La construcción de la forma a través del color

Pintura y dibujo. Daniel Vázquez Díaz. Colección Mapfre.

Sala de Exposiciones de la Fundación Picasso. Málaga. Plaza de la Merced, 13. Hasta el 31 de mayo de 2009.

La sólida posición de Daniel Vázquez Díaz (Río Tinto, Huelva, 1882 – Madrid, 1969) en el panorama artístico español de la posguerra hasta su muerte, estuvo en gran parte determinada por sus originales contribuciones a partir del segundo decenio del siglo pasado, conquistas formales a las que va a mantenerse casi indefectiblemente fiel toda su vida. Residente en París desde 1906 hasta 1918, aunque nunca perdió el contacto durante esos años con España, sino todo lo contrario, pues siempre fue aquélla su principal Daniel Vázquez Díaz. AUTORRETRATO. Hacia 1912. Óleo sobre lienzo. 56 x 41 cm. Colección Fundación Mapfre.fuente de inspiración, Vázquez Díaz nunca se adscribió a ningún «ismo» de la vanguardia, asimilando con desusada presteza y energía, al tiempo que interpretándolas con acento personalísimo, las lecciones del postimpresionismo, sobre todo de Cézanne, así como después del cubismo, resultado de lo cual, junto con la recepción del vibrante cromatismo fauve, fue una síntesis que supuso una bocanada de aire fresco en el yermo panorama madrileño del decenio de 1940.

La pintura de Vázquez Díaz  —quien ya en su estancia de juventud en Sevilla, al mostrar su resuelta predilección por Zurbarán frente a Murillo, nos está proporcionando las claves de su futuro programa de actuación—, tanto en el género del paisaje, principalmente el de Fuenterrabía y su adorada tierra vascongada, como se comprueba en esa obra maestra que es «La fábrica dormida»; los retratos, en los que destacó de manera especialísima, incorporando en su galería, como podemos ver en la Colección Mapfre, lo más granado de la intelectualidad española, en unos soberbios dibujos hechos con lápiz graso, grafito y difumino en los que se recogen siempre los rasgos esenciales del carácter del retratado, con una concisión y firmeza estructural prodigiosas; y las escenas taurinas, que jamás degeneraron en la solemnidad y en la prosopopeya decimonónicas, en el recurrente costumbrismo populista, ni en la fórmula folclórica, esta pintura, decíamos, debe todavía hoy su indiscutible vigencia, y ahí están para corroborarlo Las bañistas de hacia 1930-1935, presentes en esta magnífica muestra, a la proporcionada conjunción de varios elementos, genuinamente administrados casi sin asomo de desfallecimiento: un firme y disciplinado dibujo, verdadero e inconmovible apoyo de la figura; un exquisito gusto en la aplicación del color, de sutiles armonías, acordes de tonos delicados y refinadas potencias expresivas, cual si aquél brotase de la forma misma; una forma angulosa y cúbica, que no cubista, estructurada a base de planos cromáticos, donde se adivina, quizá más que la de Picasso, la perenne lección del maestro de Aix. Todo eso está en el cuadro de Las bañistas, una pintura extraordinaria que aúna magistralmente tradición y modernidad. Pero también está, en otro plano espiritual, La iglesia de Palos de Moguer, un cuadrito delicioso cuyo melancólico silencio, cuya soledad atravesada por la luz mediterránea, evoca la etapa metafísica de Carlo Carrá.

 

 

 

 

 

© Enrique Castaños

Publicado originalmente en el diario Sur de Málaga el 22 de mayo de 2009