|
Humanizar las formas en el espacio Escultura y pintura. Sophia Vari. Salón de Columnas del Palacio de la Aduana. Málaga. Consolidada su posición desde hace bastante tiempo en el panorama artístico internacional, Sophia Vari (Atenas, 1940), gracias al patrocinio de CajaGranada y de la Junta de Andalucía, expone ahora por vez primera en tres capitales de la comunidad autónoma medio centenar de esculturas y pinturas del último lustro, un conjunto de piezas que se complementan mutuamente en su intención estética y en su universo formal. Creadora caracterizada por un profundo interés plástico-intelectual y por un hondo respeto por la estatuaria griega clásica, a la que ha podido estudiar detenidamente en su ciudad natal y en los grandes museos nacionales de Londres y París, Sophia Vari ha dirigido también su atención a la síntesis llevada a cabo en la escultura de las Cícladas y a la monumentalidad que distingue a algunas de las civilizaciones precolombinas, especialmente las grandes piezas de la escultura olmeca. Estos intereses, a su vez, se unen a una inteligente mirada sobre la vanguardia histórica, desde Henri Laurens y Brancusi hasta Henry Moore, desde Braque hasta Picasso. Los bronces policromados que se exhiben en Málaga se distinguen por sus formas volumétricas y rotundas, por la necesidad de trasladar a la forma tridimensional, tangible, física y táctil, los planos de sus lienzos, por el entrecruzamiento curvado de los planos, por esa intención, como ella misma ha expresado, de «tomar la geometría, el volumen y las formas y humanizarlas en el espacio». Superficies tersas y limpias, pintadas de azul, de negro o de rojo, sus esculturas invitan a la caricia y transmiten un suave erotismo, el mismo que se ha venido acumulando a lo largo de los siglos en las obras artísticas de las antiguas culturas mediterráneas. En una de sus más logradas composiciones Minotaure, de 2002, los miembros del monstruoso animal mitológico se enredan y se entrelazan, ofreciendo la sensación de una representación sexual. Aquí asistimos al esplendor de la carne y el homenaje a los sentidos, al optimismo de la razón y al abandono a los ritos de la fertilidad y el crecimiento. Sus magníficos cuadros, bien se trate de acuarela y collage sobre lienzo, o de óleo sobre el mismo soporte, revelan un conocimiento muy profundo y una interpretación muy particular de las conquistas del cubismo. El punto de partida podríamos situarlo en dos obras emblemáticas de Picasso, el gran Arlequín de 1915 y La italiana de 1917. El primero, como señaló hace tiempo Pierre Daix, es un «milagro de equilibrio de tonos francos sobre fondo negro en el cual toda referencia al tema está traducida, significada, y que es típico del cubismo cristal», mientras que el segundo otorga un nuevo vigor a la interpretación en planos coloreados cortados geométricamente. Sophia Vari, que se había entregado en sus primeros cuadros a la influencia de los voluptuosos cuerpos de Rubens, abandona en estas composiciones por completo la figuración, presididas como están por la superposición de planos geométricos en el espacio. Pero son unos planos en los que, además de las referencias, por medio de las sombras, a las tres dimensiones de los cuerpos, late ese aspecto decorativo de aquellas obras de Picasso, además de un acentuado y vibrante contraste entre la pura geometría de la forma y la irregularidad de los papeles cortados y rasgados que intercala en algunas de las piezas más conseguidas. © Enrique Castaños Alés Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 24 de junio de 2005
|