formas más geométricas, resultando toda
la composición más sintética, más estructurada. Desde
1957, Málaga va a ser el lugar de residencia definitivo de Stefan, que se
traslada a vivir a una casa del barrio de Pedregalejo, villa Curro. La primera
exposición realizada en la capital de la Costa del Sol, de nuevo junto a Marina
Barbado, tuvo lugar en marzo en la Sociedad Económica de Amigos del País, con
una favorable acogida de público y de crítica y de la que el pintor y académico
Luis Bono habló elogiosamente, habiendo servido de intermediario el pintor y
restaurador Luis Molledo. Con motivo de la muestra, Stefan hace unas
declaraciones a un diario local en las que, además de manifestar su admiración
por artistas como Juan Gris, Modigliani, Utrillo, Chagall, José Clemente
Orozco, Cézanne, otra vez Van Gogh, del que de nuevo se percibe cierta
influencia, Soutine y Gauguin, dice lo siguiente: «Eliminando toda clase de
sentimentalismos y absteniéndome de motivos demasiado pintorescos, trato de
pintar con la máxima sencillez, construyendo con colores y formas elementales
composiciones que lleven por objetivo hacer visible que cualquier objeto en esta
vida posee su original belleza y puede servir de mensajero de nuevos conceptos
pictóricos, colorísticos y estéticos, y que no existe ninguna cosa en la que
no se refleje algo trascendental, algo que nos inspire un presentimiento de la
inmensa libertad e independencia que la mente del hombre puede alcanzar un día»[2]. Los
primeros contactos de Stefan en Málaga, además de los ya señalados, los va a
tener con la colonia alemana de la ciudad, relación que se produce a través de
su compatriota Carlos Schroeder Mercken, uno de los promotores de la Sociedad
Filarmónica y que le compró tres acuarelas en la exposición de la Económica.
También desde muy pronto conoce Stefan a los pintores Gabriel Alberca, Enrique
Brinkmann y Jorge Lindell, algunos de ellos miembros por entonces del recién
bautizado como Grupo Picasso[3],
heterogénea formación de artistas y poetas de la que, según Stefan,
destacaban por su dinamismo y capacidad emprendedora Lindell y el también
pintor Pepe Guevara. Búsqueda
de un lenguaje. Experimentación y cambios estilísticos.— La
evolución de la obra de Stefan desde la exposición de la Económica hasta los
primeros años sesenta, se caracteriza por la rápida asimilación de diversos
lenguajes, la corta duración de las distintas etapas que atraviesa
(sobresaliendo de ellas el uso del papel, pues fue sobre ese soporte en el que
realizó las mejores obras del período) y los efímeros pero enjundiosos
escarceos en la abstracción. Las dos pequeñas acuarelas de 1957 tituladas Vista
de Málaga, en las que el lugar donde se sitúa el artista le permite
divisar el Limonar, el monte Sancha y la playa de la Malagueta con la Catedral y
la Farola al fondo, se distinguen por sus tonos claros y las manchas de color
turquesa de los tejados, aunque los trazos siguen siendo muy elementales, como
corresponde al carácter de apunte que tienen. Más determinación y concreción
existe en el lienzo que representa el Valle de los Galanes (1957), una
vista de la parte alta de Pedregalejo desde villa Curro, con el colegio de las
Esclavas del Sagrado Corazón en la cima del monte, donde la animación cromática,
con los tejados de las casas moteados de azul morado, nos rememora la alegre
colina de Montmartre. De factura semejante al ya mencionado de Hombre sentado
con sombrero es el lienzo Retrato de Diego (1957), pintado con espátula
en algunas zonas y en el que lo más llamativo es el contraste que en la masa de
la figura se produce entre el blanco de la camisa y el rostro cetrino. Durante
los meses finales de 1957 y los primeros de 1958 realiza Stefan una serie de
dibujos con tinta china azul que puede considerarse entre lo más interesante
del período que estamos analizando. Si se elige como prototipo el titulado Rauhreif
(Escarcha), observamos que está poblado de formas elementales, algo así
como seres protozoicos muy primitivos. Aunque parecen detectarse algunos peces y
gusanos, puede calificarse de dibujo abstracto, relacionado quizás con cierto
surrealismo de raíz no figurativa. Sin embargo, la principal influencia puede
proceder, además de un viaje que Stefan hace a Portugal por ese tiempo, de los
célebres azulejos de Delft, un tipo de cerámica que empezó a comercializarse
a comienzos del siglo XVII y que se caracteriza por su ornamentación complicada
a base de figuras, guirnaldas, follajes, etc., y por realizarse habitualmente en
azul («azul de Delft»)[4].
Los restantes dibujos de la serie —Estrategia
contra lo imprevisible, La vida bajo cero, Flores de distracción,
Tiempos revueltos— ofrecen,
con algunas variantes, rasgos muy parecidos: casi siempre se trata de un mundo
acuoso, como de lecho marino arcaico, donde pueden distinguirse juncos, raspas
de peces, esponjas, anémonas, algas y unas formas que recuerdan vagamente a los
erizos de mar. En uno de los últimos, aunque sigue predominando el azul, hay
rastros de tinta negra y unas leves manchas de amarillo. En
los últimos meses de 1958 y en los iniciales de 1959, Stefan continúa
investigando en este recién descubierto universo poético abstracto, según
revelan tres espléndidos dibujos con tinta china. El más temprano, Paisaje
parabólico, con una enorme abertura en el centro en gran parte exenta de
intervención sobre el papel, ofrece una apariencia, con sus manchas
filamentosas de tinta negra dispersas por la superficie y otras de color marrón
y turquesa, como de paisaje cósmico. Igualmente abstracto es Paisaje
tormentoso I, una obra en tonos azules, marrones y negros que puede
calificarse de «improvisación», con manchas de tinta a las que se les deja
esparcirse libremente sobre el papel, originando formas filamentosas. Esta
composición de ambiente acuoso, que también está atravesada por un gran
espacio blanco que la recorre de un extremo a otro, probablemente haya sido
realizada con materiales de procedencia inconsciente cuya elaboración recuerda
el automatismo de André Masson. Más holgado de color, en Paisaje tormentoso
III prevalece una bien trabada armonía compositiva en medio del aparente
caos informe de improvisadas manchas. Pero,
más que un transitorio entusiasmo por la abstracción, la razón principal del
espíritu investigador, carácter experimental y diversidad estilística de la
obra de Stefan durante todo este período de finales del decenio de los
cincuenta y primerísimos sesenta, se debe a la incesante búsqueda de un
lenguaje personal. Sin embargo, es indudable que la gramática no figurativa le
obsesiona en esos años, unas veces con una redoblada presencia de materia y un
énfasis en la dimensión táctil de las superficies, otras atemperando el
protagonismo de la textura y concediendo en cambio primacía a lo poético a
través de la levedad y la insinuación. Perteneciente a esa preocupación por
el empleo de la materia es Residuos (1958), un cuadro importante no sólo
por cuanto de él arranca una intermitente incursión en el informalismo que se
va a prolongar hasta al menos 1962, haciéndose patente la admiración
manifestada por Stefan hacia Tàpies y otros representantes de la tendencia en
el ámbito europeo, sino porque en él aparecen por primera vez objetos pegados,
ruedecillas y botones incrustados que son el más lejano precedente de la
innumerable variedad de cosas, fragmentos y vestigios que se ocultan tras la
superficie translúcida de sus cuadros más representativos. En rigor, el interés
por la materia es una constante en la producción de Stefan. Mucho tiempo después
de estos ejemplos iniciales, no sólo cree que «las experiencias más valiosas
de este siglo han sido el cubismo y el informalismo»[5], sino que la materia pura
y aislada tiene una importancia y un valor en sí mismo como tema, anunciado ya
en Rembrandt, en los mantos de Zurbarán, en los bodegones holandeses o en Klee,
pero que explota en Tàpies y Baumeister, quienes «nos enseñaron que en
pintura lo más sublime se expresa a través de un poco de materia en sí». Y
todavía se muestra más explícito: «A pesar de que mi pintura tiene un tema
permanente, llámese parapsicológico, mágico o neodadá, desde Tàpies doy
absoluta preferencia a la materia, al accidente dirigido o integrado»; o, en
fin, «si es que hay magia en mis pinturas, tiene sus raíces en la materia»[6]. Emparentados
estilísticamente con Residuos, y sobre todo como derivaciones postreras
de aquel informalismo matérico, están Figuración 62 A y Figuración 62 L, dos óleos abstractos de 1962 pródigos
en signos gestuales y con cierto eco de las pinturas de Wilhelm Wessel de la
segunda mitad de los cincuenta. No obstante, entre 1958 y 1962, y sin abandonar
el tema de la materia, nos encontramos con otros ejemplos, como es el caso de Agosto
(1959), un magnífico óleo abstracto sobre papel, pintado en tonos azules,
negros, grises y rosas, cuyas aformales masas, más que la moderada densidad del
empaste, lo vinculan a Figuración 62 L. O los de Obstrucción y Caminos
hacia el norte, ambos de 1960, dos extrañas composiciones en la producción
de Stefan donde lo más peculiar son unas diminutas manchas de pintura de forma
redondeada que a modo de trama ocupan amplias áreas del cuadro, aunque el
segundo, con ese aspecto de paisaje nevado invernal, tiene una intención más lírica,
mientras que el primero, ejecutado con abundante uso de la espátula y en tonos
marrones y verde azulados, con sus figuras geométricas imitando los lados de un
poliedro, manifiesta algo de la admiración y profundo respeto del autor hacia
el cubismo —desde muy joven
Stefan considera el cubismo como la escuela más predestinada para servir de
puente hacia la pintura del porvenir, precisamente «por poseer espiritual y técnicamente
los fundamentos más sólidos de entre todos los ‘ismos’»[7]—. En
cuanto al conjunto de obras abstractas más ligeras de materia que mencionábamos
anteriormente, Lanzarote I (1959), en un tono general gris azulado y
salpicada de formas irregulares que parecen concentrarse hacia el lado derecho,
es de una refinada sutileza. De ella provienen Jardín francés I y Jardín
francés II, de 1960, obras de una variada gama verdosa, con algunas manchas
negras y azules y en las que se adivinan siluetas que semejan cabezas. Octubre
(1960), por el contrario, con sus formas dispersas, espacios abiertos y zonas
blancas del papel que sirven de fondo, estaría relacionada con la estética de Paisaje
tormentoso III, aunque ahora es más sobrio el uso del color. Paralelamente
a esta exploración del lenguaje abstracto, Stefan continúa investigando en el
campo de la figuración. Ahí están para corroborarlo Canna indica
(1958), una preciosa acuarela en la que la flor de intenso color rojo de esta
planta que florece en verano llena casi toda la composición. O Nenúfares
(1959), una acuarela de gran formato realizada en tonos verdes, azules y
amarillos que transmite una gran frescura y espontaneidad, y ante cuya presencia
no puede uno evitar acordarse de esas plantas acuáticas tantas veces pintadas
por Monet en su jardín de Giverny. O Calypso (1960), un óleo y collage
sobre táblex que representa un momento de la actuación de un ballet cubano que
intervino en el teatro Cervantes de Málaga. Realizado de una manera muy suelta,
a base de manchas negras, blancas y rosáceas, el ballet hacía alusión a una
sequía, siendo la pieza de baile que más impresionó a Stefan cuando uno de
los bailarines parecía consumirse poco a poco sobre sí mismo, semejando un
pequeño resto de esqueleto del que al final sólo quedaba una cabecita
bailando. Pero la mejor obra figurativa de esos años es el Retrato de Dª
Modesta (1960), un óleo sobre cartulina que bebe en el copioso hontanar del
arte de Oskar Kokoschka, especialmente en su célebre retrato de El profesor
Forel, realizado por el pintor austriaco hacia 1910 y que se guarda en la Städtische
Kunsthalle de Mannheim. Elda Fezzi se ha referido al «estado de clarividencia»
alcanzado por Kokoschka, quien retrató al notable sociólogo mientras trabajaba
en su escritorio, de espaldas al pintor, concentrando toda la intensidad
expresiva en las huesudas manos y en la decrépita cabeza[8].
