|
La neutralidad icónica de un histórico del Pop español Escultura. Manolo Valdés. Calle del Marqués de Larios. Málaga. Hasta el 29 de marzo de 2009. Las monumentales esculturas en bronce realizadas por Manolo Valdés (Valencia, 1942) en el último lustro, algunas de las cuales se exhiben ahora muy bien colocadas en ese precioso salón urbano que es la Calle Larios de Málaga, remiten conceptualmente a muchos de los planteamientos del Pop español de los sesenta y setenta, cuando nuestro autor formaba parte del Equipo Crónica. Constituido formalmente a comienzos de 1965 e integrado por Rafael Solbes, Manolo Valdés y Juan Antonio Toledo (aunque éste último lo abandonaría a los pocos meses de su creación), el Equipo Crónica se mantuvo activo hasta 1981, con la desaparición en noviembre de ese año de Solbes, circunstancia que obliga a Manolo Valdés a iniciar su carrera en solitario. Esta prolongada andadura se ha visto, como decimos, ampliamente condicionada por la sintaxis y la semántica desarrolladas durante los años en que existió el Equipo, aunque también es cierto que Valdés ha ido orientando progresivamente su trabajo hacia la escultura monumental. Los Crónica se distinguieron sobre todo por una manipulación plástica de la imagen que se apoyaba en recursos extraídos de los medios de comunicación de masas, a imitación del Pop estadounidense, tales como la descomposición de imágenes, la objetivación, la recontextualización, la metamorfosis, la repetición y la deformación, como señalaba a modo de síntesis Valeriano Bozal en 1989 en el catálogo de la retrospectiva organizada por el Instituto Valenciano de Arte Moderno. La aparente neutralidad del Pop estadounidense, su impersonalización y objetividad, es reconducida por el Equipo hacia una semántica claramente crítica respecto de la realidad política del periodo final del franquismo, pero siempre hubo en su producción un fácil y cómodo reconocimiento de la imagen, de su procedencia última y de sus fuentes iconográficas, que es lo que explica sobre todo su grado de aceptación popular. Esta misma fácil identificación icónica por parte del aficionado es la que continúa sucediendo en la producción reciente de Manolo Valdés, que crea de este modo unos objetos especialmente adaptables a los escenarios urbanos de las viejas ciudades europeas, objetos amables y placenteros visualmente por sus hábiles propiedades connotativas. Las referencias fundamentales se explicitan con total transparencia. En Ariadna IV e Irene I, los modelos visuales y conceptuales son algunos de los dibujos, especialmente un estudio para la cabeza de Santa Ana de hacia 1508-1510 que se guarda en Windsor, hechos por Leonardo para el cuadro de La Virgen y el Niño con Santa Ana del Louvre. El acierto es aquí el contraste del bronce de la figura y el hierro del tocado de la cabeza, que también remite a ciertas obras de Dalí de hacia 1951, como la Cabeza rafaelesca que estalla. Irene II es un claro homenaje a la conocida y exitosa fórmula de la generatriz empleada por Andreu Alfaro en sus esculturas constructivistas de acero de los setenta. Lillie ofrece un sombrero cuya ancha ala es un guiño a la pintura flamenca del XVII, en concreto a Rubens y su célebre Autorretrato con Isabel Brandt que hay en Munich. En cuanto a las Meninas, son una recuperación del mismo tema llevado a cabo por el Equipo entre 1969-70 con Autopsia de un oficio. Las conocidas damas de compañía de las infantas españolas recibieron su denominación del portugués, pues «menina» significa «niña» en ese idioma. Valdés retoma aquí, además, una de las esculturas más conocidas del Equipo junto con la del Conde-Duque. En definitiva, un cálido homenaje a su admirado Velázquez. Casi en todas las obras, sin embargo, late la sombra protocubista de Picasso, que se hace especialmente eficaz en La Dama, pues el homenaje a Picasso se funde con una de las fuentes incuestionables del periodo negro del malagueño.
© Enrique Castaños Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 13 de marzo de 2009
|