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El fuego como imagen del devenir Instalación y objetos. Teresita Fernández. Centro de Arte Contemporáneo. Málaga. C/ Alemania, s/n. Hasta el 4 de septiembre de 2005. La obra de Teresita Fernández (Miami, 1968) se ha caracterizado hasta ahora por una reflexión que se sustenta en un aparato teórico y conceptual bien entrelazado. En este sentido, sus imágenes son concreciones físicas de la serie de imágenes mentales y conceptuales con las que va articulando su propuesta. Generalmente sus objetos e instalaciones, con reminiscencias unas veces minimalistas y otras con apariencia orgánica, natural e indeterminada, suele hacerlas para espacios concretos, siendo casi siempre la naturaleza y los cuatro elementos que la constituyen el punto de partida de su poética. Los iniciales objetivos perceptivos y metafóricos de su propuesta se han abierto a veces a otros intereses: las nociones de escala y perspectiva, el estudio de la representación del poder a través del uso del espacio y la dialéctica y ambivalencia de los espacios mentales en contraposición a los espacios tangibles. En esta exposición el principio central de su intervención es el fuego, probablemente el más misterioso e indefinible de los cuatro elementos. Toda la muestra, de entrada, parece estar recorrida por el conocido fragmento de Heráclito: «Ningún ser humano ni divino ha hecho este mundo, sino que siempre fue, es y será eternamente fuego vivo que se enciende según medida y según medida se apaga». Es decir, que Teresita Fernández no se interesa por el fuego tanto como una determinada substancia corpórea, cuanto como un símbolo de la eterna inquietud del devenir, con sus incesantes cambios, subidas y bajadas, esto es, el flujo del ser, en el que hay orden y armonía que se esconde en la tensión entre los contrarios. Es este mismo carácter indeterminado, cambiante, el que alimenta la extraordinaria simbología del fuego que también está presente en los objetos de la artista. El fuego como símbolo de la regeneración y de la purificación, de la muerte y del renacimiento, como mensajero del mundo de los vivos al de los muertos, como imagen del acto sexual, como imagen de Dios, como imagen del intelecto y de la sabiduría, o, como fuego humeante y devorador, como la imaginación exaltada, lo subconsciente, la cavidad subterránea, es decir, el intelecto en su forma rebelde. Cuatro son las piezas fundamentales con las que Teresita Fernández articula su propuesta actual. En primer lugar, Fire, un gran anillo de fuego hecho con hilos de seda de la pasamanería francesa de Scalamandré, que, además de oponerse, por ejemplo, a los penetrables del venezolano Jesús Rafael Soto, vinculados al arte ambiental y en donde se requiere la participación del espectador, simulan con un efectismo estético de suma elegancia el carácter inaprensible, la inestabilidad y el poder hipnótico asociado al fuego. Realizadas con innumerables bolitas de cristal, las dos piezas tituladas Eruption aluden a las formas caprichosas que dejan los ríos de lava al solidificarse. Smoke, en cambio, se refiere a aquel fuego humeante y devorador, imagen de la rebelión que se opone a la sabiduría divina. La última pieza, Cadmio, está realizada con multitud de cubitos de cristal coloreados en su base, evocaciones de la relación inestable del hombre con la naturaleza, pero entendida más como imagen mental y conceptual que como materialización física.
© Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 10 de junio de 2005
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