De igual modo, Stefan logra una parecida circunstancia en su penetrante
descripción de aquella célebre ama de cura del barrio de Pedregalejo, a la que
representa sentada, tocada con una piel de zorro y sosteniendo con su mano
izquierda un fino bastón dorado que se apoya en el suelo, mientras que la mano
derecha, muy expresiva y muy bien modelada, adornada con un reluciente zafiro,
descansa en su regazo. Bajo un pelo cano, el individualizado rostro también
resulta muy vívido con sus ojillos abiertos, labios finos y pómulos
maquillados de colorete. Concluyente prueba del trasvase de hallazgos de un
estilo a otro, es la trama punteada que sirve de fondo al retrato, idéntica a
la que vimos en Caminos hacia el norte. En
realidad, el debate en la obra de Stefan durante esos años, lejos de plantearse
como un conflicto irreconciliable entre figuración y abstracción, queda
circunscrito, como hemos dicho, al descubrimiento de un lenguaje propio y, de ahí,
la fluida relación y mutua contaminación entre ambas propuestas. Quien con
aguda mirada crítica percibió esa preeminencia de la experimentación y
aquellas concordancias, fue Eduardo Westerdahl, el cual, con motivo de la
colectiva protagonizada por Marina Barbado, Jorge Lindell y Stefan, miembros los
tres del Grupo Picasso, en el Círculo de Bellas Artes de Santa Cruz de
Tenerife, en junio de 1962, escribió acerca de von Reiswitz lo siguiente: «[Stefan]
a quien no parece interesarle la figuración o no figuración, sino el cuadro en
función de su tiempo personal, no de un tiempo histórico. Hace de esta manera
la conciliación de la figura humana con el cuerpo de una abstracción. En todos
sus cuadros se descubre la mano de un pintor, un trabajo racionalizado que toma
por base una invención formal, que no elude la exploración y el experimento y
que resuelve con gran dignidad de medios los problemas creados por cada cuadro.
El hecho de no presentar una serie de cuadros dentro de una misma modalidad le
da cierto carácter antológico a su obra general y puede restarle una
sinceridad a fuerza de querer respetar la presión circunstancial que provoca en
su caso la obra de arte. Se puede caer así en el “divertimiento”. Pero a la
vista está un pintor que conoce su trabajo, los menesteres de su oficio y las
fuentes de su invención y que no quiere construir su personalidad en la
explotación de una cantera temática»[9]. La
consecución de una iconografía y el inicio de la obra sobre cristal.— Entre
1962-63 y 1965 se producen importantes cambios técnicos y estilísticos en la
obra de Stefan, pero, a diferencia de los de los años anteriores, que no suelen
tener continuidad y se suceden a un ritmo acelerado, ahora los más
significativos de estos nuevos cambios van a incorporarse definitivamente al
modo de proceder del pintor, cuya obra, tanto por la insólita iconografía que
empieza a surgir, como por el tipo de soporte empleado, comienza a adquirir los
característicos perfiles que la distinguen hoy en el panorama artístico. Las primeras mudanzas radicales de carácter iconográfico tienen lugar hacia 1964 y se advierten ya con absoluta nitidez en un conjunto de dibujos hechos con tinta china sobre cartulina en los que los extraños seres y personajes que los habitan, nacidos de la imaginación del pintor, empiezan a tener esa filiación simultáneamente neoexpresionista y surreal que lo mismo puede interpretarse en clave dramática como en clave humorística, o, mejor dicho, como una suma de ambos estados del espíritu, ya que si algo comienza a distinguirse por entonces en el quehacer plástico de Stefan es esa rara combinación entre fatalidad trágica e irónico distanciamiento de la realidad, entre inquietantes presagios e inteligente sentido del humor, entre lo orgánico y lo maquínico, entre lo animado del soplo de la vida y lo creado artificialmente a modo de imposible y disparatado artilugio mecánico. Lo mismo nos topamos con entes deformes de aspecto extraterrestre y por completo inofensivos que parecen conversar con una estufa, que, como en Encuentro con centauro III (1964), con un insólito híbrido de centauro y marciano con antenas cuya parte equina parece ser hueca y formada por un sólido armazón metálico. En una línea semejante, aunque más pequeños de tamaño y con la tinta muy diluida, están Pierrot y Tiovivo,
los dos de 1965, y en el caso del segundo, con la novedad añadida, relativamente
frecuente en la obra de Stefan desde entonces, de que no tiene una única posición,
ya que puede verse tanto boca arriba como boca abajo, según corrobora la doble
firma. Pero uno de los dibujos de mayor calidad y más esmerado de esos años es
Confidencias (1965), con un fondo oscuro estructurado en áreas
rectangulares sobre el que se recortan las enhiestas figuras de sendos
personajes grotescos, masculino y femenino, contándose sus intimidades, así
como la esfera de un reloj, elemento muy recurrente en la obra de Stefan y que
debe ser aquí consignado ya que es una de las primeras ocasiones en que lo
representa. El
cambio de técnica y de soporte en los cuadros se produce en torno a 1963-64,
pudiéndose considerar plenamente consolidado hacia 1964. Hasta ese momento el
procedimiento habitual había sido óleo sobre lienzo, táblex o cartón, pero a
partir de esa fecha Stefan los pintará, primeramente, con guache sobre cristal,
y después, sin abandonar nunca el cristal, también sobre plexiglás,
dependiendo del tamaño. Aunque Stefan había empleado antes de ese año el
mencionado soporte, en realidad su uso había sido escaso e incluso excepcional.
Es verdad que hacia 1946 vende sus primeros cuadritos pintados sobre cristal a
una galería de Traunstein, en la Alta Baviera, pero esta fue una efímera
experiencia adolescente que no tendrá continuidad en mucho tiempo. Una obra
absolutamente insólita y de alto valor para el estudioso es ¿Cuándo llega
la cena? (1959), que sorprende por la cantidad de elementos dispares que
conviven en una fecha tan temprana. A medias entre la pintura sobre vidrio y el
cuadro-objeto, esta obra, de espíritu surrealista, es una prodigiosa síntesis
germinal de pintura, objet trouvé y collage. En 1960 de nuevo nos
encontramos con otra pequeña pintura sobre cristal, Caracoles, una
obrita que, si bien certifica que Stefan no pierde del todo el contacto con esa
técnica, no deja de ser un hecho aislado en plena fase experimental. También
realizada con una estética fronteriza es El ángel de la jeringa, de muy
principios de los sesenta, donde sorprende la libertad con que el artista ha
pegado en el lienzo pintado objetos encontrados (entre ellos, un submarino o
helicóptero de plástico y el objetivo de una cámara fotográfica de juguete).
Pero en la exposición del Grupo Picasso en el Instituto de Estudios Hispánicos
de la localidad tinerfeña de Puerto de la Cruz, en febrero de 1963, la mayoría
de las piezas exhibidas por Stefan son cristales, de los que el citado
Westerdahl escribe que «son como afortunadas frases, obra menor de un claro
talento de pintor»[10].
La nueva fase, cuya gramática se extiende hasta finales de los setenta y
principios de los ochenta, se define plenamente en las individuales de
septiembre de 1964 en la galería Clasing de Münster y de marzo de 1965 en la
galería Dom de Colonia. El amplio conjunto de obras sobre cristal presentado
entonces, responde a tres modelos compositivos e iconográficos diferenciados.
De un lado, están las obras que, como Pareja en plena digestión (1963),
Tarantas (1964), Blues (1964) o Cartagenera (1965),
sintetizan diversos elementos anteriores o coetáneos
—algunos entrevistos en los dibujos con tinta de 1964 a que nos hemos
referido—, mostrándose en general muy compactas y abigarradas, con tendencia
a no dejar ninguna zona de la superficie del cristal vacía, lo que recuerda la
peculiar esquematización monumental y el subrayado de las líneas maestras de
la composición de las obras de Jean-René Bazaine de mediados los cuarenta.
