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Arqueología y vanguardia en la escultura de Stefan von Reiswitz Escultura. Stefan von Reiswitz. Galería Nova. Málaga. Paseo de Sancha, 6. Hasta el 2 de marzo de 2005. Los dos rasgos más distintivos de la escultura de Stefan von Reiswitz (Munich, 1931), una actividad a la que ha venido dedicándose de manera creciente desde 1984-86 en detrimento de su original trabajo pictórico sobre soporte de plexiglás, quizá sean la honda admiración por el legado clásico grecorromano y en general por las viejas culturas mediterráneas que subyace en el fondo de toda su obra en bronce, y una particular iconoclastia que, lejos de confundirse con la irreverencia, constituye una extraña síntesis entre ironía, sentido del humor e influencia del objeto surrealista. Adviértase de que no se habla aquí de huella preeminente del surrealismo histórico entendido como omnipotencia de la realidad psíquica ni como una aceptación del sueño como instrumento primordial para comprender la realidad, sino de cierta proximidad a un aspecto de la noción de objeto surrealista, el que se refiere a la reunión de piezas y elementos procedentes de contextos diferentes, esto es, aquella unión a la que aludía Breton al decir que «los objetos así reunidos tienen en común el hecho de proceder de las cosas de nuestro entorno y se diferencian de éstas por la mera mutación de papeles». Eso es lo que ocurre en una de las piezas más representativas de la muestra y de las más recientes en la producción de Stefan, Cerdo volador, donde, junto a la hilaridad y sorpresa que provocan en el espectador el que en el rechoncho y regordete cuerpo de este animal de rostro ingenuo y cándido hayan brotado unas alas que parecen permitirle remontar el vuelo, o al menos intentarlo, advertimos también otra de las características más persistentes de las esculturas de este autor: la integración en la pieza definitiva de todo tipo de cacharros, objetos encontrados y utensilios, que terminan formando parte consustancial de la obra final, bien sea moldeando el cuerpo de un animal o de una persona, bien sea como protuberancia o añadido peculiarísimo, bien sea como una simple extremidad. De ahí que las patas de una mesa sirvan como patas de un buey, o una orza de barro como parte del cuerpo de un cerdo, o varios cartones de los que se usan para transportar huevos como púas de un fantástico unicornio. Otro aspecto sorprendente es la variedad temática y la ingente capacidad productiva e inventiva de Stefan, aunque, en lo que a la segunda circunstancia se refiere, no resulta ajena la proximidad geográfica, el buen hacer y la profesionalidad de la fundición Quesada de Antequera, cuyos responsables saben interpretar con gran fidelidad los deseos del autor, especialmente en las delicadas y distintas pátinas que deben ofrecer las diferentes piezas. Aquella variedad ha permitido hablar de generosa fauna humana y animal, realizada en todos los tamaños y con las más disparatadas formas, un bestiario que también habla de la cercanía estética de Stefan por la Edad Media románica, la que esculpe los fantásticos capiteles de los claustros, o los relieves de la fachada del Duomo de Módena, hechos por Wiligelmo, o las extraordinarias puertas de San Zenón de Verona.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 11 de febrero de 2005
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