El paso inevitable del tiempo

Fotografía. Enrique Toral.

Sala de Exposiciones Unicaja. Málaga. C/ Dr. Pérez Bryan, 3, 2º. Hasta el 19 de mayo de 2006

El mundo poético de Enrique Toral (Puente Genil, Córdoba, 1950) es el del paso inevitable del tiempo y el de la nostalgia, el del envejecimiento lento y casi imperceptible de los objetos, de las cosas y artefactos que rodean nuestro entorno, incluso de las personas, Fotografía de Enrique Toralque poco a poco se van ajando, mostrando sus arrugas y su vetustez. Pero más que ofrecernos el proceso, el fotógrafo nos muestra el hecho ya consumado, como esas manos de anciana entrelazadas, rugosas, trabajadas, plenas de experiencia y de vida vivida, de alegrías y de sufrimientos, testigos mudas de los avatares que van construyendo una biografía anónima y silenciosa, pero no por ello menos heroica.

Sus motivos son inmensamente variados: relojes antiguos descompuestos y oxidados, engranajes y maquinarias inservibles, arquitecturas y casas en estado de abandono, automóviles de hace medio siglo, paredes y muros semiderruidos, escaleras, ventanas, interiores, tiendas abandonadas, barcas, cancelas, cerraduras y portones de madera. Siempre lo viejo, lo antiguo, lo que posee la pátina del transcurrir de los años, ese color amarillento o negruzco que va moldeando los objetos y acercándolos a la tierra de la que en última instancia proceden. Una de las series más hermosas es la dedicada al casco viejo de la ciudad de La Habana, con sus casas desvencijadas y sus habitantes esperando que alguien los redima de la miseria y la carestía. Los verdes y los amarillos parecen imponerse en la sinfonía cromática que Toral recrea con su cámara. Espléndida la imagen de la parte trasera de un auto que bien podría pertenecer a la década de los cincuenta: hermoso conjunto el de las luces posteriores y el color turquesa de la carrocería. Es casi una fotografía de lenguaje pop. O la del letrero de un cine con las letras caídas, como el propio inmueble, cerrado no se sabe cuántos años hace. Otras veces el fotógrafo captura un instante de la vida cotidiana, una placita, con sus soportales solitarios, quizás a mediodía, a la hora de la comida, y en un banco un barrendero negro que se ha quedado dormido. Es una imagen enternecedora, que rezuma una honda humanidad.

Pero también hay otras fotografías en blanco y negro de una intensa y desolada poesía, como esa báscula en el mostrador de una tienda, si no abandonada, sí sin apenas clientes, una báscula que es a su vez presencia muda de otra época que ya nunca podrá volver, o como ese sillín de bicicleta, sin su recubrimiento de cuero, dejando al descubierto su esqueleto de hierro y de metal, un primer plano de una poderosa plasticidad y síntesis formal.

 

© Enrique Castaños Alés

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 19 de mayo de 2006