Además del acentuado carácter como de construcción orgánico-mecánica de las
formas representadas, que parecen crecer por aditamento de pequeñas piezas como
las de un mecano, el interés iconográfico de algunos de estos cuadros estriba
en que ya empiezan a atisbarse, en esas formas triangulares a modo de cabezas
con un ojo en el centro, las testas y picos de ave tan peculiares de la obra de
Stefan. Un segundo grupo, al que pertenecen Preludio y fuga (1964), Circunstancias
difíciles (1965) y Alegrías de Cádiz (1966), ofrece una mayor
diferenciación entre los personajes y la existencia de más espacio entre
ellos, aunque el modo de construirlos es muy parecido: la yuxtaposición de áreas
con tamaños, formas y colores distintos, aunque por lo general con un
predominio de los tonos oscuros. El tercer grupo
—Llegada de un ser desorientado (1964), Ascensión
(1964)— se distingue de los
otros dos en que ahora son seres solitarios y de aspecto amenazante, llegados
quizás del espacio exterior o dispuestos a elevarse, los que ocupan casi por
entero la escena, apoyados sobre sus extremidades inferiores, que contrastan con
el generoso volumen de sus cuerpos. De nuevo domina aquí una gama parda y
tenebrosa, aunque en el primero de los citados hay zonas pintadas de rojo y
azul. Los objetos adheridos, como ruedecillas, son todavía escasos, pero se
distinguen con nitidez. Estos últimos cuadros son sin duda los precursores
directos de los deslumbrantes Ya volará y Llegada de un ser
desorientado, ambos de 1970, que guarda el Museo Reina Sofía de Madrid, tan
majestuosos y áureos, con sus grandes alas desplegadas y translúcidas
entretejidas de delicadísimos matices, mientras que el voluminoso cuerpo hueco
y cavernoso permite vislumbrar los más escondidos recovecos orgánicos. La
limitación del óleo sobre lienzo pudo ser una de las razones del cambio de técnica
y de soporte operado entre 1963-64, ya que Stefan, en parte también como
consecuencia de los hábitos adquiridos durante el período de intensa
experimentación inmediatamente anterior, tiene cada vez más la costumbre de
incorporar objetos encontrados, anunciando de alguna manera esa tercera dimensión
característica de su obra sobre cristal, en la que detrás de la superficie
transparente hay un mundo oculto y misterioso, a modo de delgada cámara entre
el vidrio y la plancha de madera o cartón que sostiene todo el conjunto. Así
lo cree Carlos Areán, para quien «Stefan no pintaba, aunque aplicase óleo
sobre lienzos o tablas. Lo que hacía era construir objetos desconocidos y era
por eso por lo que sentía que el óleo lo limitaba. Su paso desde el lienzo al
cristal (de ahí al plexiglás) no fue simplemente la asunción de una
dificultad, sino la única manera posible de llevar hasta sus últimos límites
todas las virtualidades que se hallaban implícitas en su obra»[11]. Pero
también hubo otras razones de aquel cambio, importantes desde el punto de vista
de la formación y el gusto estético del pintor. Una de ellas es la influencia
desde su infancia y adolescencia del ejemplo de su tía materna, Cornelia Bocks,
quien pintó durante toda su vida deliciosos cuadritos sobre cristal. Es
evidente que las pinturas sobre vidrio hechas por Stefan con 14 y 15 años deben
mucho a ese modelo, aunque tampoco debe descartarse su influencia, más o menos
consciente, en el período de madurez del artista. Entre los cuadritos de su tía
que conserva Stefan en su casa, destacan El rapto de Europa, de vivos
colores, y El encuentro de Genoveva, una candorosa secuencia narrativa
construida en varias escenas que sintetizan la popular leyenda medieval de la
princesa Genoveva de Brabante, famoso ejemplo de historia piadosa y edificante. Junto
a ella, la también precoz y aún más activa influencia de los cristales
pintados de su Baviera natal, un tipo de arte popular probablemente originario
de la India y con una antigüedad de más de dos mil años que alcanzó un
extraordinario desarrollo en Baviera, Bohemia y Silesia durante el siglo XVIII,
coincidiendo con la instalación de fábricas de vidrio en estas regiones, donde
los campesinos aprovechaban los cristales defectuosos. Los cristales pintados
del sur de Alemania llegaron a ser un lucrativo negocio, destinándose muchos de
ellos a la exportación, entre otros lugares a España, donde, desde el puerto
de Cádiz se enviaban a las provincias de ultramar. Bien fuese por coincidir con
el declive de su producción en aquellas regiones, motivada quizás por
agitaciones políticas en la Europa central, y cuya consecuencia fue dejar sin género
a los exportadores gaditanos, bien fuese por la colonización de Sierra Morena —y la consiguiente llegada de alemanes—
durante el reinado de Carlos III, el caso es que la producción de
cristales pintados se trasladó a parte de España, sobre todo a Andalucía y a
Extremadura, donde florecieron durante el último cuarto del siglo XVIII y buena
parte del XIX, iniciándose su decadencia con la extensión de la estampación
litográfica[12].
Acerca de su estilo, escribe Stefan en el mencionado catálogo que, basándose
en «dibujos muy rudimentarios tomados de xilografías y grabados medievales y
barrocos», los cristales pintados de Baviera «reflejan toda una filosofía de
la vida y una riqueza cromática que contrasta y mucho con el marco de miseria
en el que a veces se producían». Respecto a la técnica, añade Stefan que «los
colores varían mucho según los gustos y los pigmentos disponibles en cada región»,
aunque, en términos generales «no era una pintura al óleo la que se empleaba
en las mejores épocas, sino más bien una técnica mixta y preferiblemente sin
utilizar grasas. Por eso los colores se conservaron en toda su belleza, su
asombrosa luminosidad y frescura». De ahí que no tenga por qué extrañarnos
que, aunque algunos de los artistas esenciales del siglo veinte han usado el
cristal como soporte (de Kandinsky, por ejemplo, la Lenbachhaus de Munich, por
citar un lugar bien conocido de Stefan, guarda una nutrida colección), von
Reiswitz prefiera las manifestaciones del arte popular: «Fueron también
fundamentales para mí los vidrios bávaros y españoles del siglo XVIII, de
cuya técnica he aprendido más que de todos los artistas actuales juntos»[13]. En
el caso de Stefan, la técnica empleada en sus pinturas sobre cristal incluye
tanto el guache (aguada), procedimiento similar a la acuarela, aunque de colores
más espesos y tonos opacos, como la témpera (pintura al temple), procedimiento
en el que los colores se diluyen en agua engrosada con aglutinantes y que puede
retocarse en seco. En algunos casos también usa la acuarela, que era
precisamente la técnica más empleada por Cornelia Bocks. Después de la
experiencia acumulada durante muchos años, Stefan prefiere las marcas inglesas
para las acuarelas y la tinta china, mientras que se decanta por las marcas
alemanas de guache y témpera (los negros pintados con témpera, por ejemplo,
son siempre de fabricación germana). La predilección por las marcas alemanas
tiene su origen en que satisfacen la exigencia impuesta por este tipo de técnica,
en la que el cristal necesita una pintura elástica, ya que su estructura tiende
a modificarse con los cambios de temperatura. El rechazo de la pintura al aceite
está motivado, por tanto, en que se alteran los colores. En cuanto a la posible
diferencia estética entre la pintura sobre vidrio y la pintura sobre plexiglás,
es en cualquier caso difícil de apreciar; en realidad, las diferencias
cualitativas entre unas obras y otras no vienen determinadas por el soporte,
sino, como es natural, por la ejecución del artista. Hay muchas incógnitas
todavía sin resolver en las obras realizadas sobre cristal o plexiglás, puesto
que son unos materiales que permiten una gama muy amplia de posibilidades
impredecibles. Cuando
Stefan pinta sobre cristal o plexiglás, lo está haciendo al derecho, y es en
realidad el espectador el que ve la obra del revés, aunque Stefan se cuida de
darle la vuelta periódicamente al cristal para ir comprobando lo que lleva
realizado y poder apreciarlo desde el punto de vista del futuro observador. Pero
lo verdaderamente novedoso es la creación de una tercera dimensión en los
cuadros, pues un ancho de varios centímetros es lo que suele tener ese a modo
de estrecho espacio intermedio que hay entre la superficie translúcida pintada
y el soporte de madera que sujeta por la parte posterior toda la estructura,
hueco en el que el pintor dispone ese extraño mundo de diminutos objetos,
papeles dorados y plateados, collages y todo tipo de cosas, cuya visión
a través del cristal proporciona esa reminiscencia entre misteriosa y remota
imposible de conseguir sólo con los colores. Antonio Abad ha subrayado la
importancia de esta original creación de lo que él llama «construcción escénica»
en el mantenimiento del «carácter ilusorio» de la representación: «En
realidad, cada cuadro de Stefan está formado por otros dos. De la superposición
de esas dos estructuras nace un ilusionismo metódicamente llevado a efecto para
que todos los materiales que han sido incorporados vayan perdiendo su identidad,
se vayan descontextualizando para hacerse definitivamente parte de la pigmentación»[14].
El resultado es la creación de una atmósfera semitransparente, a veces casi
opaca, una especie de visión nebulosa donde ese particular microcosmos adquiere
propiedades virtuales, de puro artificio, apropiado ambiente, por paradójico
que parezca, para expresar tanto la angustia y la ansiedad como la calma y el
ensueño, el humor y la alegría como la seriedad y la tristeza, la ironía y la
parodia como la sinceridad y la verdad. Si
hay un rasgo en la obra de Stefan que enlaza directamente, a nuestro juicio, con
el dadaísmo histórico, es la mencionada incorporación a sus cuadros de cosas
insignificantes y productos de desecho, ese dejar las cosas que se añaden a la
composición tal como son, sin modificaciones ennoblecedoras, en su
tridimensionalidad sólida y palpable. Preferimos hablar de vinculación con el
dadaísmo más que con el principio collage, porque, si bien es cierto
que entre el invierno de 1911 y la primavera de 1912, el invento del collage —recurso que se debe a Braque y a Picasso y que, en síntesis,
consiste en pegar fragmentos de la realidad en la superficie del lienzo—
se agregó para siempre a las escasas conquistas verdaderamente
revolucionarias del arte contemporáneo, fueron, sin embargo, los dadaístas, a
partir de 1916, quienes generalizaron el empleo de todo tipo de materiales,
ensanchando la afirmación de Apollinaire: «Se puede pintar con lo que se
quiera: con pipas, con sellos de correos, con postales, con naipes, con
candelabros, con trozos de hule, con cuellos postizos, con papel pintado, con
periódicos»[15]. No obstante, sería
arriesgado calificar a Stefan de neodadaísta, pues, hasta incluso en el caso de
que tenga razón Werner Hofmann cuando escribe que la «característica
fundamental» del dadaísmo es «la renuncia, total o parcial, a transformar artísticamente
la realidad» (que es la misma renuncia a la que se adhiere Stefan cuando añade
cosas a sus cuadros o a sus esculturas), hay que tener en cuenta que ni las
motivaciones que impulsaron en los dadaístas este comportamiento
—entre las que el historiador vienés menciona el deseo de «superar el
abismo existente entre la estructura estética y el objeto anónimo de uso
corriente», así como «superar la línea divisoria (...) entre una realidad
artística elevada y una realidad profana trivial»[16]—, ni su anhelo de
totalidad, ni su deseo de unión entre naturaleza y vida, o, más aún, de
coincidencia entre arte y vida (entiéndase bien: en el sentido «de organizar,
a partir del arte, una nueva praxis vital»[17]),
con el consiguiente riesgo de autodisolución artística, ni su confianza en el
azar y en lo imprevisible, ni, en definitiva, su concepción del mundo, puede
decirse que concuerden con el proyecto estético y vital de Stefan,
perteneciente a unas coordenadas históricas muy distintas y, en cualquier caso,
menos radical. Aunque Stefan, además de aquel rasgo capital, coincida también
otras veces en adoptar la evocación que hace el dadaísmo histórico de lo
elemental y original, rechazando de paso (desde una perspectiva ideológica)
formas desarrolladas (industriales y tecnológicas) de civilización, eso no
autoriza a considerarlo un heredero o continuador del movimiento surgido en el
Cabaret Voltaire de Zurich. Pensamos, en fin, que los vínculos con el dadaísmo
son más de método, de procedimiento, de técnica en la construcción del
objeto, que espirituales o filosóficos. Asimismo,
resulta difícil de precisar la relación de Stefan con el surrealismo. No cabe
duda que en su obra se crean situaciones y escenarios y se ofrecen
yuxtaposiciones de objetos que recuerdan imágenes del surrealismo histórico,
pero sus declaraciones respecto a esta cuestión tampoco clarifican las cosas.
