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La sutil sobriedad de Shoji Ueda Fotografía. Shoji Ueda. Sala Alameda. Málaga. C/ Alameda Principal, 19. Hasta el 26 de febrero de 2006. En contacto con la fotografía desde su adolescencia, debido, como en tantos otros casos, a una cámara que le regalaron sus padres, el japonés Shoji Ueda (1913-2000) es un clásico de la fotografía contemporánea, remontándose a 1958 su primera exposición en el MoMA de Nueva York, de la mano de Edward Steichen, y a finales de los setenta su reconocimiento en Europa, especialmente en Francia. Salvo su formación como fotógrafo en 1932 en el estudio de los grandes almacenes Mimatsu de Hibiya, y más tarde en la Escuela Oriental de Fotografía, ambos en Tokio, así como su estancia después de la guerra de nuevo en la capital, donde formó parte del grupo de fotógrafos Ginryusha, Shoji Ueda, que viajaría seis veces a Europa principalmente por motivo de sus exposiciones, es un caso infrecuente de fotógrafo casi exclusivamente vinculado a su región y ciudad natal, la localidad de Sakaiminato, en la provincia de Saihaku, una ciudad costera asomada al mar del Japón y muy próxima a una montaña casi tan sagrada como el monte Fuji, en la que montó una tienda de fotografía y un estudio, y donde, gracias a la colaboración de su mujer Norie, pudo dedicarse cada vez más a su trabajo creativo y liberarse de las tareas de dependiente. Ya durante su periodo inicial, hasta 1940, realiza fotografías tan atrevidas como Silueta, de 1936, donde abandona por completo el efímero estilo pictorialista que practicó anteriormente, en parte como consecuencia del impacto recibido por la exposición Film und Foto, llevada desde Stuttgart, en 1931, a Tokio y Osaka, así como a la publicación, en 1932, de la revista Koga, que supondrá el comienzo del movimiento de la «nueva fotografía» en Japón. El abandono de la fotografía artística supuso para Ueda adentrarse en el campo de la investigación y de la experimentación, realizando rayogramas, solarizaciones, deformaciones y fotografías con encuadres y ángulos inesperados. De 1935 es Muchacho y anciano, donde aparece un extraño y característico vacío en el centro de la imagen, desplazando los personajes hacia los extremos. Ese vacío será un recurso plástico usado a partir de entonces por Ueda. En una Composición de 1937 ya vemos objetos dispuestos en la arena de la playa que evocan claramente los cuadros surrealistas, aunque no será hasta principios de los 50 que su poética no recuerde más acertadamente el mundo onírico de los surrealistas, especialmente de Yves Tanguy. Su célebre fotografía Cuatro muchachas posando, de 1939, consagra su estilo centrado en la figura humana en un paisaje sobrio y desornamentado. Estamos muy lejos del pictorialismo de Doncella de uniforme, de 1932, para la que, enfocando la pantalla de cine, mantuvo pulsado el obturador durante más de cinco segundos. Aunque del mismo año es Cruce de Hibiya, un formidable picado. Sus fotografías más famosas, las correspondientes al periodo 1945-1951, las hizo en las dunas de Tottori, cerca de su ciudad natal. Características indelebles son la limpieza y la claridad, la disposición solitaria, ordenada o escenográfica de los personajes en la inmensidad vacía del paisaje de las dunas. También aquí realizó la serie Desnudo en las dunas, con una iluminación contrastada en la que el cuerpo se insinúa entre las sombras. Espléndidos son también sus paisajes, visiones interiores en las que la naturaleza se expresa en silencio. Hacia el final de su vida de nuevo regresó a las dunas, en una serie magistral llena de contención, sobriedad y recogida poesía. ©Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 27 de enero de 2006
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