Mientras que al principio del período más experimental y cambiante de su obra
manifiesta que «el surrealismo está agonizante»[18], años después proclama
que «espiritualmente me siento ligeramente vinculado al surrealismo, a pesar de
que no empleo su vocabulario»[19].
Ahora bien, de igual modo que sería inexacto reducir el surrealismo al
impreciso territorio de la fantasía y sacarlo del ámbito de la realidad al que
en esencia pertenece, tampoco la obra de Stefan es una suerte de naturalismo o
realismo fantástico, pues, como hemos visto a propósito de su concreta
vinculación con el dadaísmo, casi siempre suele haber en ella trozos y
documentos de la realidad, claro está que descontextualizados. Sin embargo,
aunque admitamos que Stefan comparta con algunos matices la opinión de Breton
de que «en el espíritu humano existe un cierto punto desde el que la vida y la
muerte, lo real y lo imaginario, el pasado y el futuro, lo comunicable y lo
incomunicable, lo alto y lo bajo, dejan de ser vistos como contradicciones»[20],
no parece desprenderse de su obra una «omnipotencia de la realidad psíquica»,
ni una aceptación del sueño como instrumento primordial para comprender la
realidad. Más proximidad, en cambio, tiene Stefan con un aspecto de la noción
de objeto surrealista, el que se refiere a la reunión de piezas y elementos
procedentes de distintos contextos: «Los objetos así reunidos
—dice Breton— tienen en común el hecho de proceder de las cosas de
nuestro entorno y se diferencian de éstas por la mera mutación de papeles»[21]. La
evolución de la obra pintada sobre cristal y plexiglás.— Ya
hemos dicho que la estética que surge en la obra hecha sobre cristal entre
1964-65 continuará evolucionando y desarrollándose hasta finales de los
setenta y principios de los ochenta, alcanzando en torno a 1977 el grado más
alto de sus posibilidades técnicas y expresivas. Por lo que se refiere a la
densidad y distribución compositiva, la producción de Stefan durante todos
esos años incluye obras con seres aislados y solitarios, otras donde se
clarifica mucho el espacio y otras donde concurren simultáneamente varias
escenas. Los seres individualizados son, por lo general, grandes pájaros en
tonos dorados, entre majestuosos y amenazantes, a veces con las alas
desplegadas, otras con cuerpos bulbosos a modo de cebolla abierta. El pájaro,
intermediario entre el cielo y la tierra, es para Stefan un animal que tiene
mucha personalidad y que también posee algo como muy antiguo y ancestral. Sin
entrar, por supuesto, a valorar las razonables dudas científicas aducidas en
1980 por el Dr. Lee Spetner acerca de la autenticidad de los especímenes de
Archaeopteryx conservados en los Museos de Historia Natural de Londres y Berlín,
el caso es que el generalmente considerado primer ejemplar conocido de este
animal fue encontrado en la segunda mitad del siglo XIX en Solnhofen, una pequeña
ciudad de Baviera. A Stefan siempre le impresionó vívidamente este organismo
intermedio entre los pequeños dinosaurios carnívoros del mesozoico y los pájaros
actuales, con un tamaño entre una paloma y un cuervo pequeño y que vivió hace
unos 160 millones de años. Otra explicación de la presencia de pájaros en la
obra de Stefan, está, según él, en la venganza que se ha tomado con el tiempo
contra la obligación de asistir a mítines del partido nazi en Alemania rodeado
de símbolos como las águilas imperiales. Obras como El poder y la gloria
(1972), representando un gran pájaro (parecido a un águila) de dos cabezas,
podrían interpretarse como un alegato antiimperialista y antimilitarista. Por
último, cabe la posibilidad de que la efigie del pájaro sea leída como una
traducción del propio Stefan, quien a sí mismo se ve como una de estas aves,
no sólo por el extraño parecido del perfil del rostro, sino por su deseo de
libertad y su estado intermedio entre el cielo y la tierra, sin pertenecer
realmente a ninguna de las dos regiones. Además
de pájaros, también se representan pavimentos de baldosas, ventiladores, hélices,
caracteres hebreos y expresiones latinas, hornacinas, caballos, seres
monstruosos, cuerpos femeninos tumbados, maniquíes, personajes masculinos ingrávidos,
mujeres-mariposa, alas con forma de biombo, cuadrúpedos, coches anfibios,
tortugas, astros, planetas deshabitados, etc. Entre los objetos y cosas pegadas,
destacan los relojes y las figuritas laminadas de latón, plateadas o doradas.
Los caballos, por ejemplo, se convierten en uno de los motivos más frecuentes,
pero es el caballo de Troya el que ofrece más variantes y alcanza un desarrollo
más amplio en la obra de Stefan. Representado solo o en pareja (en este caso,
superponiendo ambas figuras o enfrentándolas de manera simétrica), el tema del
caballo de Troya deja traslucir la naturaleza mecánica y artificial del célebre
artilugio, recalcando unas veces el material de madera de que estaba hecho,
otorgándole otras un aspecto hueco y de máquina, por lo que lo compone y
construye con mecanismos de precisión (brújulas, relojes), aunque entre los
ejemplares más conseguidos están los realizados con las celdas donde van
metidos los bombones en una caja de
chocolatinas. Volviendo a los otros motivos
mencionados, a veces la única escena se desarrolla dentro de un círculo que
queda flotando en medio de la negrura del fondo, como en las versiones de 1969 y
1971 de Las aventuras del conde de Caralt, un par de piezas
extraordinarias y casi idénticas donde la mitad superior de la esfera
representa el cielo y la mitad inferior un mar primordial en el que flotan dos
de aquellas figuritas de latón. Los seres monstruosos, caso de Después del
encuentro (1973), presentan una enorme zona torácica apoyada en delgadas
extremidades inferiores que ofrecen semejanzas con algunas obras de Paul
Wunderlich, por ejemplo la litografía de 1960 Trois messieurs sur un sofa[22].
Fascinante resulta Ascenso parcial (1977), donde se mezcla lo herrumbroso
con lo horadado y lo descompuesto con lo orgánico; absurda e incomprensible ¿Quién
abrió la caja de Pandora? (1969), con ese extraño animal antediluviano con
forma de tortuga dirigiéndose a un tronco sobre el que descansa un
portarretrato con la imagen de un ciclista tocado con bombín; inusitada y fantástica
Coche anfibio (1976-79), un collage que semeja un vehículo
construido de escamas y fragmentos marinos que circula solitario en la noche
iluminada por una
enorme luna ovalada; irónica y humorística Escena napoleónica
(1976), con un pequeño Napoleón inofensivo descansando sobre un canapé estilo
Imperio junto a una encorsetada Paulina Borghese; angustiosa y atormentada Variación
sobre un tema de Beccafumi (1980), inspirada en una composición de
contornos ásperos y de colores agrios y sulfúreos del pintor manierista
italiano Domenico Beccafumi que recrea un conocido sistema de tortura de la
Inquisición medieval, en el que el reo era colgado de las axilas. La
dilatada fase de la que estamos hablando permite referirse con toda propiedad a
un Stefan ajeno a los intermitentes saltos impuestos por la moda, y, en cambio,
preocupado de los íntimos intereses de su espíritu. En este sentido, declara
que al lado de los artistas mediocres «otra vertiente es la de los artistas que
tienen su núcleo dentro de sí mismos, y que prácticamente siempre están
pintando una misma obra, aunque esto no excluye que estén atentos al desarrollo
del arte a su alrededor»[23].
Opinión que se complementa con lo que dice algunos años más tarde: «Puedo
perfectamente imaginarme un arte que se componga de luz, o de aires, o de
colores cambiantes, lo que simboliza que somos transitorios en nuestra actual
forma de ser, pero eternos en lo esencial»[24].
El artista actual se encuentra ante un exceso de medios a su alcance, de
influencias, de facilidades. Hay un exceso de teoría. Como decía Malraux, una
obra importante a veces da pie a una teoría posterior, pero no lo contrario.
Frente a las modas nefastas, ya dijo Cézanne que debemos volver a ser «los
primitivos de nuestro propio camino»[25]. En cuanto a la temática,
además de lo dicho podría añadirse la analogía de algunas escenas con el
universo kafkiano, con su atmósfera opresiva y alienante. La acertadísima
expresión de Carlos Areán a propósito de las obras de la primera mitad de los
setenta, de las que escribe que reflejan la «suntuosa podredumbre de la materia»,
también se corresponde con otras manifestaciones de Stefan por esa misma época,
cuando termina reconociendo que todo lo que toca lo avieja, haciendo que se
corroan los objetos que manipula, ya que «siempre me salen cosas corrompidas,
medio descompuestas (...) La podredumbre la veo en todos sitios (...) Las cosas
llevan escrita su decadencia, es decir, su historia. Yo la expreso»[26]. En
determinadas ocasiones, la crítica que se advierte en la obra de Stefan contra
las instituciones caducas, el abuso de poder y la burocracia, adquiere una
dimensión más cotidiana, reflejando situaciones concretas ocurridas en el ámbito
del arte y de la cultura. A una de éstas se refieren sus duras declaraciones a
un periódico local con motivo de la polémica desatada al conocerse los premios
otorgados en el VI Salón de Invierno de Málaga. En ellas von Reiswitz acusa de
incompetencia y ultrarreaccionarismo a los miembros del jurado y aboga por una mayor
profesionalidad e independencia de las entidades organizadoras: «Me pregunto si
alguien puede estar de acuerdo con alguna decisión de un jurado así, cuya
incompetencia está demostrada ya a través de seis largos años (...) En Málaga
se tiene todavía oficialmente por arte sólo aquello que puede adornar las
oficinas de sucursal de Caja de Ahorros en la provincia (...) El valor de una
medalla concedida por un organismo incompetente es nulo»[27].
Hay que tener también en cuenta que este tipo de manifestaciones encajaban
perfectamente en el agitado clima político y social de los años postreros del
franquismo. Las opiniones de otros destacados artistas malagueños así lo
confirma, tanto en relación a la controversia de los mencionados galardones
como por lo que atañe a otros aspectos de la situación y valoración social
del arte y de sus autores en la ciudad[28].
Algunos reveses y decepciones explican quizás el tono de melancolía y
escepticismo de ciertos párrafos de la Carta al viento, probablemente el
más genuino de todos los escritos de Stefan: «Y
es que al fin y al cabo casi todo carece de importancia. Lo único que cuenta
son unos cuantos sueños todavía por soñar, y ante todo: el silencio (...)
Siento náuseas. Las radios, los coches, los insectos. Os lo repito: lo único
que cuenta ya es que consigáis un poco del último silencio»[29]. A pesar del episodio de
los premios, estas últimas palabras se corresponden más con la idea estética
y el papel social que Stefan atribuye al arte. A este respecto es significativa
su respuesta (y la de Jorge Lindell) a un periodista que les pregunta si pueden
ser llamados pintores o artistas sociales: «Consideramos que el arte no es de
masas. La pintura no tiene ninguna función social»[30]. Entre
1980-81 eclosiona en la producción de Stefan un tipo de obras que requieren un
comentario diferenciado. Exhibidos en numeroso conjunto en la muestra de octubre
de 1980 en la sede del Colectivo Palmo de Málaga, se trata en rigor de objetos
construidos principalmente con diminutas piezas mecánicas y eléctricas, pequeños
cables y motorcitos de juguete de plástico duro, a los que se añaden llaveros,
cabecitas y extremidades de escayola, columnas y letras. Dispuestos teatralmente
en cajas de madera que habitualmente tienen el fondo pintado de negro, estos
objetos tridimensionales, en los que confluyen con reavivado ingenio aquellas
vertientes de su obra procedentes del dadaísmo y del surrealismo, tienen por lo
general un tono irónico y humorístico, aunque también los hay que resaltan el
lado oscuro de las pasiones humanas. Las diferencias con las cajas y collages
del estadounidense Joseph Cornell son mayores que las semejanzas, pues tanto las
evocaciones culturales, elementos utilizados y estructura compositiva de las
obras de ambos artistas son de orden muy distinto. El
último período en la obra pintada de Stefan, cuyas ramificaciones se extienden
hasta el momento actual, empieza a hacerse perceptible con los cambios estilísticos
e iconográficos aparecidos hacia 1981-82. Ahora, y de manera cada vez más
evidente, los tonos comienzan a aclararse y suavizarse (repárese en el
progresivo empleo del celeste), los pigmentos se aplican muchas veces bastante
diluidos, las atmósferas se hacen más respirables y los espacios de los
cuadros más abiertos. Los pájaros, en realidad personajes de aspecto humano
con cabeza y pico de ave, continúan siendo los seres representados más
frecuentes, aunque mostrándose con un aspecto menos amenazador, incluso
familiar, como si compartiesen el planeta con el resto de los humanos. Otro tema
común de esta nueva etapa es el de las cabezas, en numerosas ocasiones de
perfil, otras veces muy gruesas, de frente, como si fueran bustos. Precisamente
cabezas y personajes grotescos van a ser los motivos más abundantes de la serie
de dibujos con guache sobre feinkarton (a veces también con collage,
acuarela y tinta) realizada entre 1983-84, muy ilustrativa de los inicios de
este último período: cabezas con rostros circunspectos de hombres de negocios
reunidos, bodegones con personajes con forma de botella y cabezas con pico de pájaro,
figuras humanas con aspecto de edificios, cráneos contemplándose mutuamente,
dignatarios árabes que dialogan en conferencias y cumbres políticas. Los
colores grises y terrosos se complementan ahora con los celestes y rosáceos —«ese color rosa mágico que sólo he visto en Roma»[31];
el «rosa romano, ese color en vías de extinción»[32]—,
las grecas y los adornos geométricos con collages de papel blanco como
el que se usa encima de las bandejas de las tartas (blonda). Otros dibujos de la
misma serie tratan asuntos de la mitología germánica, caso de uno muy hermoso
que se titula Lohengrin y el cisne (1984), cuyos elementos
—de una parte, una hornacina, un caballero medieval, un cisne, un curso
de agua; de otra, un atrevido empleo del collage—
aluden al célebre pasaje de una leyenda alemana vinculada al ciclo del roman
courtois en el que el héroe Lohengrin acude montado en un cisne a librar de
sus enemigos a la princesa de Brabante. De
los cuadros realizados en el decenio de los noventa, merecen destacarse, en
primer término, los tres magníficos collages de forma ovalada de entre
1980-90, tan poéticos y nocturnos, una rara combinación de reminiscencias
simbolistas, surrealistas, narraciones misteriosas e imágenes del
tardorromanticismo alemán. Asimismo, deben mencionarse Entre rejas
(1988), uno de los mejores ejemplos de empleo del pavimento de baldosas y en el
que Stefan lleva a cabo una grandiosa metáfora de la privación de libertad; El
buzo de Elche y su sufrida esposa (1998), divertida crítica de la vida
matrimonial, con un soberbio uso del collage, contrastando un rostro de
procedencia bizantina con un aparatoso tocado en forma de rueda inspirado en el
de la célebre escultura ibérica; Escuela de Fontainebleau (1999),
original interpretación de efectos muy plásticos y pictóricos del
famoso cuadro del Louvre fechado a finales del siglo XVI que representa a
Gabrielle d’Estrées, amante y favorita de Enrique IV de Francia, desnuda en
compañía de su hermana; y Ophelia (2000), de nuevo con espléndidas
calidades pictóricas, y donde se ve a la hermosa muchacha yacente sumida en un
sueño eterno sobre un fondo de intenso azul. La
obra gráfica.— A
principios de 1958 un colombiano establecido en Málaga, Guillermo Silva
Santamaría, enseña la técnica del grabado a Stefan y a Jorge Lindell en un
pequeño taller de su propiedad situado en la colonia de Santa Inés. Los
primeros grabados de Stefan fueron linóleos estampados a mano, pudiéndose ver
un nutrido grupo de ellos en su primera exposición individual, celebrada en
marzo de 1958 en la Delegación del Ministerio de Información y Turismo de Málaga.
Aprovechando con gran destreza las propiedades de esta técnica de estampación
en relieve que emplea un material que es un sucedáneo barato pero muy eficaz de
la madera en una xilografía, Stefan, como correspondía a ese momento evolutivo
de su obra, realizó entonces unos linograbados de tema costumbrista que, con su
acentuado contraste entre las zonas blancas y negras, resultaban ser muy
expresivos. El impedimento de trazar líneas finas o de incidir en los detalles,
impuesto por la propia fragilidad del material[33],
se atenúa, no obstante, en los espléndidos linóleos estampados a mano sobre
papel japonés que Stefan hace en torno a 1960, uno de cuyos mejores ejemplos es
el titulado Los merenderos de Pedregalejo, de volúmenes netos y precisos
y una acusada preocupación constructiva. Durante
el decenio de los sesenta la realización de obra gráfica por parte de Stefan
todavía tiene un carácter esporádico, aunque se advierte un paulatino interés
y conocimiento del arte calcográfico, que desembocará, a finales de la década,
en la organización de exposiciones monográficas de grabado y en la creación
del taller El Pesebre. En efecto, entre junio de 1969 y diciembre de 1974,
Stefan organiza en la galería de arte de la Caja de Ahorros de Antequera,
dirigida por entonces por el poeta y académico Alfonso Canales, ocho
exposiciones de Arte Gráfica Internacional[34], de las cuales la VI y la
VIII estuvieron dedicadas al taller de grabado El Pesebre, mientras que en las
seis restantes pudieron verse obras, en muchos casos la primera vez en España,
de algunos de los más prestigiosos autores europeos del arte de la estampación.
Allí se colgaron aguafuertes, litografías, serigrafías y todo tipo de
grabados de Hans Bellmer, Paul Wunderlich, Horst Janssen, Henri Moore, Fritz
Hundertwasser, David Hockney, Friedrich Meckseper, Ernst Steiner, Antoni Tàpies,
Antonio Lorenzo, Francisco Peinado, Vera Haller, Lothar Fischer, Rainer Küchenmeister,
Costa Pinheiro, Ernst Fuchs, Klaus Rost, Erich Brauer, Horst Antes, Tom
Wesselmann, Max Ernst y otros muchos artistas, en su mayor parte de procedencia
centroeuropea, aunque por esta apretada relación se ve que también expusieron
españoles, británicos y estadounidenses. Entre las galerías que colaboraron
en la realización de estas exposiciones, deben mencionarse la galería Wendelin
Nieldlich, de Stuttgart, y las galerías Dorotea Leonhart, Friedrich, Thomas, W.
Ketterer y Avant Galerie Casa, las cinco de Munich. Las muestras se hicieron
siempre con un gran rigor y profesionalidad, cuidando todo lo posible dentro del
limitado presupuesto cada uno de los catálogos editados al efecto, algunos de
factura exquisita y con extensos textos críticos, muy documentados, del propio
Stefan. La admiración y hondo respeto de von Reiswitz por la obra gráfica en
esos años, cuando todavía muchos la consideraban una producción artística de
alcance menor, queda patente en las palabras que escribió para el catálogo con
motivo de la penúltima de esas exposiciones: «Al igual que en los tiempos de Las
tres cruces de Rembrandt, el grabado de hoy en día sigue siendo todavía
muy a menudo la parte más sublime e íntima en la obra de un pintor, y supera
en ocasiones aún a sus dibujos. Por eso no dejará de ser un arte vedado a la
comprensión de mentalidades que tan sólo ven en él un simple medio de
socializar (o abaratar) el arte». Pero
el ápice de la relación de Stefan con el grabado fue sin duda la fundación
del taller El Pesebre. Está todavía por escribir la historia de la gestación
e intensa aunque corta actividad de esta pionera y original unidad de producción
de arte gráfico que fue el taller de grabado El Pesebre, fundado en Málaga en
1970 por Jorge Lindell, Robert McDonald y Stefan von Reiswitz[35].
No obstante, en diferentes conversaciones y pequeños textos de presentación de
catálogos, tanto Lindell como Stefan se han referido a la germinación del
taller, que se remonta a los primeros meses de 1970, cuando, con el beneplácito
de Manuel Casamar, director del Museo Provincial de Bellas Artes de Málaga,
ambos instalan en una de las dependencias del Palacio de los condes de
Buenavista, sede entonces del hoy clausurado museo, un tórculo que había
mandado construir Guillermo Silva Santamaría, y con él se dedican a la
producción de obra gráfica. Poco después, los tres artistas mencionados
fundan El Pesebre, que va a estar precisamente situado en una casa aneja a la
que vivía Stefan en la calle Bolivia del barrio de Pedregalejo, comprada con
ese propósito por el pintor. De los tres miembros fundadores, el menos conocido
es el estadounidense Robert McDonald, hijo de un galerista de Nueva York,
artista bohemio y singular, escritor de novelas y periodista ocasional que, como
tantos otros extranjeros, acabó radicándose en Málaga, donde falleció el 3
de marzo de 1981[36].
Además de los fundadores, también grabaron en el taller Marina Barbado, José
Faría, Felipe Orlando, Jorge Campbell y Francisco Peinado. Los grabados
editados en El Pesebre (aguafuertes, litografías, monotipos, serigrafías)
fueron expuestos en galerías de Málaga, Madrid, Alemania, Francia, Reino Unido
e Irlanda, llegando a llamar la atención de la prestigiosa revista Art
International, que dedicó en junio de 1971 un artículo a la actividad del
taller firmado por Robert McDonald. La
producción gráfica de Stefan evoluciona, naturalmente, de forma paralela al
resto de la obra, mostrando similares preocupaciones compositivas, elementos
iconográficos y aspectos simbólicos. Entre los más representativos, deben
indicarse La corrida, un aguafuerte de 1968 en el que ocurre una escena
de tintes dramáticos que evoca tanto a Picasso como a Hans Bellmer: una plaza
de toros con un torero tendido muerto y una especie de minotauro que agarra
convulsivamente la cabeza de una enorme muñeca troceada y desnuda; Wonderland,
minucioso aguafuerte de 1970 dividido en zonas paralelas suavemente coloreadas o
punteadas; Otro que se va, del mismo año que el anterior, con un fondo
como de residuo arqueológico y con un personaje característico de la iconografía
stefaniana, un extraterrestre robotizado, ocupando diagonalmente el centro de la
plancha; Pssst, también de ese año, con un sabio empleo de la aguatinta
al azúcar y de la resina, y donde vemos un poco amigable forastero que bien
podría simbolizar la llegada del Progreso; La fertilización de Venus,
magnífica serigrafía de 1976 que anuncia en cuanto a su composición circular
y empleo del negro algunos de los objetos de 1980-81 y que por su tema se
anticipa a los collages ovalados de 1980-90; Napoleón y Paulina,
de 1976, variación del comentado cuadro homónimo pintado en cristal; El día
del terremoto, también espléndida serigrafía de 1979 con modificaciones
hechas a mano donde se representa un dibujo arquitectónico en quadratura
(arquitectura ilusionista) como los de la pintura del alto barroco romano, de
osada perspectiva, cuyo espacio central lo ocupa el retrato imaginario de
Alfonso Canales; Mi modesto homenaje a Valdés Leal, de 1981, con un
esqueleto articulado y mecanizado de un personaje con forma humana y cabeza de pájaro
que recuerda al obispo en el ataúd de uno de los cuadros de Valdés Leal en la
iglesia del Hospital de la Caridad de Sevilla; Clarividentes de Cartago,
de 1985, realizado en tonos rosa, verde pistacho y negro y cuyo origen se halla
en uno de los guaches de 1983, concretamente en el que se titula Retratos
interiores a la memoria de los señores Edison, Lamb y Sutherland,
representativo de los dibujos de las cabezas grotescas; Ataque aéreo,
monotipo de 1999 en el que una mujer desnuda es atacada por dos pájaros
monstruosos de innumerables alas que parecen pterodáctilos. Los
dibujos de alambre, los collages y
las fotografías manipuladas.— Una
de las más singulares entre las múltiples actividades y técnicas artísticas
investigadas a lo largo de su dilatada trayectoria por Stefan von Reiswitz, son
los dibujos de alambre, quizás las más acabadas manifestaciones de su pasión
por la manipulación de la materia, llamados así
porque, a diferencia de las
esculturas realizadas en alambre por Alexander Calder, que eran completamente
tridimensionales y exentas, como La Negresse, de 1929, los trabajos de
Stefan sólo tienen dos dimensiones y se presentan ligeramente pegados a una
cartulina o a un papel grueso, con el fin de que se queden bien fijados. Hechos
con alambre o con hilo de cobre o con ambos materiales a la vez, una de sus
características más visibles es la profusión de vueltas y doblamientos,
consecuencia de que el artista no usa un largo hilo de metal (que era lo
empleado por Calder), sino varios fragmentos cortos que es necesario anudar
convenientemente por sus extremos. Esto les proporciona un aspecto muy
particular, en el que la profusión de líneas curvas y onduladas del conjunto
contrasta con esos puntos más oscuros que es donde se concentran los nudos.
Cuando se reproducen para una edición impresa, caso por ejemplo del catálogo
de la exposición Seres y enseres (1972) y del cuidado volumen Ars
combinandi (1988), quizás puedan parecer dibujos hechos con tinta, pero
inmediatamente se repara en los nudos y entrelazamientos de los finos hilos de
cobre. También es frecuente que en un mismo dibujo haya partes realizadas con
hilo más grueso, generalmente los contornos exteriores, y otras, las
interiores, con hilo más delgado, recurso que proporciona mayor consistencia y
solidez a la obra. Dotados de un acusado sentido plástico y expresivo, estos
dibujos, que consiguen el efecto de volumen y crear la ilusión de la forma con
un mínimo de elementos, suelen estar rodeados de un amplio espacio vacío
circundante, enfatizando de este modo su singularidad y misterio. Los temas
iconográficos son los habituales en Stefan, aunque sobresalen los cuerpos
femeninos desnudos, las sirenas y los minotauros. Una vez hechos, los dibujos
pueden combinarse de innumerables maneras, permutando unos con otros, aunque,
eso sí, exhibiéndolos en parejas, provocando el «encuentro» fortuito entre
los personajes. Aunque
el empleo del collage como elemento de la realidad incorporado a la obra
(bien sea pintura sobre lienzo o pintura sobre vidrio) se remonta en Stefan a
los años finales del decenio de los cincuenta, el collage como técnica
y procedimiento autónomo, esto es, la obra que es toda ella sólo collage,
no aparece en su producción hasta principios de los setenta. Quizá sean los collages
el capítulo más genuinamente surrealista de toda la producción plástica de
Stefan, el que más nos evoca el conocido comentario de Max Ernst: «Es lo
irracional. Es la irrupción magistral de lo irracional en todos los dominios
del arte, de la poesía, de la ciencia, en la moda, en la vida privada de los
individuos, en la vida pública de los pueblos. Quien dice collage dice
lo irracional»[37]. Max Ernst, uno de los
artistas de la vanguardia histórica más admirados por Stefan, es unánimemente
considerado el creador del collage surrealista. El propio Ernst, que en
el mencionado número doble de Cahiers d’Art asegura haber descubierto
casualmente la técnica del collage «un día de 1919 (...) en una ciudad
a orillas del Rhin»[38],
reproduce unas páginas antes un fragmento de un texto de Louis Aragon que dice
lo siguiente: «¿Cuándo y dónde surge el collage? Pese a las
tentativas de varios pioneros dadaístas, creo que debe rendirse homenaje por
ello a Max Ernst, al menos por lo que respecta a las formas de collage más
alejadas del principio del papier collé: el collage fotográfico
y el collage de ilustraciones (...) El empleo del collage no tardó
en limitarse a unos pocos hombres, y sin duda toda la atmósfera de los collages
de entonces resultó ser la del pensamiento de Max Ernst y sólo de Max Ernst»[39].
Aunque la «atmósfera» de los collages de Stefan posee la suficiente
originalidad como para diferenciarse estéticamente de la de los trabajos de
Ernst, la definición que da éste del collage sigue siendo válida para
captar el espíritu de las sugestivas creaciones de nuestro autor: «Es algo
parecido a la alquimia de la imagen visual. El milagro de la transfiguración
total de los seres y objetos con o sin modificación de su aspecto físico o
anatómico»[40]. Los
collages de Stefan no sólo no pretenden ocultar la técnica y el
procedimiento empleado en su elaboración, sino que incluso parecen querer
enfatizar la superposición de papeles y de figuras recortadas pegadas, huyendo
de la tendencia de otros autores a evitar que se noten los añadidos, integrándolo
todo con sumo cuidado como si se tratase de una única imagen original. En
ellos,
mucho más que en la obra en cristal, hace Stefan abundante uso de las
arquitecturas, de las perspectivas lineales y de los dibujos y trazados geométricos.
Sacados de vetustos compendios de perspectiva y de antiguos manuales de geometría
descriptiva, los elementos arquitectónicos recortados y empleados por Stefan,
casi siempre correspondientes a ejemplos renacentistas, reproducen arcadas,
logias, plazas, arcos, escaleras, balaustradas, fuentes, patios y plantas,
cortes transversales y alzados de edificios. Sobre este fondo arquitectónico y
geométrico de líneas punteadas que enlazan las distintas partes de los
edificios, se disponen las figuras y los personajes recortados, multiplicando así
el contraste entre lo racional y lo irracional, entre lo que posee orden y
sentido y lo inexplicable o absurdo. Figuras, animales, personajes y objetos son
extraídos de revistas ilustradas, periódicos, libros, manuales de anatomía y
tratados científicos, fotografías y cualquier clase de reproducción sobre
papel. Las manchas de guache, de témpera o de acuarela que se aplican sobre
distintas zonas, disimulando y ocultando a veces los objetos, prolongándolos y
reconstruyéndolos otras, proporcionan unidad y coherencia al conjunto[41]. En
cuanto a las fotografías manipuladas, constituyen otra original vertiente de la
diversidad de técnicas ensayadas y exploradas por Stefan. Consisten en retocar
y alterar con tinta, acuarela, guache o témpera, fotografías de periódicos y
de revistas ilustradas, de tal manera que la imagen, muchas veces referida a un
asunto serio y respetable, adquiere una connotación irónica, satírica o humorística.
Casi siempre la alteración radica en ocultar parcialmente o emborronar algunas
zonas de la imagen, pintando simultáneamente picos y ojos de ave encima de las
figuras humanas fotografiadas, o bien prolongando de manera ficticia un objeto
con añadidos de esa naturaleza y transmutándolo en un pájaro. Esto último es
lo que hace en una de las más singulares, en la que trueca la enorme bolsa de
un globo aerostático caído en la nieve en una gigantesca cabeza de pájaro, de
igual modo que muda por completo la apariencia de los dos hombres que lo rodean
al añadir o convertir en picos sus cabezas. Otro sorprendente y logrado ejemplo
es aquel en el que pinta picos entreabiertos encima de los circunspectos rostros
de un grupo de monjes cubiertos con sus puntiagudas capuchas que se encuentran
sentados y cantando en el coro de una iglesia. O bien aquel otro en el que dos
grupos de hombres tiran en sentido contrario de una gruesa cuerda, consiguiendo
una perfecta integración de las cabezas de pájaro pintadas con los cuerpos
fotografiados originales. O, en fin, la expresión de subordinación y
cansancio, por un lado, y la de superioridad e indolencia, por otro, que
transmiten dos individuos capturados por la cámara en el stand de una
feria de libros y que presentan modificadas de nuevo sus cabezas en otras de pájaro. La
obra escultórica.— Las
más antiguas muestras de la producción escultórica de Stefan se retrotraen a
la segunda mitad del decenio de los cincuenta, cuando aún vivía en Marbella.
Las piezas conservadas de esa lejana época, tanto Mujer reclinada con cántaro
entre los muslos como Jarrito con pico de pájaro, están hechas en
barro, sus temas son todavía muy ingenuos y no pueden ocultar esa factura bisoña
característica del principiante. Estos tempranos ejemplos, lejos de tener una
continuidad inmediata, se verán bruscamente interrumpidos, no siendo hasta
finales de los sesenta —cuando
la obra pintada en cristal se encuentra ya técnicamente consolidada—
que reanude de nuevo la escultura, aunque tampoco todavía como una
actividad sujeta a una regularidad, circunstancia de la que no puede hablarse
hasta mediados de los ochenta. En cualquier caso, y con independencia del
momento concreto en que Stefan empieza a dedicarse de modo sistemático a la
escultura, lo importante desde el punto de vista de la evolución íntima y
espiritual de las formas, es que aquellas piezas realizadas en vidrio
—de las que hemos resaltado que tenían auténtica tridimensionalidad física,
en virtud precisamente de los collages y objetos extraídos de la
realidad que a modo de capa intermedia se interponen entre el cristal pintado
propiamente dicho y un chapón de madera posterior que aguanta todo el
conjunto— contienen in
posse la futura obra escultórica acabada y completa, exenta y rodeada de
espacio, liberada de la angostura de aquel microcosmos cavernoso y semiescondido,
aunque en permanente metamorfosis. En
la exposición individual de 1971 en la galería de la Caja de Ahorros de
Antequera, se exhibieron algunas piezas importantes realizadas en los dos o tres
años anteriores, entre ellas varias versiones de Cibeles, una obra
estupenda en la que interviene el primer fundidor con el que trabajó Stefan y
que supone una originalísima recreación de la gran diosa de Frigia, montada en
su tradicional carro tirado por leones, pero sujeto el conjunto a las más
disparatadas transformaciones: las torres que normalmente coronan la cabeza de
la diosa han sido sustituidas por un trozo de motor, del pecho sale un manubrio
con el que se acciona el eje rotatorio del cuerpo y la lanza para enganchar el
tiro parece un proyectil. Otras obras expuestas en esa muestra fueron Pareja
(Romeo y Julieta), una pieza de más de un metro de altura que nunca ha sido
fundida y que se ha visto sometida a sucesivas modificaciones, la última de
ellas la eliminación de las cabezas de los personajes y su sustitución por
pequeñas piezas redondas doradas aplastadas, y el Pájaro-ventilador, de
indudables paralelismos con otra más reciente, Pájaro carpintero. También
de los setenta son dos pequeñas esculturas llenas de gracia y encanto, Pegaso
mecánico, una diminuta máquina de coser con antenas que después el
artista ha realizado en formato grande, e Ibero en conserva, de
sorprendente parecido con una esculturita del siglo XII, Kleine dose mit
thronender Justitia, que guarda el Bayerische Nationalmuseum de Munich. En
septiembre de 1986 inicia Stefan una larga estancia de cerca de tres meses en
Villa Massimo, sede de la Academia Alemana en Roma, gracias a un nombramiento de
huésped de honor concedido por el Gobierno alemán a través de la Embajada en
Madrid. El viaje de estudios a la Ciudad Eterna coincide con el descubrimiento
en Munich de una pasta de modelar muy apropiada a sus intenciones en el arte de
la escultura. Esta pasta, de color sepia, es un compuesto de masa de centeno y
plásticos sintéticos, y entre sus características destacan el que no mengua
ni encoge, que se adhiere fácilmente a la madera y otros materiales, que se
puede hacer fina como el papel y cortar como si fuese madera. Ambas
circunstancias acabarán siendo determinantes en la sistemática dedicación de
Stefan a partir de entonces a la escultura. El material elegido invariablemente
por el artista es el bronce, aunque en las obras de los setenta emplea también
el hierro y el aluminio. El proceso de fundición consta de las siguientes
fases: 1. Entrega de la escultura original al fundidor, hecha con la mencionada
pasta de modelar, y más raramente con escayola o con barro. Esta escultura
suele tener adheridos objetos encontrados (ruedecillas de plástico, aros,
fragmentos de juguetes y de artilugios mecánicos...), algo muy característico
de Stefan. 2. El fundidor hace a partir de esa escultura un molde de silicona.
3. El molde de silicona se recubre de escayola, con lo que alcanza un gran
grosor. 4. Se abren unos canales y se introduce cera virgen líquida muy
caliente. 5. Posteriormente, se abre con cuidado el molde y se saca la figura de
cera, que es un calco idéntico del original. Este es el momento de corregir los
defectos, así como de realizar algunos añadidos o cambios en la figura por
parte del artista. 6. La figura de cera se cubre de barro de la manera más
perfecta posible y se deja secar muy lentamente. Una vez seca y después de
haber abierto un número determinado de canales para la fundición, unos para
introducir el bronce y otros para que salga el aire, se mete la figura en el
horno y se cuece a altas temperaturas, como si fuese un ladrillo. Cuando se ha
cocido, se deja enfriar y se le echa el bronce líquido, teniendo mucho cuidado
de que no haya ningún rastro de humedad. 7. Se rompe el barro que la recubre y
aparece la escultura de bronce terminada. El
período romano definirá con bastante precisión los temas iconográficos
característicos de Stefan hasta hoy en la escultura: centauros masculinos y
femeninos, minotauros, bustos, sirenas, animales metamorfoseados, etc. Entre las
piezas más singulares de la época romana destacan unas figuras femeninas con
larga túnica y que a veces presentan en lugar de cabeza una concha de caracol,
cuyo aspecto general evoca las seductoras formas de las estatuillas beocias de
terracota de Tanagra. Junto a estas, Dama compuesta, una de las primeras
esculturas en que se unen dos elementos distintos, no necesariamente
coincidentes entre sí, en este caso un torso y un busto femeninos; Obispo
mecánico, realizada con el procedimiento de fundición a la arena; Monumento
al progreso, que es un toro cuya cabeza se ha transformado en una mano
entreabierta y que parece hacer el signo de despedida, y Sirena del monte
Testaccio, en alusión a la conocida colina artificial de Roma que debe su
origen al desecho regular de envases anfóricos de aceite que allí se hacía (testa
= tiesto)[42]. De
todas las técnicas empleadas por Stefan, la escultura es sin duda aquella donde
más claramente se manifiesta lo que en otro lugar hemos llamado la «seducción
mediterránea», esto es, donde más visiblemente percibimos la ascendencia y el
influjo de las antiguas culturas del Mediterráneo en su obra, desde la cicládica
y minoica a la micénica, desde la del Egipto faraónico a la fenicia y púnica,
desde la de la Grecia arcaica, clásica y helenística a la de la Roma
republicana y a la del tiempo del Imperio. Viajero incansable por los más
remotos rincones de las costas e islas del Mare Nostrum, Stefan ha
recorrido este ámbito inagotable de civilización en todas las direcciones,
desde las columnas de Hércules a Creta, desde Tunicia a Liguria, desde el delta
del Nilo a las costas dálmatas, y en todos los sitios ha admirado sin esfuerzo
y ha sido cautivado por los refinados vestigios de épocas remotas de esa
favorecida región, madre de tantos pueblos y civilizaciones. Esta
particular devoción de Stefan por las viejas culturas mediterráneas y del Próximo
Oriente, se ve además en su caso fortalecida por haber nacido y vivido en
Munich, donde todavía reside una buena parte del año, compartiendo la
agradable brisa proveniente de los Alpes en el estío con el viento suave y el
clima templado de Málaga en invierno. En efecto, Munich, llamada con justicia
la «Atenas del Isar», es una hermosa ciudad donde los extensos tramos de
trazado urbanístico del siglo diecinueve, algunos de sus mejores edificios y
monumentos públicos y parte de la inmensa riqueza de sus colecciones artísticas,
reflejan la pasión de varios miembros de la dinastía Wittelsbach, entre los
que destacan Maximiliano I José, y, sobre todo, su hijo Luis I de Baviera, por
la cultura y civilización greco-latinas, por la arquitectura y escultura griega
y la italiana del Renacimiento, por las antigüedades griegas y romanas, aunque
sin dejar de lado tampoco las magníficas tallas de madera y esculturas hechas
en Alemania en los siglos bajomedievales y la pintura flamenca y alemana de los
siglos XV y XVI, por citar sólo estilos y épocas artísticas particularmente
apreciadas por Stefan, y como muestran de manera deslumbrante el Bayerische
Nationalmuseum, la Alte Pinakothek, la Staatliche Antikensammlung y la
Glyptothek. Entre
las esculturas más singulares realizadas por Stefan a partir de su estancia
romana en Villa Massimo —y
entre cuyos principales rasgos distintivos, además de los intereses iconográficos
ya mencionados, deben citarse, de un lado, la particular pátina verdosa y la
enmohecida textura de muchas de ellas, como si el tiempo hubiese pasado
lentamente por la superficie del metal, aunque en verdad producidas por la
secreta alquimia del proceso de fundición y la acción combinada del viento y
la lluvia, y, de otro lado, la vocación monumental, tan fuerte que son
numerosas las obras que nos confunden respecto a su tamaño verdadero, creyéndolas,
cuando las vemos fotografiadas, mucho más grandes de lo que son en realidad—,
destacan los caballos de medio formato, tanto las diversas versiones del caballo
de Troya como un caballo de batalla con hocico en forma de concha y otro más
gordo con manchas blancas, piezas en las que sin duda están presentes conocidos
relieves y frisos de la escultura clásica antigua, pero también la estatua
ecuestre de Marco Aurelio de la plaza del Capitolio en Roma, el célebre jinete
gótico de la catedral de Bamberg, los apuntes de Leonardo, algunos grabados de
Durero, el Gattamelata de Donatello y el Colleoni de Verrocchio,
algunas de las estatuas ecuestres diseminadas por el centro de Munich, como la
de Maximiliano I de Baviera en la Wittelsbacherplatz, de Bertel Thorwaldsen, e
incluso magníficos bronces de factura académica como el Caballo de
Bernhard
Bleeker (1960), también en una plaza de Munich; la Sirena montada
en centauro, cuya forma de estar sentada evoca inevitablemente, de un lado,
algunos grabados de estatuas antiguas del siglo XVIII, sobre todo uno que
representa un Caballo marino y Oceánide, dibujado por Jean Baptiste
Wicar y grabado por N. F. Masquelier [43], y, de otro lado, el
jeroglífico de la Justicia de Pierio Valeriano, tal como aparece en su libro Hieroglyphica,
publicado en Basilea en 1556[44];
Carro de combate triunfal sin contenido, nombre que hace referencia a que
el conductor del carro no tiene cuerpo sino sólo su uniforme: es un héroe vacío;
las diferentes versiones del personaje mitológico del Minotauro, unas veces con
alas, otras sentado, tumbado o pensativo, con gestos, posturas y expresiones
asombrosamente humanas, siempre de un inusual estro poético; Tisbe con pelos
de raíces, obra de gran fuerza imaginativa y al mismo tiempo perturbadora,
de un extraño substrato surrealista que recuerda lejanamente el óleo de La
mujer tambaleante (1923) de Max Ernst, y en la que Stefan sustituye la
cabeza de la desdichada amante de Píramo por un tronco con raíces a modo de
pelos erizados, alusión quizás a la más antigua versión conocida de esta
aventura amorosa según la cual Tisbe, una vez muerta, se transformó en una
fuente; Esqueleto de toro marino, Carroza y Dragón alado,
las tres perfectos ejemplos de obras versátiles e intercambiables entre sí,
aunque formando en cualquier caso parejas o conjuntos homogéneos, manera de
proceder a posteriori que también es característica de la producción
escultórica de Stefan; Saturnino, representación de un mundo suspendido
que se encuentra en plena metamorfosis, un astro horadado y rugoso que
lentamente va adquiriendo el aspecto de un pájaro; Cardenal Ratzinger,
que con su aspecto simultáneamente perruno y angelical es una aguda visión crítica,
incluso mordaz, del incombustible guardián de la ortodoxia católica; el Buey
monumental, de todas las grandes esculturas de Stefan la que ha sido quizás
hecha con un mayor número de objetos encontrados y de desecho, como por ejemplo
la basta arpillera que ha servido para el lomo y las gruesas patas de una mesa
solemne de caoba para las extremidades y los cuernos del manso y vigilante
animal, que al estar habitualmente ubicado en el jardín de la casa del artista,
parece pastar placenteramente en la hierba; y, en fin, el recientísimo Unicornio,
émulo por su tamaño de la erguida Llama grande, asimismo tan esbelto y
con el cuerpo recubierto de insólitas escamas puntiagudas. *
* * * * A sus 70 años recién cumplidos, Stefan continúa dedicado con entrega ferviente a su trabajo, bien sea transitando con pisadas de diferente intensidad caminos ya hollados, bien sea explorando e investigando sobre nuevos resultados y posibilidades estéticas. Tanto si hablamos de esa rara capacidad para ofrecer distintos matices de un mismo tema, como si nos referimos a esa inacabable facultad innovadora, en ambos casos conjúganse siempre inspiración poética, infantil asombro ante las cosas del mundo e irónico distanciamiento ante la realidad y las acciones humanas. La fascinación del niño por los artefactos mecánicos, los seres extraños y los objetos manufacturados, permanece todavía incólume, aunque los muchos años transcurridos desde entonces, las vicisitudes de la vida y la experiencia acumulada, sin arrebatarle el profundo e inteligente sentido del humor de su obra, simultáneamente le han proporcionado una mirada crítica y melancólica. Asimismo, estamos convencidos que los términos empleados para dar título a este escrito, siguen manteniendo plena vigencia para enjuiciar la producción actual de Stefan von Reiswitz: fecunda alianza entre la contingencia de la realidad y los delirios de la imaginación, entre la valiente ruptura formal de la vanguardia y la inmarcesible belleza del pasado clásico greco-latino.
[1] ROBIN, C.: «Auf der suche nach der verlorenen kreidezeit», en AA. VV.: Stefan. Pinturas en vidrio y plexiglás. Málaga, 1976. [Trad. cast.: A la búsqueda de la era cretácea perdida, publicada en este mismo catálogo]. [2] Diario La Tarde, Málaga, 19 de marzo de 1957. [3] Sobre el Grupo Picasso, véase, CLAVIJO GARCÍA, A.: «La visita a Picasso de un grupo de pintores malagueños en el año 1957», en Picasso y lo picassiano en las colecciones privadas malagueñas. Universidad de Málaga, 1981, páginas 103-108, y PALOMO DÍAZ, F. J.: «En torno al magicismo. La pintura de vanguardia en Málaga», en AA. VV.: Estudios picassianos. Madrid, Ministerio de Cultura, 1981, páginas 51-54. [4] Sobre estos azulejos, ver el librito Kacheln aus Holland. Ramerding, Berghaus Verlag, 1981. [5] GARRIDO, J.; MARTÍN ARROSAGARAY, M.: «Entrevista a Stefan von Reiswitz», en Nuestro Tiempo, núm. 200, Pamplona, febrero 1971, pág. 140. [6] Declaraciones hechas por Stefan a Radio Nacional de España en el verano de 1975. En el archivo del artista se conserva la transcripción mecanografiada. [7] Diario La Tarde, Málaga, 19 de marzo de 1957. [8] Véase, FEZZI, E.: Kokoschka. Barcelona, Noguer – Rizzoli, 1973. [9] WESTERDAHL, E.: «El Grupo Picasso», Santa Cruz de Tenerife, diario El Día, 6 de junio de 1962. [10] La crítica de Eduardo Westerdahl, publicada en el periódico El Día de Santa Cruz de Tenerife, fue reproducida fragmentariamente en una crónica del diario Sur de Málaga del 10 de abril de 1963. [11] AREÁN, C.: «Stefan, o quince años de una evolución pictórica», en AA. VV.: Stefan. Pinturas en vidrio y plexiglás. Málaga, 1976. [12] La información sobre los cristales pintados populares alemanes y andaluces ha sido obtenida en BORJA, E.: «Stefan von Reiswitz. Introducción a una nueva crítica de arte», en Temas de arquitectura y urbanismo, núm. 144, Madrid, junio 1971, páginas 7-42, así como en el texto de presentación escrito por Stefan von Reiswitz para el catálogo de la exposición Cristales pintados populares andaluces, celebrada en la Sociedad Económica de Amigos del País de Málaga en diciembre de 1993. [13] GARRIDO, J.; MARTÍN ARROSAGARAY, M.: «Entrevista a Stefan von Reiswitz», en Nuestro Tiempo, núm. 200, Pamplona, febrero 1971, pág. 140. [14] ABAD, A.: «Stefan, una iconografía del chatarrismo», Málaga, diario Sur, 2 de abril de 1982. [15] APOLLINAIRE, G.: Meditaciones estéticas. Los pintores cubistas. Madrid, Visor, 1994, página 43. [16] HOFMANN, W.: Los fundamentos del arte moderno. Barcelona, Península, 1992, páginas 329-330. [17] BÜRGER, P.: Teoría de la vanguardia. Barcelona, Península, 1987, página 104. [18] Diario La Tarde, Málaga, 19 de marzo de 1957. [19] GARRIDO, J.; MARTÍN ARROSAGARAY, M.: «Entrevista a Stefan von Reiswitz», en Nuestro Tiempo, núm. 200, Pamplona, febrero 1971, pág. 140. [20] BRETON, A.: «Segundo Manifiesto del Surrealismo», en Manifiestos del Surrealismo. Barcelona, Guadarrama, 1980, página 162. [21] Citado en HOFMANN, W., op. cit., página 346. [22] Sobre este artista contemporáneo tan admirado por Stefan, véase, RADDATZ, F. J.: Paul Wunderlich. Litographies et peintures. París, Denoël, 1972. [23] GARRIDO, J.; MARTÍN ARROSAGARAY, M.: «Entrevista a Stefan von Reiswitz», en Nuestro Tiempo, núm. 200, Pamplona, febrero 1971, pág. 141. [24] Declaraciones hechas por Stefan a Radio Nacional de España en el verano de 1975. [25] Ibídem. [26] BAYÓN, M.: «Entrevista a Stefan von Reiswitz», en Temas de arquitectura y urbanismo, núms. 169-170, Madrid, julio-agosto 1973, págs. 4-8. [27] Diario Sol de España, Málaga, 12 de febrero de 1970. [28] Véase el ejemplar del mismo periódico citado en la nota anterior y el correspondiente al 17 de mayo de 1970, en los que, entre otros, emitieron sus opiniones contrarias a las tesis oficialistas Gabriel Alberca, Manuel Barbadillo, Enrique Brinkmann, Eugenio Chicano, Manuel Jurado Morales y Jorge Lindell. [29] REISWITZ, Stefan von: «Carta del pintor Stefan a las masas», diario Sol de España, Málaga, 29 de mayo de 1971. Con el título ya de Carta al viento, corregidas algunas erratas y hechas unas pocas modificaciones, apareció publicada en el catálogo de la exposición individual de Stefan celebrada en la galería de la Caja de Ahorros de Antequera en septiembre de 1972. De otro lado, en una entrevista publicada en el mismo número del citado periódico, dice Stefan: «En Málaga, cualquier intento de dar a conocer arte, ideas y conceptos nuevos, cae en el más absoluto vacío». [30] Diario Sol de España, Málaga, 21 de noviembre de 1970. [31] MAYORGA, J.: «Entrevista a Stefan». Málaga, diario Sur, 1 de febrero de 1987. [32] Con esta melancolía se expresa Stefan en una carta dirigida en enero de 1987 al Dr. Anton Dieterich, publicada en este mismo catálogo. [33] KREJČA, A.: Las técnicas del grabado. Madrid, Libsa, 1990, página 48. [34] Las ocho exposiciones fueron las siguientes: I, junio de 1969; II, octubre de 1969; III, noviembre de 1969; IV, febrero de 1970; V, junio de 1970; VI, noviembre de 1970; VII, marzo de 1971; VIII, diciembre de 1974. [35] Alguna información puede encontrarse en GUERRERO VILLALVA, C.: «El arte gráfico de Jorge Lindell», en PARRA, A. (coord.): Lindell. Antológica (1950-1997). Málaga, Fundación Pablo Ruiz Picasso, 1997, páginas 33-50. [36] Véanse los artículos que, con motivo de su muerte, escribieron, entre otros, José Mayorga, Jorge Lindell, Stefan von Reiswitz y Guillermo Silva Santamaría en el diario Sur de Málaga el 29 de marzo de 1981. [37] ERNST, M.: «Más allá de la pintura (1936)», en Escrituras. Barcelona, Polígrafa, 1982, página 208. Este escrito de Max Ernst, bajo el título de «Au-delá de la peinture», fue originalmente publicado en la revista de vanguardia Cahiers d’Art, núms. 6-7, 1936. [38] Ibídem, página 203. [39] Ibídem, página 197. [40] Ibídem, página 198. [41] La más completa y cuidada edición hasta ahora de los collages de Stefan (40 piezas) es la publicada bajo el título de «Perspectivas», que es el primer tomo del estuche Perspectivas para una Melilla innombrada. Ciudad Autónoma de Melilla, Consejería de Cultura, 1997. [42] «Mas un día que le fatigaron mucho se volvió a ellos diciendo: —¿Qué me queréis, muchachos, porfiados como moscas, sucios como chinches, atrevidos como pulgas? ¿Soy yo, por ventura, el monte Testacho de Roma, para que me tiréis tantos tiestos y tejas?». CERVANTES SAAVEDRA, M.: «El licenciado Vidriera», en Novelas Ejemplares, Madrid, Castalia, 1992, volumen II, páginas 118-119. [43] COLINAS, A.; LLEDÓ, J.: Mitología clásica. Madrid, Álbum Letras Artes, S. L., 1994, páginas 38-39. [44] Véase, KLOSSOWSKI DE ROLA, S.: El Juego Áureo. Grabados alquímicos del siglo XVII. Madrid, Siruela, 1988, página 15.
Publicado originalmente en el catálogo de la exposición Stefan von Reiswitz 1952-2000, celebrada en el Palacio Episcopal de Málaga en noviembre de 2001
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